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Este hecho ha marcado el tiempo, que es algo así como la “materia prima” de la historia

El sentido de la historia

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Sin duda, la historia es algo que llama la atención del hombre, no como un mero ejercicio de repaso memorístico de lo que ha pasado en el tiempo anterior, sino como algo que puede ser estudiado de modo análogo a otros fenómenos en el sentido de que cabe plantearse si hay algunas leyes que rijan la historia.

El hombre es muy dado a buscar leyes en todo lo que le rodea, no solo en el mundo físico, sino en el psicológico, así como en la sociedad, en las distintas facetas del comportamiento humano, etc. La tentación de buscarle leyes a la historia es muy grande, máxime cuando los hombres del siglo XXI caen en la misma piedra en la que cayeron los de siglos anteriores. Siempre hay quien se pasa con las filosofías de la historia considerando la actividad del hombre como determinada por unas leyes inmanentes al mismo devenir en donde no cabe la libertad, sino un materialismo cerrado en el que gratuitamente lo único que cabe es remitir a un futuro estado colectivo superior de la humanidad al que inexorablemente nos dirigimos como una pelota que va por un plano inclinado cuesta abajo. Este es en síntesis el pensamiento de Karl Marx sobre la historia.

Tampoco Nietzsche dejaba mucho espacio a la libertad al negar a la historia todo sentido que no proceda de ella misma por cuanto identificaba el ser con el devenir, concibiendo la realidad histórica con el devenir mismo. Es la teoría del eterno retorno.

Me imagino la angustia que puede tener quien sostenga estas teorías en las que no hay cabida a la consideración de nuestro destino eterno. Cuando algunas veces he oído o leído la expresión de que Jesucristo es el Señor de la Historia como consecuencia derivada de la Redención, me parece haber escuchado una de las expresiones más felices y esperanzadoras para el hombre, porque entiendo que no existe algo más deprimente y sórdido que no ver salida a la historia, o lo que es lo mismo, no verle razón de ser ni desenlace, que supone lo mismo que entenderla como una ratonera en la que nos vemos metidos sin sentido, de modo que nuestra aparición en esta tierra se reduce a algo tan material y absurdo como la aparición de un cactus, que tras un tiempo, desaparece para no dejar absolutamente ningún rastro en el planeta.

Quizá pueda parecer un poco aburrido lo que he expuesto en líneas anteriores, pero observo que hay grandes cantidades de gente que no se han planteado el sentido de la historia, y por ello, su papel en esa historia, lo que es consecuencia, del desconocimiento de la trascendencia que para ellos tiene a nivel personal la Encarnación y Resurrección de Jesucristo. Desde que el Hijo de Dios se encarnó, murió y resucitó para redimirnos del pecado y de la muerte, ya las cosas no son iguales. Podrá ser aceptable que un hombre del siglo I antes de Cristo estuviera perplejo, despistado, confuso, al preguntarse por el sentido del mundo, de la historia y de su papel en ella. Pero desde la venida de Cristo las cosas ya no son igual. No solo el mundo se ha iluminado, sino también la historia, en la medida de que se ha iluminado el destino eterno del hombre, de cada hombre.

El sentido de la historia humana es un problema específicamente teológico, lo que no quiere decir que la historia de la humanidad deba confundirse con la historia de la salvación, aunque tampoco pueden separarse. No existe un muro divisorio entre historia sagrada e historia profana desde el momento en que la Segunda Persona de la Trinidad se ha hecho carne, esto es, desde que Dios se ha hecho hombre y sigue siéndolo sin dejar de ser Dios. Evidentemente, las cosas ya no son igual desde que ha pasado esto, y la primera consecuencia es que este hecho ha marcado el tiempo, que es algo así como la “materia prima” de la historia: El tiempo ha quedado marcado para siempre por la primera venida del Verbo, su Encarnación, y por la segunda venida, que la humanidad aguarda expectante, lo sepa o no.

La historia es un proyecto divino de salvación que tiene en Cristo el punto culminante, porque en Cristo se unen el tiempo y la eternidad y se hace posible para nosotros, que somos tiempo, participar de la eternidad de Dios, y por ello ser trascendentes no solo en nuestra historia personal, sino en esa historia más amplia que es la que, con nuestra libertad, escribimos junto a los demás hombres. Gracias al Hijo de Dios hecho hombre, salimos de esa ratonera, tenemos un futuro, tenemos sentido; nuestra historia tiene sentido.

