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Remedios Falaguera

Siempre puedes cambiar

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“A cada uno pediré cuentas de la vida de su hermano” (Gn 9, 5) Era mi intención escribir una pequeña reflexión sobre las mujeres que han recurrido al aborto y siguen viviendo endurecidas y despreocupadas como si nada hubiera ocurrido. Pero, como bien dice el Concilio Vaticano II en la Gaudium et Spes, “el cristiano tiene que dar al mundo razones para vivir y para esperar”. Por eso, voy a intentar dar alguna de esas razones para dos casos distintos.

Resulta que esta mañana, al leer el emotivo pasaje de la mujer pecadora que se postró a los pies de Jesús, en casa de Simón el Fariseo, recordé a una joven madre que me presentaron hace unos pocos meses y que se encontraba en la terrible disyuntiva de eliminar o no la vida que llevaba en su seno.

Es verdad que al principio me sentí confusa. Me había comprometido a ayudarla pero no sabía cómo. Por una parte, me encontraba frente a una “mujer de la calle” que arrastrada por el torbellino de su esclavitud reconocía, sin el mas mínimo pudor, que vendía su cuerpo por dinero. Y a la vez, esa misma mujer pedía desesperadamente ayuda a quie pudiera darsela para poder decir que “sí” a la vida de su pequeño, a pesar de su particular y difícil situación.

Solo por esa decisión, incomprensible para muchos, se merece todo mi respeto. Es más, debo confesar, que el conocer a esta mujer valiente que ama la vida, a pesar del desprecio y la vergüenza que su maternidad provoca en más de uno, ha sido uno más de los privilegios que el Padre eterno ha tenido conmigo.

¡Que Dios la bendiga! ¡Que Dios la colme de fuerza para hacer brotar con orgullo la vida que El mismo colocó en su seno!

¡Que la mirada de Dios, comprensiva, dulce, llena de amor, y a la vez, firme y exigente, remueva su corazón!

Errores graves o menos graves por los que arrepentirnos tenemos todos. Pero también esto lo tiene previsto el Padre Eterno y Misericordioso. Siempre está dispuesto a perdonar, a olvidar nuestros errores, sin reproches ni condenas, a pasar página con una sencilla frase llena de magnanimidad “Tus pecados quedan perdonados”.

Y después de esto, esta gran mujer solo necesitará una mano amiga que le apoye y le aconseje con prudencia para empezar a recorrer juntas esta nueva aventura de la vida de la mejor manera posible.

Y a vosotras, mujeres que os habéis visto abocadas a deshaceros del fruto de vuestras entrañas, no “por razones puramente egoístas o de conveniencia, sino porque pensabais que así preservabais algunos bienes importantes, como la propia salud o un nivel de vida digno para los demás miembros de la familia”, recordad:

“La Iglesia sabe cuántos condicionamientos pueden haber influido en vuestra decisión, y no duda de que en muchos casos se ha tratado de una decisión dolorosa e incluso dramática. Probablemente la herida aún no ha cicatrizado en vuestro interior.

Es verdad que lo sucedido fue y sigue siendo profundamente injusto. Sin embargo, no os dejéis vencer por el desánimo y no abandonéis la esperanza. Antes bien, comprended lo ocurrido e interpretadlo en su verdad.

Si aún no lo habéis hecho, abríos con humildad y confianza al arrepentimiento: el Padre de toda misericordia os espera para ofreceros su perdón y su paz en el sacramento de la Reconciliación.

Os daréis cuenta de que nada está perdido y podréis pedir perdón también a vuestro hijo que ahora vive en el Señor. Ayudadas por el consejo y la cercanía de personas amigas y competentes, podréis estar con vuestro doloroso testimonio entre los defensores más elocuentes del derecho de todos a la vida.

Por medio de vuestro compromiso por la vida, coronado eventualmente con el nacimiento de nuevas criaturas y expresado con la acogida y la atención hacia quien está más necesitado de cercanía, seréis artífices de un nuevo modo de mirar la vida del hombre." (Juan Pablo II. Evangelium Vitae).

