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Toros
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Ignacio de Cossío

Toros en el norte. Toros en el sur

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El concepto de dos aficiones o dos formas de entender el toreo a través de las regiones del norte y sur de nuestro país, no deja de ser un tópico a medias dentro de la fiesta de los toros actual. De hecho, en todo el norte como en el sur de España se ha lidiado un tipo de toro muy parecido en comportamiento, hechuras y peso. Sin embargo, siempre han existido localidades privilegiadas con carteles rematados de toros y toreros como Bilbao, gracias en buena medida a la bonanza económica de la empresa metalúrgica; Pamplona, desde el año 1959 con Sebastián Martín como presidente de la Comisión Taurina de la Casa de Misericordia; y Logroño con la llegada hace treinta años del empresario vasco Manuel Chopera.

En los excepcionales y mencionados casos del norte de nuestro país, observamos como sale de sus plazas un tipo de toro serio, pavoroso e imponente que además da gran juego en la plaza por el contrario, en el resto de ferias se nos presenta un toro más mediocre y en muchos casos incluso afeitado.

Éste reducto de orbes toristas no se entendería si dejasen de existir hoy mismo la Junta Administrativa de Bilbao, el Club Taurino Cocherito o la propia Casa de Misericordia de Pamplona. Son el amor al toro íntegro como un orgullo propio y casi personal no correspondido más tarde con los públicos de sus plazas. Es decir, son muchos los casos en donde hemos presenciado en Bilbao, Pamplona o Logroño lidiar toros muy chicos sin apenas ser protestados con rotundidad. - Se me viene a la memoria una corrida muy justa de Osborne lidiada en Pamplona el 14 de julio de 1994, día que por cierto cortó un rabo Jesulín de Ubrique-. Por tanto si en estas plazas encontramos un toro serio, bien presentado y de las mejores ganaderías ello es fruto de la gran labor que ejercen año tras años los directivos de dichas instituciones benéficas que hacen prevalecer el concepto de máxima pureza, sobre el resto de prioridades.

Lamentablemente, el público de las Peñas por San Fermín se presta más a la fiesta del vino que a la de los toros, no digamos el facilón de Vista Alegre o el social de La Ribera, que cuando llega la corrida dura solo luce la media entrada en sus tendidos. Paradójicamente el único público que exige un toro determinado y cuando no aparece en el ruedo protesta enérgicamente es el de la Monumental de Las Ventas Madrid, claro que éste se halla desde hace años cegado y enturbiado en exceso por el desorbitado tamaño del animal, herencia de una etapa anterior llena de abusos, de toros muy chicos y una crítica mordaz en los setenta. En el recuerdo las crónicas de aquellos años firmadas por Alfonso Navalón, Joaquín Vidal o la propia Mariví Romero, entre otros. Esta herencia ambiciosa y protagonista les llevó enarbolar una bandera falsamente llamada pureza e integridad del toro que propició toros obesos, la marginación de aquellos encastes que no producen toros grandes, el alocado tercio de varas, la demencia grave de Madrid que solo parece fijarse en el abuso del pico de la muleta o el cruzarse a pitón contrario cuando lo verdaderamente difícil es el toreo lleno quietud y ligazón, el ataque desproporcionado a las figuras y el alzamientos de toreros mediocres, entre otras cuestiones. Semejante despropósito consolidó el antitoro, el antitoreo y la antitauromaquia en la misma capital de España, para más tarde ser exportado con éxito al resto de las localidades por el efecto espejo de la propia televisión y de la prensa nacional escrita regida por aquella nefasta década de los setenta de la que ahora parecemos estar saliendo en muchas plazas, con la excepción de Madrid.

Estoy de acuerdo con que el falso torismo que sustenta la desquiciada lidia actual desaparecería en el momento que se realizara reglamentaria y correctamente la suerte de varas y se permitiera echar los toros en tipo sin condicionar ni comparar el peso con otras ganaderías alejadas a su sangre. Sería entonces cuando podríamos contemplar un mayor rendimiento en las ganaderías y por supuesto dejaría de existir el mal de las recurrentes caídas, que a pesar de los grandes esfuerzos ganaderos se mantiene en nuestros días. Precisamente, es en las novilladas donde los encastes sacan toda la maquinaria de embestir, claro que todo se desvanece cuando los suben a cien kilos y los estrellan contra el muro de picar, imposibilitando un mejor comportamiento en todos los tercios. A pesar de todo, están a la altura en la mayoría de casos, puesto que el toro de hoy en día es el más bravo de la historia, sin embargo, sería interesante eliminar la barrera a todos aquellos encastes marginados a plazas menores.

