Nada más lejos de la intención del columnista que darle tinte apocalíptico al titular de esta columna. Estas horas en el mundo entero están teñidas por la “crisis” que unos acusan con mayor dureza que otros. En primer lugar, porque no en todas partes se manifiesta con la misma intensidad, algunos –a diferencia de España-, la vieron venir, contaban con ella, y tomaron medidas que han resultado de cierta contención. Y, en otro orden muy diferente, porque hay países y lugares de la Tierra, en que, por desgracia, lo suyo es vivir en crisis de manera permanente. Así que, ¿qué me va usted a contar?... ¿crisis a mí? Piense el lector en cualquier plano de los telediarios que le venga a la memoria del África subsahariana con los niños en brazos de sus madres de secos pechos asaeteados por moscas, o en los desnutridos de inmensos ojos negros de cualquier favela de Brasil, o en los “niños de la calle” de Latinoamérica, etc. La tan traída y llevada crisis para según quien seria un lujo. ¡Qué más quisieran! ¡tener una crisis!... En lugar de haber nacido, crecer, vivir y morir en ella.
La crisis ha sido una “sorpresa” para la confiada sociedad más o menos “desarrollada” que había llegado tan ufana al inicio del Siglo XXI a caballo de la polémica Globalización, deseable para muchos, y detestable para otros. Ocasión de enriquecerse para bastantes adinerados que veían en la “multinacionalidad” oportunidad de multiplicar sus beneficios, y amenaza de esquilmar a la población mundial por parte de desaprensivos. Con todo, y, en el fondo, un tema para la polémica, porque las cosas marchaban, y los primeros años del siglo rodaban felices adentrándose hacia la implantación de la Democracia y el Estado de bienestar universal. Sin embargo, algo tan serio como los cimientos del edificio se resquebrajaron y se comenzaron a escuchar tal cantidad de tonterías y sinsentidos para explicar “qué pasaba”, que demostraban que nadie entendía nada de lo que ocurría, es decir, de “por donde venían los tiros”.
Los Gobiernos comenzaron a sacar millones a espuertas para apuntalar las economías ofreciendo la sensación de dar palos de ciego. Los grandes proyectos de futuro aparecen como interrumpidos, siendo sustituidos por planes chapuceros a corto plazo. Definitivamente da la impresión de que las macroestructuras fracasan. El suelo que pisa la Humanidad a escasos diez primeros años del Siglo Veintiuno, parece crujir como tarima carcomida. Es el momento de pisar de puntillas, y buscando una mano amiga a la que aferrarse por si acaso.
También da la impresión de que los Estados se han debilitado. En Norteamérica, una vez consumidas las alegrías de haber aupado hasta la Casablanca al “primer-presidente-de-color”, se ha extendido un silencio sepulcral intentando salvar el puesto de trabajo y sostener la hipoteca. Hasta las prisas por cerrar Guantánamo y salir “pitando”, de Irak (estilo ZP), resultan también acalladas. ¿Qué queda en pie en el mundo?... Curiosamente, las Instituciones internacionales. Siglas, como, ONU, OTAN, FAO, TLC, UE, OMS, OCDE, OEA, BMD, OMC, MERCOSUR, CAN, TPI, CIJ. OPEP, G-8, G-20, y un mareante, y cabalístico etcétera, imposible de descifrar y, menos aún de retener, señalan el cambio que ha experimentado el mundo. Estas iniciales y lo que simbolizan, son las que realmente señalan “la hora del mundo”.
Ahí debe estar el meollo de la cuestión, a juicio de lo que se observa a través del catalejo y desde esta granítica cima en la meseta. La transición del siglo XX al XXI, debe ser mucho más gorda de lo que se cree a juzgar por el desarrollo exponencial de las macroinstituciones. Para un cristiano queda el consuelo de que la más antigua de todas es la Iglesia Católica -como decía el fundador de la Hewlett-Packard en España, Juan Soto-, la primera multinacional en el mundo. Porque, a todo esto, ¿quien manda en cada una de esas tres o cuatro mayúsculas que las representan? ¿De dónde sale el dinero para sostenerlas? ¿Producen beneficios? ¿Quién selecciona y contrata a sus funcionarios –generalmente bien remunerados y con buen retiro-? Sostener la clase política ya es una gravosa y letal carga para las “expoliadas clases medias” -Enrique de Diego dixit-. Resulta para echarse a temblar sumarle esta creciente legión de burócratas y funcionarios internacionales.