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Fernando Mendikoa

De Copa por Bilbao

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El sabor añejo de la Copa vuelve a Bilbao, y lo hace hoy a las 8, con la Catedral como testigo de excepción: será en la vuelta de las semifinales, en el choque que enfrentará a Athletic y Sevilla, dos concepciones diametralmente opuestas de entender el fútbol, y que hoy buscarán ese billete que les dé acceso a la última estación, la que da derecho a luchar por el trofeo. En el caso de los andaluces, son unos cuantos los títulos acumulados en estos últimos años plagados de éxitos deportivos, en base a una eficiente gestión económica y a una muy brillante labor de la secretaría técnica del club para hacerse con los servicios de jugadores baratos y de una gran calidad, que en muchas ocasiones acaban vendiendo a un precio mucho más alto. Por no hablar, claro, de una cantera que sigue dando excepcionales frutos.

El caso del Athletic es otra historia. En lo deportivo, son ya 24 años los que llevan los rojiblancos sin asomarse al último capítulo de esta competición, y uno más sin alzarse con título alguno, de modo que no es difícil imaginarse cómo está la ciudad, así como el resto de la provincia: demasiados años ya sin saborear esa Copa tan suya. Desde hace ya varios días, los colores rojo y blanco engalanan Bilbao, con el firme propósito de que la ayuda llegue a los jugadores desde cada rincón, desde cada ventana o balcón, o allá desde donde cada uno sea capaz de colocar una bandera del Athletic, y mostrar así su apoyo a los leones en ese esfuerzo por llegar a su enésima final.

El club más singular del mundo lleva un cuarto de siglo sin lograr un título, y eso también se nota en las esperanzas, en las ilusiones que ha levantado este encuentro en una afición demasiado acostumbrada en los últimos tiempos a sufrir, viendo a su equipo más cerca del abismo que de cotas más altas, otrora habituales. Pero es el peaje a pagar por seguir fieles a una filosofía sin parangón en el orbe futbolístico, mientras el resto de clubes hace ya mucho tiempo que dejaron de lado la nostalgia y el mismo origen de este deporte, para pasar a ser una aleatoria mezcla de procedencias, cuando no directamente a ser una empresa como otra cualquiera. La diferencia es que, en lugar de fabricar tornillos o coches, compran y venden jugadores, y participan en torneos con mucho dinero en juego: pero el objetivo económico de sus propietarios es exactamente el mismo. Y también en eso el Athletic es diferente, porque pertenece a sus socios.

Aunque también a Bilbao hayan llegado esos aires globalizadores que nada lo respetan. Esa globalización que busca que todos seamos iguales, y no precisamente en el sentido positivo (el de que todos tengamos lo necesario para vivir, y no haya diferencias entre los seres humanos, que es justo el sentido de igualdad que dicha globalización odia y combate), sino en el sentido de que ya ni sepamos lo que somos, y que simplemente estemos reducidos a un número, o unas siglas. Por fortuna, sigue habiendo mucha gente que no está dispuesta a caer en el engaño ni a ser embaucada con sonidos de flauta, que al estilo Hamelín nos acaben llevando a todos al río para perecer ahogados.

Y esto, que es aplicable (por ejemplo) a la política, también lo es al deporte, y por supuesto al fútbol. Hay muchos (algunos incluso en Bilbao, aunque sean clara minoría) que piensan que el club rojiblanco está desfasado, y que tarde o temprano llegará al mismo incierto lugar que el resto. Pero a eso podrían responder otros tantos en muchos lugares, que saben bien que para ese viaje no hacen falta ciertas alforjas. Por ello, serán seguramente incontables asimismo los que en esos otros lugares desearían que su equipo fuese lo que hoy día, 111 años después de su nacimiento, es el Athletic: el único club que sigue fiel a lo que una vez fue el fútbol y el deporte. El único que sigue siendo lo que nunca debieron dejar de ser los demás.

