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Fernando Mendikoa

El tercer tiempo

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Existe en el rugby una vieja tradición, que consiste en que los equipos que se han enfrentado y golpeado sin compasión durante un partido compartan después comida y bebida de un modo fraternal, en lo que da en llamarse el “tercer tiempo”. Se trata de olvidar lo sucedido sobre el césped y, en lo posible, demostrar que todo lo que hemos visto no obedecía a una guerra propiamente dicha, sino a lo que lleva intrínseco un deporte como este, venerado y odiado a partes iguales. Posiblemente, solo el boxeo esté en esa misma tesitura de encontrarse a medio camino entre el aplauso más ferviente y el rechazo más inmisericorde. En esta misma columna ya expresé en su momento mi muy escasa afectividad hacia el boxeo; sin embargo, no puedo decir lo mismo del rugby. Digamos que es un deporte que me causa una mezcla de admiración y simpatía, quizá por lo que desprende de autenticidad y nobleza.

La tradición atribuye su invención a un estudiante de teología del Colegio de Rugby, en Inglaterra. Al parecer, en 1823, y durante un partido de fútbol, William Webb Ellis, «con fina desobediencia a las reglas del fútbol», tomó la pelota con las manos y la llevó hasta la meta contraria. Así nacía un deporte que arrastra a multitud de entregados seguidores, sobre todo localizados en las islas británicas y Francia (a nivel europeo), y países como Nueva Zelanda, Sudáfrica o Australia en el hemisferio sur; equipos que, hoy por hoy, están un paso por delante en términos competitivos, como comprobamos en el ranking mundial (en el que, por ese mismo orden, ocupan las tres primeras posiciones). En Europa, eso sí, contamos con el “Seis Naciones”, que pasa por ser el torneo más antiguo del mundo. Nació en 1871, con un encuentro entre Inglaterra y Escocia, que hoy día rememoran aquel primer duelo con la disputa de la “Calcuta Cup” (dentro del “Seis Naciones”), a las que se sumarían Gales e Irlanda en 1883. Francia fue admitida en 1910, e Italia en el año 2000.

La selección transalpina acaba de hacerse con su cuarta “Cuchara de madera” (que se lleva el equipo que pierde todos sus partidos), mientras que Irlanda se ha alzado con su 11º título, añadiendo el no menos importante Grand Slam (2º de su historia, tras el de 1948), y que acredita a la selección que gana todos sus duelos. Sin embargo, tras el choque que protagonizaron el pasado sábado Italia y Francia en el Estadio Flaminio de Roma, saltó la polémica. En ese tercer tiempo del que antes les hablaba, Sébastien Chabal, cuyo aspecto físico nos retrotrae a tiempos lejanos en la historia de la Humanidad, propinó un cabezazo al italo-argentino Martín Castrogiovanni, después de que este le hubiera dado un puñetazo. Anteriormente, “Atila” (como también se conoce a este gigante con sobredosis capilar) había importunado a la novia de Castrogiovanni, animado por una euforia que, más que con la aplastante victoria sobre Italia (8-50), tenía relación directa con los tragos de más que se había metido entre pecho y espalda. Y le caben unos cuantos.

Al parecer, su “extremadamente crítico” estado de embriaguez no le impidió divisar bien un objetivo femenino. Objetivo erróneo, claro está, desde el momento que Giulia era precisamente la pareja de su oponente. Y ese alterado estado tampoco le afectó para acertar de lleno en la nariz del deshonrado novio, todo sea dicho de paso. A partir de ahí, un pequeño tumulto resuelto por los propios compañeros del galo, que se lo llevaron a dormir la mona, y poder así recuperarle para la causa. Eso sí: una vez recuperado de sus excesos etílicos, a Chabal le ha faltado tiempo para pedir perdón al rival al que obligó a convertir la discoteca romana en inesperado ring: dos sms de “Atila” en los que este buscaba sellar la paz y, de paso, demostrar que su comportamiento no se ajustó en absoluto al buen ambiente que debe (y suele) prevalecer en ese tercer tiempo. Ya lo dice un antiguo dicho británico: "el fútbol es un juego de caballeros jugado por villanos; el rugby, un juego de villanos jugado por caballeros".

Seguiremos la pista a este misterioso caso, para conocer su resolución, no se preocupen. Pero el verdadero problema con el que ahora nos encontramos los amantes del rugby es que el torneo más antiguo del mundo ha llegado a su fin. Y eso es lo realmente serio y grave. De manera que solo nos queda esperar a la celebración del “Tres Naciones”, que disputan Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica a partir del 18 de julio, y en el que los neozelandeses defienden el título logrado el pasado año. De todos modos, otro día me asomaré a esta columna retomando este noble deporte, y precisamente para hablarles de los “All Blacks” y su “haka”, la temible danza aborigen con la que atemorizan a sus oponentes antes de cada duelo. Pero deberá ser en otro momento, porque creo que me estoy quedand sin tint.

