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La actualidad nunca se ha distinguido por esperar a nadie

El bucle infinito

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Tengo 3 años y al no saber nadar, voy siguiendo hacia el fondo del mar a un perrito de ojos tristes que alguien me regaló cuando subimos al bote, a ver si así dejaba de llorar . Y arriba me estarán buscando, como al tio Mazen o a la prima Ghada, o a todos los que se han ido perdiendo o aburriendo de caminar para no llegar a ningún sitio.

No he terminado de cerrar los ojos y quitarme de la cabeza el mal pensamiento del agua salobre y sucia sofocándome, cuando me despierta del todo un sonido rasposo y estridente, como un chirrido que me sacara de quicio justo antes de sentirme impulsada contra el cristal de mi ventanilla, cuyo impacto apagan los gritos que vienen de todas partes. Nunca habría pensado que un autocar pudiera inclinarse tanto, y lo curioso es que mientras intento sujetarme a algo estable y lamento de no tener a quien abrazar en mi asiento individual, mi mente viaja unas pocas horas atrás hacia unos rescoldos medio apagados, hacia el final de la fiesta, y a la sonrisa cómplice de uno de los bomberos. Me gustaría decirle como me llamo pero en esos momentos todo vuelca y se pierde.

Sin solución de continuidad, suenan dos avisos en los altavoces del aeropuerto y una mano invisible pinta en su correspondiente panel el número de terminal de donde despegará mi avión. Hago por acostumbrarme al reflejo que me devuelve el espejo del móvil apagado (cincuenta y tantos, labios gordezuelos, bolsas en los ojos y cabello entrecano). No he conseguido nada de lo que me propuse al venir, pero tengo tantas ganas de volver que ni siquiera considero a esto una mala noticia. Llamémoslo un impasse. Ahora tengo un poco de sed. No escucho la primera explosión. La segunda desploma un número indeterminado de fragmentos de techumbre sobre mi cabeza. Ni siquiera llego a preguntarme el motivo. Ni a especular el porqué los cronistas de la tragedia no encontrarán más lugares comunes que “Terror”, “Espanto”, “Dantesco” y “Confusión” a la hora de explicárselo a la opinión pública.

Ni siquiera tendré tiempo para irme. El luto que quieran guardarme será sustituido en pocas horas por alguien que se quemará a lo bonzo a las puertas de una barrera que no se abre, en una tierra maldita a la que se llega una vez superado el mar donde aún sigo buscando a mi perro.

El bucle infinito

La actualidad nunca se ha distinguido por esperar a nadie
Ángel Pontones Moreno
miércoles, 23 de marzo de 2016, 09:35 h (CET)
Tengo 3 años y al no saber nadar, voy siguiendo hacia el fondo del mar a un perrito de ojos tristes que alguien me regaló cuando subimos al bote, a ver si así dejaba de llorar . Y arriba me estarán buscando, como al tio Mazen o a la prima Ghada, o a todos los que se han ido perdiendo o aburriendo de caminar para no llegar a ningún sitio.

No he terminado de cerrar los ojos y quitarme de la cabeza el mal pensamiento del agua salobre y sucia sofocándome, cuando me despierta del todo un sonido rasposo y estridente, como un chirrido que me sacara de quicio justo antes de sentirme impulsada contra el cristal de mi ventanilla, cuyo impacto apagan los gritos que vienen de todas partes. Nunca habría pensado que un autocar pudiera inclinarse tanto, y lo curioso es que mientras intento sujetarme a algo estable y lamento de no tener a quien abrazar en mi asiento individual, mi mente viaja unas pocas horas atrás hacia unos rescoldos medio apagados, hacia el final de la fiesta, y a la sonrisa cómplice de uno de los bomberos. Me gustaría decirle como me llamo pero en esos momentos todo vuelca y se pierde.

Sin solución de continuidad, suenan dos avisos en los altavoces del aeropuerto y una mano invisible pinta en su correspondiente panel el número de terminal de donde despegará mi avión. Hago por acostumbrarme al reflejo que me devuelve el espejo del móvil apagado (cincuenta y tantos, labios gordezuelos, bolsas en los ojos y cabello entrecano). No he conseguido nada de lo que me propuse al venir, pero tengo tantas ganas de volver que ni siquiera considero a esto una mala noticia. Llamémoslo un impasse. Ahora tengo un poco de sed. No escucho la primera explosión. La segunda desploma un número indeterminado de fragmentos de techumbre sobre mi cabeza. Ni siquiera llego a preguntarme el motivo. Ni a especular el porqué los cronistas de la tragedia no encontrarán más lugares comunes que “Terror”, “Espanto”, “Dantesco” y “Confusión” a la hora de explicárselo a la opinión pública.

Ni siquiera tendré tiempo para irme. El luto que quieran guardarme será sustituido en pocas horas por alguien que se quemará a lo bonzo a las puertas de una barrera que no se abre, en una tierra maldita a la que se llega una vez superado el mar donde aún sigo buscando a mi perro.

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