De Copa por Bilbao

Fernando Mendikoa
Fernando Mendikoa
jueves, 5 de marzo de 2009, 11:11 h (CET)
El sabor añejo de la Copa vuelve a Bilbao, y lo hace hoy a las 8, con la Catedral como testigo de excepción: será en la vuelta de las semifinales, en el choque que enfrentará a Athletic y Sevilla, dos concepciones diametralmente opuestas de entender el fútbol, y que hoy buscarán ese billete que les dé acceso a la última estación, la que da derecho a luchar por el trofeo. En el caso de los andaluces, son unos cuantos los títulos acumulados en estos últimos años plagados de éxitos deportivos, en base a una eficiente gestión económica y a una muy brillante labor de la secretaría técnica del club para hacerse con los servicios de jugadores baratos y de una gran calidad, que en muchas ocasiones acaban vendiendo a un precio mucho más alto. Por no hablar, claro, de una cantera que sigue dando excepcionales frutos.

El caso del Athletic es otra historia. En lo deportivo, son ya 24 años los que llevan los rojiblancos sin asomarse al último capítulo de esta competición, y uno más sin alzarse con título alguno, de modo que no es difícil imaginarse cómo está la ciudad, así como el resto de la provincia: demasiados años ya sin saborear esa Copa tan suya. Desde hace ya varios días, los colores rojo y blanco engalanan Bilbao, con el firme propósito de que la ayuda llegue a los jugadores desde cada rincón, desde cada ventana o balcón, o allá desde donde cada uno sea capaz de colocar una bandera del Athletic, y mostrar así su apoyo a los leones en ese esfuerzo por llegar a su enésima final.

El club más singular del mundo lleva un cuarto de siglo sin lograr un título, y eso también se nota en las esperanzas, en las ilusiones que ha levantado este encuentro en una afición demasiado acostumbrada en los últimos tiempos a sufrir, viendo a su equipo más cerca del abismo que de cotas más altas, otrora habituales. Pero es el peaje a pagar por seguir fieles a una filosofía sin parangón en el orbe futbolístico, mientras el resto de clubes hace ya mucho tiempo que dejaron de lado la nostalgia y el mismo origen de este deporte, para pasar a ser una aleatoria mezcla de procedencias, cuando no directamente a ser una empresa como otra cualquiera. La diferencia es que, en lugar de fabricar tornillos o coches, compran y venden jugadores, y participan en torneos con mucho dinero en juego: pero el objetivo económico de sus propietarios es exactamente el mismo. Y también en eso el Athletic es diferente, porque pertenece a sus socios.

Aunque también a Bilbao hayan llegado esos aires globalizadores que nada lo respetan. Esa globalización que busca que todos seamos iguales, y no precisamente en el sentido positivo (el de que todos tengamos lo necesario para vivir, y no haya diferencias entre los seres humanos, que es justo el sentido de igualdad que dicha globalización odia y combate), sino en el sentido de que ya ni sepamos lo que somos, y que simplemente estemos reducidos a un número, o unas siglas. Por fortuna, sigue habiendo mucha gente que no está dispuesta a caer en el engaño ni a ser embaucada con sonidos de flauta, que al estilo Hamelín nos acaben llevando a todos al río para perecer ahogados.

Y esto, que es aplicable (por ejemplo) a la política, también lo es al deporte, y por supuesto al fútbol. Hay muchos (algunos incluso en Bilbao, aunque sean clara minoría) que piensan que el club rojiblanco está desfasado, y que tarde o temprano llegará al mismo incierto lugar que el resto. Pero a eso podrían responder otros tantos en muchos lugares, que saben bien que para ese viaje no hacen falta ciertas alforjas. Por ello, serán seguramente incontables asimismo los que en esos otros lugares desearían que su equipo fuese lo que hoy día, 111 años después de su nacimiento, es el Athletic: el único club que sigue fiel a lo que una vez fue el fútbol y el deporte. El único que sigue siendo lo que nunca debieron dejar de ser los demás.

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