El tercer tiempo

Fernando Mendikoa
Fernando Mendikoa
jueves, 26 de marzo de 2009, 11:27 h (CET)
Existe en el rugby una vieja tradición, que consiste en que los equipos que se han enfrentado y golpeado sin compasión durante un partido compartan después comida y bebida de un modo fraternal, en lo que da en llamarse el “tercer tiempo”. Se trata de olvidar lo sucedido sobre el césped y, en lo posible, demostrar que todo lo que hemos visto no obedecía a una guerra propiamente dicha, sino a lo que lleva intrínseco un deporte como este, venerado y odiado a partes iguales. Posiblemente, solo el boxeo esté en esa misma tesitura de encontrarse a medio camino entre el aplauso más ferviente y el rechazo más inmisericorde. En esta misma columna ya expresé en su momento mi muy escasa afectividad hacia el boxeo; sin embargo, no puedo decir lo mismo del rugby. Digamos que es un deporte que me causa una mezcla de admiración y simpatía, quizá por lo que desprende de autenticidad y nobleza.

La tradición atribuye su invención a un estudiante de teología del Colegio de Rugby, en Inglaterra. Al parecer, en 1823, y durante un partido de fútbol, William Webb Ellis, «con fina desobediencia a las reglas del fútbol», tomó la pelota con las manos y la llevó hasta la meta contraria. Así nacía un deporte que arrastra a multitud de entregados seguidores, sobre todo localizados en las islas británicas y Francia (a nivel europeo), y países como Nueva Zelanda, Sudáfrica o Australia en el hemisferio sur; equipos que, hoy por hoy, están un paso por delante en términos competitivos, como comprobamos en el ranking mundial (en el que, por ese mismo orden, ocupan las tres primeras posiciones). En Europa, eso sí, contamos con el “Seis Naciones”, que pasa por ser el torneo más antiguo del mundo. Nació en 1871, con un encuentro entre Inglaterra y Escocia, que hoy día rememoran aquel primer duelo con la disputa de la “Calcuta Cup” (dentro del “Seis Naciones”), a las que se sumarían Gales e Irlanda en 1883. Francia fue admitida en 1910, e Italia en el año 2000.

La selección transalpina acaba de hacerse con su cuarta “Cuchara de madera” (que se lleva el equipo que pierde todos sus partidos), mientras que Irlanda se ha alzado con su 11º título, añadiendo el no menos importante Grand Slam (2º de su historia, tras el de 1948), y que acredita a la selección que gana todos sus duelos. Sin embargo, tras el choque que protagonizaron el pasado sábado Italia y Francia en el Estadio Flaminio de Roma, saltó la polémica. En ese tercer tiempo del que antes les hablaba, Sébastien Chabal, cuyo aspecto físico nos retrotrae a tiempos lejanos en la historia de la Humanidad, propinó un cabezazo al italo-argentino Martín Castrogiovanni, después de que este le hubiera dado un puñetazo. Anteriormente, “Atila” (como también se conoce a este gigante con sobredosis capilar) había importunado a la novia de Castrogiovanni, animado por una euforia que, más que con la aplastante victoria sobre Italia (8-50), tenía relación directa con los tragos de más que se había metido entre pecho y espalda. Y le caben unos cuantos.

Al parecer, su “extremadamente crítico” estado de embriaguez no le impidió divisar bien un objetivo femenino. Objetivo erróneo, claro está, desde el momento que Giulia era precisamente la pareja de su oponente. Y ese alterado estado tampoco le afectó para acertar de lleno en la nariz del deshonrado novio, todo sea dicho de paso. A partir de ahí, un pequeño tumulto resuelto por los propios compañeros del galo, que se lo llevaron a dormir la mona, y poder así recuperarle para la causa. Eso sí: una vez recuperado de sus excesos etílicos, a Chabal le ha faltado tiempo para pedir perdón al rival al que obligó a convertir la discoteca romana en inesperado ring: dos sms de “Atila” en los que este buscaba sellar la paz y, de paso, demostrar que su comportamiento no se ajustó en absoluto al buen ambiente que debe (y suele) prevalecer en ese tercer tiempo. Ya lo dice un antiguo dicho británico: "el fútbol es un juego de caballeros jugado por villanos; el rugby, un juego de villanos jugado por caballeros".

Seguiremos la pista a este misterioso caso, para conocer su resolución, no se preocupen. Pero el verdadero problema con el que ahora nos encontramos los amantes del rugby es que el torneo más antiguo del mundo ha llegado a su fin. Y eso es lo realmente serio y grave. De manera que solo nos queda esperar a la celebración del “Tres Naciones”, que disputan Australia, Nueva Zelanda y Sudáfrica a partir del 18 de julio, y en el que los neozelandeses defienden el título logrado el pasado año. De todos modos, otro día me asomaré a esta columna retomando este noble deporte, y precisamente para hablarles de los “All Blacks” y su “haka”, la temible danza aborigen con la que atemorizan a sus oponentes antes de cada duelo. Pero deberá ser en otro momento, porque creo que me estoy quedand sin tint.

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