Esto no sólo acontece en España. Si cruzamos nuestras fronteras en nuestro viaje al norte, llegamos a muchas localidades francesas que dejan mucho que desear también en el tipo de toro que por la nomenclatura de norteño se entiende. Un caso evidente es Nimes. Allí el toro es comparable con cualquier otro jugado en suerte en un festejo de una plaza de segunda categoría española como podría ser Valladolid e incluso con uno de tercera del estilo de Torremolinos, con todos mis respetos al tipo de toro que se lidia en la plaza de toros malagueña. Nimes no es más que el fruto del marketing empresarial de Simón Casas. En Francia el toro serio se ve en puntos muy concretos, en pueblos localizados en el sureste del país donde se venera la presentación de los astados que incoherentemente no se corresponde con su juego desarrollado más tarde en el coso. Esos son los casos de: Céret, Vic-Fezensac o Alés, entre otros. En el resto del país galo, taurinamente hablando, y más si acudimos a las plazas del sudoeste como Bayona, Dax o Mont de Marsan predomina un toro digno y aceptable, algo más terciado que los de aquellos pueblos de sureste y de menor categoría, pero similares a los jugados aquí en Valencia o Santander por buscar un ejemplo. Por tanto, o tenemos un toro bien presentado y no hay garantías de su juego, o falta presentación pero se presta al lucimiento del torero. Pero en cualquiera de los dos casos nunca se producen las dos cosas a la vez. Poco a poco cuesta más encontrar ese punto de excelencia que encontramos en las Ferias de Bilbao y Pamplona, claros referentes del toro bravo de lidia, si bien es cierto que estas ferias también tienen una corta duración, apenas una semana, gozando de una mejor selección frente a ferias más largas de Madrid, Sevilla, Málaga o Valencia por citar algunas, en donde se busca predominar la cantidad frente a la calidad.

Una realidad de primer orden es que en la mayoría de los casos es el toro el que pasa paradójicamente a un segundo plano, ya que en los lugares donde se supone que sí importa no existe una coherencia en conceptos tan claros pero a la vez tan diferentes como el genio con la casta, la mansedumbre con la bravura o el volumen con el trapío. De ahí que los franceses de los pueblos del este y los españoles del famoso “Valle del terror” por poner un ejemplo, no se pongan de acuerdo y al mismo nivel en el juego y la presentación de sus toros, desconociendo qué ganaderías que podrían funcionar y mostrando un celo desmedido respecto a las hechuras de cada animal corrido en suerte.

Si en el sur tuviéramos que escoger una ciudad donde se sepa calibrar la bravura del toro y la calidad de los toreros, ésa podría ser en un principio Sevilla. Allí no se pide el toro grande ni una imponente presencia, pero se calibra a la perfección el concepto de la bravura como la capacidad de embestir hasta la muerte. En el recuerdo de todos, las arrancadas desde lo lejos de los marialuisas hacia el caballo en el tercio de varas. Sevilla no se dice que sea precisamente una plaza torista, ni tampoco se ha impuesto nunca un toro excesivamente serio, pero es un lugar excepcional para medir esa bravura animal e incluso la capacidad de evaluar la proyección de un torero. Por otro lado, bien es cierto que el sur y más concretamente el público andaluz, es en su mayoría torerista.

Nuestra tierra se combate entre el arte del toreo y la búsqueda incesante del toro ideal que permita la colaboración más absoluta con el torero. El público de Andalucía La Baja cuenta en general con cierto regusto para graduar el buen toreo. No así sucede en las provincias más occidentales y costeras del mediterráneo, en donde el factor festivo y alegre en concesiones de trofeos se les asemeja más a las aficiones vecinas de Alicante y Murcia.

