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Europa no está a la altura de las circunstancias

Debilidad europea ante la yihad

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Uno tiene la sensación de que, tras los atentados de París en 2015 y el recentísimo en Bruselas, “la cosa” no ha hecho más que empeorar y que actos cotidianos como ir en metro o coger un avión o un tren pueden convertirse en viajes sin retorno.

Crear en nosotros esa inquietud, esa zozobra, es, por supuesto, lo que persiguen los terroristas, y me temo que poco a poco lo van consiguiendo, aunque nuestra memoria tienda a mostrarse menos activa frente a hechos trágicos o simplemente desagradables.

Pero la constancia e insistencia de los asesinos va horadando, gota a gota, atentado a atentado, nuestra consciencia. Es sólo cuestión de tiempo, si no se detiene la barbarie, que adquiramos hábitos de protección y autodefensa frente a amenazas reales o imaginarias, como si fuéramos gatos escaldados o perros apaleados. Ese será el principio de su victoria: que estemos amedrentados, que desconfiemos de todo y de todos cada vez que emprendamos un acto cotidiano.

La guerra de guerrillas siempre fue la versión pobre de la guerra; la que emprendían los pueblos oprimidos contra un poder imperialista o tiránico. Las legiones romanas temían casi más a los emboscados que irrumpían de súbito de detrás de unas peñas o del escondite que les proporcionaba la umbría de un bosque, que a enfrentarse en campo abierto al enemigo.

El terrorismo en sus diversas formas no es sino una versión moderna de aquellas incursiones bélicas de los pueblos débiles frente a un opresor, real o supuesto, ya que emplean dos de sus características básicas: el factor sorpresa y el ánimo de causar el mayor daño posible empleando un mínimo de recursos humanos y materiales, empleando el menor plazo de tiempo. Son tan aleatorios como la caída de los rayos y, por ende, tan fulminantes y destructivos… pero no vienen precedidos por otros signos, como ocurre con las tormentas. Simplemente acontecen cuando menos se espera.

Existe, sin embargo, una diferencia fundamental entre la guerra de guerrillas y los actos terroristas: aquella, a pesar de lo cruenta que pudiera ser, solía asestar sus golpes sobre objetivos políticos y militares y rara vez sobre la población indefensa. Viriato fue un héroe no porque degollara a cientos de romanos, sino por su afán de liberar a su pueblo de un opresor.

Jamás defenderé desde esta columna que el fin pueda justificar los medios, pero resulta evidente la diferencia entre el propósito de liberarse del yugo de un invasor y el afán de imponer un credo político religioso a fuerza de bombas y ráfagas de metralleta a pueblos libres que gozan de un nivel muy superior de civilización. Civilización basada en el respeto a los Derechos Humanos.

Sé que habrá alguno que me recuerde que Averroes fue un gran médico, que Ibn Quzman fue un extraordinario escritor o que la Alhambra es un portento de belleza, refinamiento y equilibrio arquitectónico… pero a estos sabelelotodo cabe responderles con aquello de “largo me lo fiais”, ya que todos estos logros intelectuales, artísticos y científicos del Islam tuvieron lugar hace 1.000 años o más. De entonces a acá han ocurrido muchas cosas (el Humanismo, el Renacimiento, la Ilustración, la Revolución Industrial…) que han encumbrado a la cultura occidental, frente al declive evidente de aquel Islam del que hoy sólo quedan ecos mitificados y restos arqueológicos.

El Islam de hoy poco o nada nos aporta, y por ello caer en el “buenismo” bobo de la Alianza de las Civilizaciones no hará otra cosa que favorecer a los que intentan minar la base de nuestros valores y logros sociales y culturales para imponer los suyos (Y no hay más que repasar el devenir político del integrista Erdogan, que ha convertido a Turquía en un estado proto islámico, para concluir que sólo a causa de la miopía política de José Luis Rodriguez Zapatero puede entenderse que lo eligiera como su primer socio en la famosa Alianza)

Europa no está a la altura de las circunstancias.

Y no me refiero exclusivamente a los garrafales errores de la Inteligencia belga, sino a algo mucho más profundo y grave:

¿Cómo es posible que la Asamblea de Francia acabe de rechazar la propuesta de Hollande para retirar la nacionalidad francesa a los convictos de terrorismo?

¿Cómo es posible que en España haya partidos políticos que rechazan firmar el llamado Pacto Antiterrorista, y que los continuemos votando?

Esa descoordinación, esa falta de concreción en los objetivos para combatir a toda costa al enemigo, son aprovechados por la yihad en su avance imparable hacia la islamización de Europa.

Nuestros gobiernos, débiles y temerosos de incurrir en la “incorrección política” (léase: en acometer acciones que no sean del gusto del café para todos del “buenismo”) van perdiendo frente a escaramuzas que muy bien podrían ser el preámbulo de acciones bélicas a mucha mayor escala; por ejemplo, con el empleo de armas nucleares y bacteriológicas, el sabotaje de centrales atómicas etc.

Lo que se deben reír algunos cada vez que les financiamos el ramadám con dinero público.

Debilidad europea ante la yihad

Europa no está a la altura de las circunstancias
Luis del Palacio
viernes, 1 de abril de 2016, 01:43 h (CET)
Uno tiene la sensación de que, tras los atentados de París en 2015 y el recentísimo en Bruselas, “la cosa” no ha hecho más que empeorar y que actos cotidianos como ir en metro o coger un avión o un tren pueden convertirse en viajes sin retorno.

Crear en nosotros esa inquietud, esa zozobra, es, por supuesto, lo que persiguen los terroristas, y me temo que poco a poco lo van consiguiendo, aunque nuestra memoria tienda a mostrarse menos activa frente a hechos trágicos o simplemente desagradables.

