Se levantaban antes del alba, recogían el atillo, preparado la noche anterior y se dirigían a la plaza, donde las primeras luces les sorprendían en grupo, fumando un caldo de gallina, a la espera del camión.
Este, se anunciaba con dos faros de triste y débil luz, que apenas aclaraban el camino y un ruido constante que procedía de las ancianas ballestas, que ya hacia años rogaban el fin de su ciclo.
Se arremolinaban todos ante el viejo vehículo con la ansiedad y la urgencia dibujada en sus caras. El capataz bajaba lentamente, sabiéndose el amo de la situación.
Tú, tú, tú y tú, subid al camión.
Algunos puños se cerraban fuertemente, para que la rabia contenida tuviera alguna salida, otros maldecían para sus adentros.
A esperar el próximo camión, el próximo capataz, el próximo fracaso.
Se enseñaban como la mejor de las mercancías, con la ilusión de al menos ser elegidos hoy, porque había que llevar un jornal a casa urgentemente. Algunos estaban en las últimas y solo les restaba arrodillarse ante el contratador, suplicando ser elegidos.
Recuerdo aquellos duros años y recuerdo la frase “dos por uno” que algunos gritaban al capataz a medida que el mes avanzaba.
Hoy, dicha frase, la identificamos con la oferta de los hiper, pero en aquellos años significaba: contrátame para dos días y solo cobraré uno.
Gritarla costaba, pero cuando los hijos lloraban de hambre durante la noche, a los padres se les aclaraba la garganta y a la mañana, salía sola.
“Dos por uno, jefe, dos por uno, cagüen mi puta vida –masticaban para si-.
Mi abuelo me contaba esta historia, cada vez que yo pedía algo, que mis padres no podía comprar y hoy, al recibir un mail casi humorístico (depende como se mire) a mi mente ha vuelto la voz de mi abuelo, aquella plaza, aquellos años que me llegaron narrados, a aquella posguerra que dibujó en los rostros arrugas a fuego, que hacían que incluso las sonrisas parecieran tristes.
En fin, les dejo el enlace del video y ya verán, como las cosas no cambian tanto como creemos.