La herencia de campo bravo y tradición de toreros de leyenda asentada por la Ruta del Toro marca y diferencia ineludiblemente. Aquí se calibra muy bien el arte del toreo, se siente con una pasión única e inigualable la fiesta, además se cuenta con la mayor cantera de nuestra cultura taurina, pero a pesar de todo siempre el éxito de una tarde queda supeditada de nuevo al triunfo del toreo, pasando en la mayoría de las ocasiones a un segundo plano el resultado del propio toro, sea cual sea su condición.

Es muy triste decirlo pero desde hace cuarenta años, con el cambio de la nueva sociedad española, poco a poco la afición está desapareciendo de todos los lugares más enraizados y en su lugar se han apoltronado públicos cada vez más globalizados en todo, hasta en la forma de vivir el espectáculo taurino. El fervor y la pasión taurina sobreviven solamente durante las ferias para luego morir o vivir de espaldas a una fiesta que poco a poco se va quedando huérfana de referentes. Un caso evidente ha sido la afición de Sevilla, que no es ajena a una fiesta cambiante, que poco a poco se llena de estereotipos y se traduce en algo insustancial en la mayoría de los casos. Por tanto podemos afirmar que es difícil encontrar ya un sitio donde se entienda de toros dentro de nuestra vasta geografía española.

Mucha de esta culpa la ha tenido, como apuntaba al principio, la televisión, que nos ha invitado desde nuestros hogares a conocer otros espectáculos ajenos a nuestra cultura y tradición; y esto nos ha hecho cambiar. Ahora el español medio es equiparable a un sueco, un finlandés o a un alemán, provocando dos consecuencias inmediatas: una, la entrada a los toros de un público absolutamente ignorante, semianalfabeto taurinamente hablando y huérfano de referencias, siempre en constante bandazo entre el radicalismo al más exacerbado al más puro estilo del tendido del 7 de Madrid, exigiendo el toro grande, presumiendo de la pureza del toreo sin saber con seguridad de que se trata; y otro el ingreso de un sector festivo de generosidad sin límites en donde se premia al talento con la misma moneda que al mérito.

Los aficionados moderados y sabios están en peligro de extinción. Desgraciadamente no son sustituidos y poco a poco su ausencia contribuye a la degradación de la afición tanto en el norte como en el sur. A todo ello habría que sumar las repercusiones que ha tenido las retransmisiones de festejos taurinos de las ferias de mayor trascendencia sobre los habitantes de los pueblos y las ciudades de distinta categoría en el toreo. Éstos pronto se acomodaron al vicio del volumen y a otras lacras que luego exigieron para con su propia feria, algo inaudito hasta entonces.

En cuanto a la constante transformación y elaboración de nuevos reglamentos por las diversas comunidades autónomas españolas no deben llevarnos a engaño con distintas realidades de una misma lidia impuesta. Los reglamentos cuando no están adaptados a la realidad de la lidia simplemente no se aplican. La lidia siempre pivota en todas partes de la misma manera, conforme el toreo se ha ido perfeccionando y puliendo estéticamente. Los dos primeros tercios han ido perdiendo irremediablemente importancia y resultan en nuestros días como un vestigio del pasado en donde la suerte se traduce en un mero trámite, mientras que todo se fundamenta en la faena de muleta. El monopuyazo se ve en Algeciras y en San Sebastián, porque poner dos veces al toro en el caballo es un rigor reglamentarista pero que en realidad no tiene efectividad ni posibilidad ninguna. Por ello podemos afirmar sin error a equivocarnos que sólo se conserva ese rigor en las cuatro plazas puntuales que se obcecan por cumplir la ley escrita que se escapa a una realidad inherente en la fiesta ordenada por la propia improvisación a tenor de tipo de toro lidiado en cada momento. La realidad del toro es igual en todas partes a la realidad de las lidias y los monocordes gustos de los públicos prácticamente son los mismos en todas partes.

Es otra evidencia que el aficionado preocupado por el toro siempre ha estado en minoría, si no solo hay que fijarse en los toros que lidiaban Joselito, Manolete o Camino. Siempre el aficionado ha buscado el triunfo de su torero a toda costa pero ahora se ven casos de gran incoherencia taurina si no díganme: ¿Cómo se puede ser torista y seguir siendo del maestro Curro Romero? Ya me contarán ustedes el tipo de toro que necesitaba Curro Romero o ahora el propio José Tomás para hacer su toreo. Muchos animales que no cumplen los más mínimos requisitos de trapío y capacidad de lucha en muchos casos a estos maestros les son consentidos frente a otros que no se les deja pasar una.