Pero la constancia e insistencia de los asesinos va horadando, gota a gota, atentado a atentado, nuestra consciencia. Es sólo cuestión de tiempo, si no se detiene la barbarie, que adquiramos hábitos de protección y autodefensa frente a amenazas reales o imaginarias, como si fuéramos gatos escaldados o perros apaleados. Ese será el principio de su victoria: que estemos amedrentados, que desconfiemos de todo y de todos cada vez que emprendamos un acto cotidiano.

La guerra de guerrillas siempre fue la versión pobre de la guerra; la que emprendían los pueblos oprimidos contra un poder imperialista o tiránico. Las legiones romanas temían casi más a los emboscados que irrumpían de súbito de detrás de unas peñas o del escondite que les proporcionaba la umbría de un bosque, que a enfrentarse en campo abierto al enemigo.

El terrorismo en sus diversas formas no es sino una versión moderna de aquellas incursiones bélicas de los pueblos débiles frente a un opresor, real o supuesto, ya que emplean dos de sus características básicas: el factor sorpresa y el ánimo de causar el mayor daño posible empleando un mínimo de recursos humanos y materiales, empleando el menor plazo de tiempo. Son tan aleatorios como la caída de los rayos y, por ende, tan fulminantes y destructivos… pero no vienen precedidos por otros signos, como ocurre con las tormentas. Simplemente acontecen cuando menos se espera.

Existe, sin embargo, una diferencia fundamental entre la guerra de guerrillas y los actos terroristas: aquella, a pesar de lo cruenta que pudiera ser, solía asestar sus golpes sobre objetivos políticos y militares y rara vez sobre la población indefensa. Viriato fue un héroe no porque degollara a cientos de romanos, sino por su afán de liberar a su pueblo de un opresor.

Jamás defenderé desde esta columna que el fin pueda justificar los medios, pero resulta evidente la diferencia entre el propósito de liberarse del yugo de un invasor y el afán de imponer un credo político religioso a fuerza de bombas y ráfagas de metralleta a pueblos libres que gozan de un nivel muy superior de civilización. Civilización basada en el respeto a los Derechos Humanos.

Sé que habrá alguno que me recuerde que Averroes fue un gran médico, que Ibn Quzman fue un extraordinario escritor o que la Alhambra es un portento de belleza, refinamiento y equilibrio arquitectónico… pero a estos sabelelotodo cabe responderles con aquello de “largo me lo fiais”, ya que todos estos logros intelectuales, artísticos y científicos del Islam tuvieron lugar hace 1.000 años o más. De entonces a acá han ocurrido muchas cosas (el Humanismo, el Renacimiento, la Ilustración, la Revolución Industrial…) que han encumbrado a la cultura occidental, frente al declive evidente de aquel Islam del que hoy sólo quedan ecos mitificados y restos arqueológicos.

El Islam de hoy poco o nada nos aporta, y por ello caer en el “buenismo” bobo de la Alianza de las Civilizaciones no hará otra cosa que favorecer a los que intentan minar la base de nuestros valores y logros sociales y culturales para imponer los suyos (Y no hay más que repasar el devenir político del integrista Erdogan, que ha convertido a Turquía en un estado proto islámico, para concluir que sólo a causa de la miopía política de José Luis Rodriguez Zapatero puede entenderse que lo eligiera como su primer socio en la famosa Alianza)

Europa no está a la altura de las circunstancias.

Y no me refiero exclusivamente a los garrafales errores de la Inteligencia belga, sino a algo mucho más profundo y grave:

¿Cómo es posible que la Asamblea de Francia acabe de rechazar la propuesta de Hollande para retirar la nacionalidad francesa a los convictos de terrorismo?

¿Cómo es posible que en España haya partidos políticos que rechazan firmar el llamado Pacto Antiterrorista, y que los continuemos votando?

Esa descoordinación, esa falta de concreción en los objetivos para combatir a toda costa al enemigo, son aprovechados por la yihad en su avance imparable hacia la islamización de Europa.

Nuestros gobiernos, débiles y temerosos de incurrir en la “incorrección política” (léase: en acometer acciones que no sean del gusto del café para todos del “buenismo”) van perdiendo frente a escaramuzas que muy bien podrían ser el preámbulo de acciones bélicas a mucha mayor escala; por ejemplo, con el empleo de armas nucleares y bacteriológicas, el sabotaje de centrales atómicas etc.

Lo que se deben reír algunos cada vez que les financiamos el ramadám con dinero público.

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Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre un aspecto de la vida actual que parece extremadamente novedoso por sus avances agigantados en el mundo de la tecnología, pero cuyo planteo persiste desde Platón hasta nuestros días, a saber, la realidad virtual inmiscuida hasta el tuétano en nuestra cotidianidad y la posibilidad de que llegue el día en que no podamos distinguir entre "lo real" y "lo virtual".

Algo ocurre con la salud de las democracias en el mundo. Hasta hace pocas décadas, el prestigio de las democracias establecía límites políticos y éticos y articulaba las formas de convivencia entre estados y entre los propios sujetos. Reglas comunes que adquirían vigencia por imperio de lo consuetudinario y de los grandes edificios jurídicos y filosófico político y que se valoraban positivamente en todo el mundo, al que denominábamos presuntuosamente “libre”.

Pienso que habrá cada vez más Cat Cafés y no solamente cafeterías, cualquier ciudadano que tenga un negocio podría colaborar. Sólo le hace falta una habitación dedicada a los gatos. Es horrible en muchos países del planeta, el caso de los abandonos de animales, el trato hacia los toros, galgos… las que pasan algunos de ellos… Y sin embargo encuentro gente que se vuelca en ayudarles y llegan a tener un número grande de perros y gatos.

 
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