El sentido de la historia

Este hecho ha marcado el tiempo, que es algo así como la “materia prima” de la historia
Antonio Moya Somolinos
domingo, 3 de abril de 2016, 02:59 h (CET)
Sin duda, la historia es algo que llama la atención del hombre, no como un mero ejercicio de repaso memorístico de lo que ha pasado en el tiempo anterior, sino como algo que puede ser estudiado de modo análogo a otros fenómenos en el sentido de que cabe plantearse si hay algunas leyes que rijan la historia.

El hombre es muy dado a buscar leyes en todo lo que le rodea, no solo en el mundo físico, sino en el psicológico, así como en la sociedad, en las distintas facetas del comportamiento humano, etc. La tentación de buscarle leyes a la historia es muy grande, máxime cuando los hombres del siglo XXI caen en la misma piedra en la que cayeron los de siglos anteriores. Siempre hay quien se pasa con las filosofías de la historia considerando la actividad del hombre como determinada por unas leyes inmanentes al mismo devenir en donde no cabe la libertad, sino un materialismo cerrado en el que gratuitamente lo único que cabe es remitir a un futuro estado colectivo superior de la humanidad al que inexorablemente nos dirigimos como una pelota que va por un plano inclinado cuesta abajo. Este es en síntesis el pensamiento de Karl Marx sobre la historia.

Tampoco Nietzsche dejaba mucho espacio a la libertad al negar a la historia todo sentido que no proceda de ella misma por cuanto identificaba el ser con el devenir, concibiendo la realidad histórica con el devenir mismo. Es la teoría del eterno retorno.

Me imagino la angustia que puede tener quien sostenga estas teorías en las que no hay cabida a la consideración de nuestro destino eterno. Cuando algunas veces he oído o leído la expresión de que Jesucristo es el Señor de la Historia como consecuencia derivada de la Redención, me parece haber escuchado una de las expresiones más felices y esperanzadoras para el hombre, porque entiendo que no existe algo más deprimente y sórdido que no ver salida a la historia, o lo que es lo mismo, no verle razón de ser ni desenlace, que supone lo mismo que entenderla como una ratonera en la que nos vemos metidos sin sentido, de modo que nuestra aparición en esta tierra se reduce a algo tan material y absurdo como la aparición de un cactus, que tras un tiempo, desaparece para no dejar absolutamente ningún rastro en el planeta.

Quizá pueda parecer un poco aburrido lo que he expuesto en líneas anteriores, pero observo que hay grandes cantidades de gente que no se han planteado el sentido de la historia, y por ello, su papel en esa historia, lo que es consecuencia, del desconocimiento de la trascendencia que para ellos tiene a nivel personal la Encarnación y Resurrección de Jesucristo. Desde que el Hijo de Dios se encarnó, murió y resucitó para redimirnos del pecado y de la muerte, ya las cosas no son iguales. Podrá ser aceptable que un hombre del siglo I antes de Cristo estuviera perplejo, despistado, confuso, al preguntarse por el sentido del mundo, de la historia y de su papel en ella. Pero desde la venida de Cristo las cosas ya no son igual. No solo el mundo se ha iluminado, sino también la historia, en la medida de que se ha iluminado el destino eterno del hombre, de cada hombre.

El sentido de la historia humana es un problema específicamente teológico, lo que no quiere decir que la historia de la humanidad deba confundirse con la historia de la salvación, aunque tampoco pueden separarse. No existe un muro divisorio entre historia sagrada e historia profana desde el momento en que la Segunda Persona de la Trinidad se ha hecho carne, esto es, desde que Dios se ha hecho hombre y sigue siéndolo sin dejar de ser Dios. Evidentemente, las cosas ya no son igual desde que ha pasado esto, y la primera consecuencia es que este hecho ha marcado el tiempo, que es algo así como la “materia prima” de la historia: El tiempo ha quedado marcado para siempre por la primera venida del Verbo, su Encarnación, y por la segunda venida, que la humanidad aguarda expectante, lo sepa o no.

La historia es un proyecto divino de salvación que tiene en Cristo el punto culminante, porque en Cristo se unen el tiempo y la eternidad y se hace posible para nosotros, que somos tiempo, participar de la eternidad de Dios, y por ello ser trascendentes no solo en nuestra historia personal, sino en esa historia más amplia que es la que, con nuestra libertad, escribimos junto a los demás hombres. Gracias al Hijo de Dios hecho hombre, salimos de esa ratonera, tenemos un futuro, tenemos sentido; nuestra historia tiene sentido.

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