El toro sube cuando no hay figuras del toreo, y baja cuando en el escalafón abundan los maestros consagrados. Una rápida apreciación de las últimas cuatro décadas: ¿Cómo era el toro de los sesenta con Camino, Puerta y El Viti? ¿Y el mastodóntico de los setenta y ochenta, a excepción de ganaderías como la de Victorino, comandado por Espartaco casi en solitario y un Paco Ojeda muy irregular? ¿O el toro moderado en muchos casos de la última generación de figuras de la talla de Rincón, Joselito y Ponce en la década de los noventa?

Otra realidad es que el toro esta bajando, miren lo que ha pedido y sigue pidiendo José Tomás. Cuando los toreros mandan piden el toro más pequeño y “controlable”. Pero reitero mi punto de vista esperanzador a todas luces. A pesar de todo ello los ganaderos han hecho una hazaña admirable durante los años 80 y 90, porque verdaderamente no han encontrado toreros de fuerza y peso significativo en el escalafón al que contrarrestar su creación, la del toro con más bravura de la historia. Esperemos ver como actuarán los nuevos maestros ante este toro heredero de aquellos que se ha convertido en todo un atleta y un puro motor de embestir.

Ha llegado el momento de revindicar el toro de lidia auténtico como punto de partida de la fiesta, pues mostrando al mundo una corrida más pura e íntegra, hallaremos los argumentos necesarios para defenderla con honestidad y fortaleza ante nuestros mayores enemigos. Éstos no son otros que aquellos que contribuyen en ocultar el verdadero potencial y calidad del toro de lidia actual bajo la sombra del afeitado, las aspiraciones sociales o la ignorancia más o menos atrevida, haciendo que nuestros mejores ejemplares solo viajen a determinadas plazas del norte libres de imposiciones económicas, compromisos ganaderos o presiones de los maestros. Nadie mejor que la propia afición organizada para hacer de las corridas el mejor espectáculo del mundo.

Toros en el norte. Toros en el sur

Ignacio de Cossío
Ignacio de Cossío
sábado, 18 de abril de 2009, 11:13 h (CET)
El concepto de dos aficiones o dos formas de entender el toreo a través de las regiones del norte y sur de nuestro país, no deja de ser un tópico a medias dentro de la fiesta de los toros actual. De hecho, en todo el norte como en el sur de España se ha lidiado un tipo de toro muy parecido en comportamiento, hechuras y peso. Sin embargo, siempre han existido localidades privilegiadas con carteles rematados de toros y toreros como Bilbao, gracias en buena medida a la bonanza económica de la empresa metalúrgica; Pamplona, desde el año 1959 con Sebastián Martín como presidente de la Comisión Taurina de la Casa de Misericordia; y Logroño con la llegada hace treinta años del empresario vasco Manuel Chopera.

En los excepcionales y mencionados casos del norte de nuestro país, observamos como sale de sus plazas un tipo de toro serio, pavoroso e imponente que además da gran juego en la plaza por el contrario, en el resto de ferias se nos presenta un toro más mediocre y en muchos casos incluso afeitado.

Éste reducto de orbes toristas no se entendería si dejasen de existir hoy mismo la Junta Administrativa de Bilbao, el Club Taurino Cocherito o la propia Casa de Misericordia de Pamplona. Son el amor al toro íntegro como un orgullo propio y casi personal no correspondido más tarde con los públicos de sus plazas. Es decir, son muchos los casos en donde hemos presenciado en Bilbao, Pamplona o Logroño lidiar toros muy chicos sin apenas ser protestados con rotundidad. - Se me viene a la memoria una corrida muy justa de Osborne lidiada en Pamplona el 14 de julio de 1994, día que por cierto cortó un rabo Jesulín de Ubrique-. Por tanto si en estas plazas encontramos un toro serio, bien presentado y de las mejores ganaderías ello es fruto de la gran labor que ejercen año tras años los directivos de dichas instituciones benéficas que hacen prevalecer el concepto de máxima pureza, sobre el resto de prioridades.

