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Bone Tomahawk es una apreciable rareza que se sitúa a caballo entre John Ford y Wes Craven

De vaqueros y caníbales

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La llegada de un forastero a un pequeño pueblo del viejo Oeste, despierta las sospechas del sheriff Hunt (Kurt Russell), que pronto lo arresta. Sin embargo, esa misma noche, tanto el prisionero como las dos personas que lo custodiaban desparecen. Hunt y otros tres hombres emprenden entonces su búsqueda, adentrándose en territorio salvaje.

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Una mezcla entre Centauros del desierto (The Searchers, 1956), de John Ford, y Las colinas tienen ojos (The Hills Have Eyes, 1977), de Wes Craven. Hasta de esta forma tan disparatada podría definirse a Bone Tomahawk, un inusual y estimulante western que supone el debut como realizador del novelista, músico y guionista estadounidense S. Craig Zahler. La película, galardonada con el Premio al Mejor director en el pasado Festival de Sitges, contiene algunos toques de comedia hawksiana (la relación entre el sheriff Hunt y su viejo ayudante Chicory recuerda a la que John Wayne y Walter Brennan mantenían en Río Bravo), además de elementos propios del cine de terror que la emparentan con la infravalorada La noche de los gigantes (The Stalking Monn, 1968), de Robert Mulligan. El resultado es gratamente satisfactorio.

Todo comienza cuando un par de asesinos y asaltantes de caminos profanan en su huida un antiguo cementerio indio en medio de lo que parecen ser unos aullidos. Uno de ellos, el que consigue escapar del ataque de no sabemos quién o qué, llega a la localidad de Bright Hope, donde el sheriff Hunt imparte justicia. Ante las sospechas que despierta, el forastero es pronto herido, detenido y encarcelado, encargándose de su custodia uno de los ayudantes de Hunt y una joven enfermera que cuida de sus heridas. Los mismos terribles aullidos del principio vuelven a escucharse ahora en la noche de Bright Hope. Un joven negro que cuida de los establos es brutalmente asesinado. A la mañana siguiente, no queda rastro alguno de las tres personas que estaban en la oficina del sheriff: el forastero, la enfermera y el ayudante. Todo hace indicar que han sido secuestrados. ¿Pero por quién? Una flecha india encontrada en el lugar despeja las dudas. No obstante, como afirma un indio integrado en la comunidad, no se trata de una flecha normal. Ese tipo de flechas sólo las utiliza una tribu primitiva que habita en las cuevas de un lejano valle y practica el canibalismo. El sheriff Hunt, su ayudante Chicory (magnífico trabajo de Richard Jenkins), el marido de la enfermera raptada (Patrick Wilson) y el altivo Brooder (Matthew Fox), personaje que recuerda por su personalidad al que John Carradine encarnara en La diligencia (Stagecoach, 1939), parten enseguida en busca de los desaparecidos. Lo suyo será un viaje westerniano en toda regla, a caballo o a pie, durmiendo al raso y conversando en torno a una buena hoguera.

La cinta posee ritmo durante sus algo más de dos horas de metraje, tensión narrativa, buenos diálogos, estupendas interpretaciones, un interesante dibujo de caracteres y una gran fotografía. La disfrutarán tanto los amantes del western como los del cine de terror con toques gore. Quédense con su título, Bone Tomahawk, porque dará que hablar.

De vaqueros y caníbales

Bone Tomahawk es una apreciable rareza que se sitúa a caballo entre John Ford y Wes Craven
Ricardo Pérez
domingo, 13 de marzo de 2016, 10:04 h (CET)
La llegada de un forastero a un pequeño pueblo del viejo Oeste, despierta las sospechas del sheriff Hunt (Kurt Russell), que pronto lo arresta. Sin embargo, esa misma noche, tanto el prisionero como las dos personas que lo custodiaban desparecen. Hunt y otros tres hombres emprenden entonces su búsqueda, adentrándose en territorio salvaje.

1403162

Una mezcla entre Centauros del desierto (The Searchers, 1956), de John Ford, y Las colinas tienen ojos (The Hills Have Eyes, 1977), de Wes Craven. Hasta de esta forma tan disparatada podría definirse a Bone Tomahawk, un inusual y estimulante western que supone el debut como realizador del novelista, músico y guionista estadounidense S. Craig Zahler. La película, galardonada con el Premio al Mejor director en el pasado Festival de Sitges, contiene algunos toques de comedia hawksiana (la relación entre el sheriff Hunt y su viejo ayudante Chicory recuerda a la que John Wayne y Walter Brennan mantenían en Río Bravo), además de elementos propios del cine de terror que la emparentan con la infravalorada La noche de los gigantes (The Stalking Monn, 1968), de Robert Mulligan. El resultado es gratamente satisfactorio.

Todo comienza cuando un par de asesinos y asaltantes de caminos profanan en su huida un antiguo cementerio indio en medio de lo que parecen ser unos aullidos. Uno de ellos, el que consigue escapar del ataque de no sabemos quién o qué, llega a la localidad de Bright Hope, donde el sheriff Hunt imparte justicia. Ante las sospechas que despierta, el forastero es pronto herido, detenido y encarcelado, encargándose de su custodia uno de los ayudantes de Hunt y una joven enfermera que cuida de sus heridas. Los mismos terribles aullidos del principio vuelven a escucharse ahora en la noche de Bright Hope. Un joven negro que cuida de los establos es brutalmente asesinado. A la mañana siguiente, no queda rastro alguno de las tres personas que estaban en la oficina del sheriff: el forastero, la enfermera y el ayudante. Todo hace indicar que han sido secuestrados. ¿Pero por quién? Una flecha india encontrada en el lugar despeja las dudas. No obstante, como afirma un indio integrado en la comunidad, no se trata de una flecha normal. Ese tipo de flechas sólo las utiliza una tribu primitiva que habita en las cuevas de un lejano valle y practica el canibalismo. El sheriff Hunt, su ayudante Chicory (magnífico trabajo de Richard Jenkins), el marido de la enfermera raptada (Patrick Wilson) y el altivo Brooder (Matthew Fox), personaje que recuerda por su personalidad al que John Carradine encarnara en La diligencia (Stagecoach, 1939), parten enseguida en busca de los desaparecidos. Lo suyo será un viaje westerniano en toda regla, a caballo o a pie, durmiendo al raso y conversando en torno a una buena hoguera.

La cinta posee ritmo durante sus algo más de dos horas de metraje, tensión narrativa, buenos diálogos, estupendas interpretaciones, un interesante dibujo de caracteres y una gran fotografía. La disfrutarán tanto los amantes del western como los del cine de terror con toques gore. Quédense con su título, Bone Tomahawk, porque dará que hablar.

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