La batalla por la toma de la colina X se encontraba en un punto muerto desde hacía unos meses. La ubicación era estratégica para el control de la región pero no mucho más que otros objetivos que habían dado que hablar en el pasado, y que por lo mismo se presentarían en el futuro.
Aunque llovieron críticas a los respectivos estados mayores por la mala gestión de cada ofensiva, era bien obvio que las mismas no podían concretar por la falta de soldados suficientes para sostenerlas. Tan claro resultaba esto para los responsables que ni siquiera se planteaban en sustituir a los comandantes de ejército responsables del fracaso.
Les bastaba con que siguieran allí desgastándose hasta que los frutos cayeran de maduros, o se pudrieran en el mismo árbol. A fin de cuentas, a ellos les daba lo mismo. Los oficiales de cada ejército tampoco estaban en situación de poner trabas a esta situación. Se limitaban a mandar, con la frialdad de burócratas alienados, la carne de cañón necesaria para la conquista de un imposible. Y todo para ganar un tiempo que los demás no teníamos.