Lamentablemente, el público de las Peñas por San Fermín se presta más a la fiesta del vino que a la de los toros, no digamos el facilón de Vista Alegre o el social de La Ribera, que cuando llega la corrida dura solo luce la media entrada en sus tendidos. Paradójicamente el único público que exige un toro determinado y cuando no aparece en el ruedo protesta enérgicamente es el de la Monumental de Las Ventas Madrid, claro que éste se halla desde hace años cegado y enturbiado en exceso por el desorbitado tamaño del animal, herencia de una etapa anterior llena de abusos, de toros muy chicos y una crítica mordaz en los setenta. En el recuerdo las crónicas de aquellos años firmadas por Alfonso Navalón, Joaquín Vidal o la propia Mariví Romero, entre otros. Esta herencia ambiciosa y protagonista les llevó enarbolar una bandera falsamente llamada pureza e integridad del toro que propició toros obesos, la marginación de aquellos encastes que no producen toros grandes, el alocado tercio de varas, la demencia grave de Madrid que solo parece fijarse en el abuso del pico de la muleta o el cruzarse a pitón contrario cuando lo verdaderamente difícil es el toreo lleno quietud y ligazón, el ataque desproporcionado a las figuras y el alzamientos de toreros mediocres, entre otras cuestiones. Semejante despropósito consolidó el antitoro, el antitoreo y la antitauromaquia en la misma capital de España, para más tarde ser exportado con éxito al resto de las localidades por el efecto espejo de la propia televisión y de la prensa nacional escrita regida por aquella nefasta década de los setenta de la que ahora parecemos estar saliendo en muchas plazas, con la excepción de Madrid.

Estoy de acuerdo con que el falso torismo que sustenta la desquiciada lidia actual desaparecería en el momento que se realizara reglamentaria y correctamente la suerte de varas y se permitiera echar los toros en tipo sin condicionar ni comparar el peso con otras ganaderías alejadas a su sangre. Sería entonces cuando podríamos contemplar un mayor rendimiento en las ganaderías y por supuesto dejaría de existir el mal de las recurrentes caídas, que a pesar de los grandes esfuerzos ganaderos se mantiene en nuestros días. Precisamente, es en las novilladas donde los encastes sacan toda la maquinaria de embestir, claro que todo se desvanece cuando los suben a cien kilos y los estrellan contra el muro de picar, imposibilitando un mejor comportamiento en todos los tercios. A pesar de todo, están a la altura en la mayoría de casos, puesto que el toro de hoy en día es el más bravo de la historia, sin embargo, sería interesante eliminar la barrera a todos aquellos encastes marginados a plazas menores.

Esto no sólo acontece en España. Si cruzamos nuestras fronteras en nuestro viaje al norte, llegamos a muchas localidades francesas que dejan mucho que desear también en el tipo de toro que por la nomenclatura de norteño se entiende. Un caso evidente es Nimes. Allí el toro es comparable con cualquier otro jugado en suerte en un festejo de una plaza de segunda categoría española como podría ser Valladolid e incluso con uno de tercera del estilo de Torremolinos, con todos mis respetos al tipo de toro que se lidia en la plaza de toros malagueña. Nimes no es más que el fruto del marketing empresarial de Simón Casas. En Francia el toro serio se ve en puntos muy concretos, en pueblos localizados en el sureste del país donde se venera la presentación de los astados que incoherentemente no se corresponde con su juego desarrollado más tarde en el coso. Esos son los casos de: Céret, Vic-Fezensac o Alés, entre otros. En el resto del país galo, taurinamente hablando, y más si acudimos a las plazas del sudoeste como Bayona, Dax o Mont de Marsan predomina un toro digno y aceptable, algo más terciado que los de aquellos pueblos de sureste y de menor categoría, pero similares a los jugados aquí en Valencia o Santander por buscar un ejemplo. Por tanto, o tenemos un toro bien presentado y no hay garantías de su juego, o falta presentación pero se presta al lucimiento del torero. Pero en cualquiera de los dos casos nunca se producen las dos cosas a la vez. Poco a poco cuesta más encontrar ese punto de excelencia que encontramos en las Ferias de Bilbao y Pamplona, claros referentes del toro bravo de lidia, si bien es cierto que estas ferias también tienen una corta duración, apenas una semana, gozando de una mejor selección frente a ferias más largas de Madrid, Sevilla, Málaga o Valencia por citar algunas, en donde se busca predominar la cantidad frente a la calidad.

