El 23 de marzo era la fecha que todo aficionado del ciclismo tenía subrayada en su calendario particular. Ese día comenzaba la Vuelta a Castilla y León 2009. Con más estrellas que nunca, y, entre todas ellas, aparecían dos nombres que sobresalían por encima de todos los demás.
Era la cita en la que se verían las caras el pasado y el presente y futuro del deporte de las dos ruedas sin motor. Por un lado, un Lance Armtrong que volvía a España cinco años después y, por otro, Alberto Contador llegaba a esta cita con la una gran motivación, pues el triunfo que se le escapó en la París-Niza, con aquella famosa “pájara”, le hacía llegar a Castilla y León con aún más ganas de alzarse con el triunfo final.
Un duelo que todo el mundo estaba esperando. Pero duró muy poco. Apenas 150 kilómetros. Los que tardó el heptacampeón del Tour de Francia en fracturarse la clavícula y, por tanto, en abandonar su aventura por tierras españolas.
Un abandono que hubiera sido un mazazo para la carrera si no fuera porque existen los Valverde, Leipheimer y el propio Contador, entre otros. O Mancebo, que aún nadie se explica como ha podido correr tras la caída que sufrió en el Tour de California el mes pasado.
Yo no sé si Armstrong aportará mucho a lo deportivo, pero lo que está claro, es que ha conseguido que los medios de comunicación presten más atención a un ciclismo que sólo interesa para otros temas, que poco tienen que ver con el encanto que tiene este deporte.