Siempre puedes cambiar

Remedios Falaguera
Remedios Falaguera
domingo, 29 de marzo de 2009, 05:45 h (CET)
“A cada uno pediré cuentas de la vida de su hermano” (Gn 9, 5) Era mi intención escribir una pequeña reflexión sobre las mujeres que han recurrido al aborto y siguen viviendo endurecidas y despreocupadas como si nada hubiera ocurrido. Pero, como bien dice el Concilio Vaticano II en la Gaudium et Spes, “el cristiano tiene que dar al mundo razones para vivir y para esperar”. Por eso, voy a intentar dar alguna de esas razones para dos casos distintos.

Resulta que esta mañana, al leer el emotivo pasaje de la mujer pecadora que se postró a los pies de Jesús, en casa de Simón el Fariseo, recordé a una joven madre que me presentaron hace unos pocos meses y que se encontraba en la terrible disyuntiva de eliminar o no la vida que llevaba en su seno.

Es verdad que al principio me sentí confusa. Me había comprometido a ayudarla pero no sabía cómo. Por una parte, me encontraba frente a una “mujer de la calle” que arrastrada por el torbellino de su esclavitud reconocía, sin el mas mínimo pudor, que vendía su cuerpo por dinero. Y a la vez, esa misma mujer pedía desesperadamente ayuda a quie pudiera darsela para poder decir que “sí” a la vida de su pequeño, a pesar de su particular y difícil situación.

Solo por esa decisión, incomprensible para muchos, se merece todo mi respeto. Es más, debo confesar, que el conocer a esta mujer valiente que ama la vida, a pesar del desprecio y la vergüenza que su maternidad provoca en más de uno, ha sido uno más de los privilegios que el Padre eterno ha tenido conmigo.

¡Que Dios la bendiga! ¡Que Dios la colme de fuerza para hacer brotar con orgullo la vida que El mismo colocó en su seno!

¡Que la mirada de Dios, comprensiva, dulce, llena de amor, y a la vez, firme y exigente, remueva su corazón!

Errores graves o menos graves por los que arrepentirnos tenemos todos. Pero también esto lo tiene previsto el Padre Eterno y Misericordioso. Siempre está dispuesto a perdonar, a olvidar nuestros errores, sin reproches ni condenas, a pasar página con una sencilla frase llena de magnanimidad “Tus pecados quedan perdonados”.

Y después de esto, esta gran mujer solo necesitará una mano amiga que le apoye y le aconseje con prudencia para empezar a recorrer juntas esta nueva aventura de la vida de la mejor manera posible.

Y a vosotras, mujeres que os habéis visto abocadas a deshaceros del fruto de vuestras entrañas, no “por razones puramente egoístas o de conveniencia, sino porque pensabais que así preservabais algunos bienes importantes, como la propia salud o un nivel de vida digno para los demás miembros de la familia”, recordad:

“La Iglesia sabe cuántos condicionamientos pueden haber influido en vuestra decisión, y no duda de que en muchos casos se ha tratado de una decisión dolorosa e incluso dramática. Probablemente la herida aún no ha cicatrizado en vuestro interior.

Es verdad que lo sucedido fue y sigue siendo profundamente injusto. Sin embargo, no os dejéis vencer por el desánimo y no abandonéis la esperanza. Antes bien, comprended lo ocurrido e interpretadlo en su verdad.

Si aún no lo habéis hecho, abríos con humildad y confianza al arrepentimiento: el Padre de toda misericordia os espera para ofreceros su perdón y su paz en el sacramento de la Reconciliación.

Os daréis cuenta de que nada está perdido y podréis pedir perdón también a vuestro hijo que ahora vive en el Señor. Ayudadas por el consejo y la cercanía de personas amigas y competentes, podréis estar con vuestro doloroso testimonio entre los defensores más elocuentes del derecho de todos a la vida.

Por medio de vuestro compromiso por la vida, coronado eventualmente con el nacimiento de nuevas criaturas y expresado con la acogida y la atención hacia quien está más necesitado de cercanía, seréis artífices de un nuevo modo de mirar la vida del hombre." (Juan Pablo II. Evangelium Vitae).

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