Una realidad de primer orden es que en la mayoría de los casos es el toro el que pasa paradójicamente a un segundo plano, ya que en los lugares donde se supone que sí importa no existe una coherencia en conceptos tan claros pero a la vez tan diferentes como el genio con la casta, la mansedumbre con la bravura o el volumen con el trapío. De ahí que los franceses de los pueblos del este y los españoles del famoso “Valle del terror” por poner un ejemplo, no se pongan de acuerdo y al mismo nivel en el juego y la presentación de sus toros, desconociendo qué ganaderías que podrían funcionar y mostrando un celo desmedido respecto a las hechuras de cada animal corrido en suerte.

Si en el sur tuviéramos que escoger una ciudad donde se sepa calibrar la bravura del toro y la calidad de los toreros, ésa podría ser en un principio Sevilla. Allí no se pide el toro grande ni una imponente presencia, pero se calibra a la perfección el concepto de la bravura como la capacidad de embestir hasta la muerte. En el recuerdo de todos, las arrancadas desde lo lejos de los marialuisas hacia el caballo en el tercio de varas. Sevilla no se dice que sea precisamente una plaza torista, ni tampoco se ha impuesto nunca un toro excesivamente serio, pero es un lugar excepcional para medir esa bravura animal e incluso la capacidad de evaluar la proyección de un torero. Por otro lado, bien es cierto que el sur y más concretamente el público andaluz, es en su mayoría torerista.

Nuestra tierra se combate entre el arte del toreo y la búsqueda incesante del toro ideal que permita la colaboración más absoluta con el torero. El público de Andalucía La Baja cuenta en general con cierto regusto para graduar el buen toreo. No así sucede en las provincias más occidentales y costeras del mediterráneo, en donde el factor festivo y alegre en concesiones de trofeos se les asemeja más a las aficiones vecinas de Alicante y Murcia.

La herencia de campo bravo y tradición de toreros de leyenda asentada por la Ruta del Toro marca y diferencia ineludiblemente. Aquí se calibra muy bien el arte del toreo, se siente con una pasión única e inigualable la fiesta, además se cuenta con la mayor cantera de nuestra cultura taurina, pero a pesar de todo siempre el éxito de una tarde queda supeditada de nuevo al triunfo del toreo, pasando en la mayoría de las ocasiones a un segundo plano el resultado del propio toro, sea cual sea su condición.

Es muy triste decirlo pero desde hace cuarenta años, con el cambio de la nueva sociedad española, poco a poco la afición está desapareciendo de todos los lugares más enraizados y en su lugar se han apoltronado públicos cada vez más globalizados en todo, hasta en la forma de vivir el espectáculo taurino. El fervor y la pasión taurina sobreviven solamente durante las ferias para luego morir o vivir de espaldas a una fiesta que poco a poco se va quedando huérfana de referentes. Un caso evidente ha sido la afición de Sevilla, que no es ajena a una fiesta cambiante, que poco a poco se llena de estereotipos y se traduce en algo insustancial en la mayoría de los casos. Por tanto podemos afirmar que es difícil encontrar ya un sitio donde se entienda de toros dentro de nuestra vasta geografía española.

Mucha de esta culpa la ha tenido, como apuntaba al principio, la televisión, que nos ha invitado desde nuestros hogares a conocer otros espectáculos ajenos a nuestra cultura y tradición; y esto nos ha hecho cambiar. Ahora el español medio es equiparable a un sueco, un finlandés o a un alemán, provocando dos consecuencias inmediatas: una, la entrada a los toros de un público absolutamente ignorante, semianalfabeto taurinamente hablando y huérfano de referencias, siempre en constante bandazo entre el radicalismo al más exacerbado al más puro estilo del tendido del 7 de Madrid, exigiendo el toro grande, presumiendo de la pureza del toreo sin saber con seguridad de que se trata; y otro el ingreso de un sector festivo de generosidad sin límites en donde se premia al talento con la misma moneda que al mérito.

Los aficionados moderados y sabios están en peligro de extinción. Desgraciadamente no son sustituidos y poco a poco su ausencia contribuye a la degradación de la afición tanto en el norte como en el sur. A todo ello habría que sumar las repercusiones que ha tenido las retransmisiones de festejos taurinos de las ferias de mayor trascendencia sobre los habitantes de los pueblos y las ciudades de distinta categoría en el toreo. Éstos pronto se acomodaron al vicio del volumen y a otras lacras que luego exigieron para con su propia feria, algo inaudito hasta entonces.

En cuanto a la constante transformación y elaboración de nuevos reglamentos por las diversas comunidades autónomas españolas no deben llevarnos a engaño con distintas realidades de una misma lidia impuesta. Los reglamentos cuando no están adaptados a la realidad de la lidia simplemente no se aplican. La lidia siempre pivota en todas partes de la misma manera, conforme el toreo se ha ido perfeccionando y puliendo estéticamente. Los dos primeros tercios han ido perdiendo irremediablemente importancia y resultan en nuestros días como un vestigio del pasado en donde la suerte se traduce en un mero trámite, mientras que todo se fundamenta en la faena de muleta. El monopuyazo se ve en Algeciras y en San Sebastián, porque poner dos veces al toro en el caballo es un rigor reglamentarista pero que en realidad no tiene efectividad ni posibilidad ninguna. Por ello podemos afirmar sin error a equivocarnos que sólo se conserva ese rigor en las cuatro plazas puntuales que se obcecan por cumplir la ley escrita que se escapa a una realidad inherente en la fiesta ordenada por la propia improvisación a tenor de tipo de toro lidiado en cada momento. La realidad del toro es igual en todas partes a la realidad de las lidias y los monocordes gustos de los públicos prácticamente son los mismos en todas partes.

Es otra evidencia que el aficionado preocupado por el toro siempre ha estado en minoría, si no solo hay que fijarse en los toros que lidiaban Joselito, Manolete o Camino. Siempre el aficionado ha buscado el triunfo de su torero a toda costa pero ahora se ven casos de gran incoherencia taurina si no díganme: ¿Cómo se puede ser torista y seguir siendo del maestro Curro Romero? Ya me contarán ustedes el tipo de toro que necesitaba Curro Romero o ahora el propio José Tomás para hacer su toreo. Muchos animales que no cumplen los más mínimos requisitos de trapío y capacidad de lucha en muchos casos a estos maestros les son consentidos frente a otros que no se les deja pasar una.

El toro sube cuando no hay figuras del toreo, y baja cuando en el escalafón abundan los maestros consagrados. Una rápida apreciación de las últimas cuatro décadas: ¿Cómo era el toro de los sesenta con Camino, Puerta y El Viti? ¿Y el mastodóntico de los setenta y ochenta, a excepción de ganaderías como la de Victorino, comandado por Espartaco casi en solitario y un Paco Ojeda muy irregular? ¿O el toro moderado en muchos casos de la última generación de figuras de la talla de Rincón, Joselito y Ponce en la década de los noventa?

Otra realidad es que el toro esta bajando, miren lo que ha pedido y sigue pidiendo José Tomás. Cuando los toreros mandan piden el toro más pequeño y “controlable”. Pero reitero mi punto de vista esperanzador a todas luces. A pesar de todo ello los ganaderos han hecho una hazaña admirable durante los años 80 y 90, porque verdaderamente no han encontrado toreros de fuerza y peso significativo en el escalafón al que contrarrestar su creación, la del toro con más bravura de la historia. Esperemos ver como actuarán los nuevos maestros ante este toro heredero de aquellos que se ha convertido en todo un atleta y un puro motor de embestir.

Ha llegado el momento de revindicar el toro de lidia auténtico como punto de partida de la fiesta, pues mostrando al mundo una corrida más pura e íntegra, hallaremos los argumentos necesarios para defenderla con honestidad y fortaleza ante nuestros mayores enemigos. Éstos no son otros que aquellos que contribuyen en ocultar el verdadero potencial y calidad del toro de lidia actual bajo la sombra del afeitado, las aspiraciones sociales o la ignorancia más o menos atrevida, haciendo que nuestros mejores ejemplares solo viajen a determinadas plazas del norte libres de imposiciones económicas, compromisos ganaderos o presiones de los maestros. Nadie mejor que la propia afición organizada para hacer de las corridas el mejor espectáculo del mundo.

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