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Carmela,
fue aquella niña buena en su inocencia truncada por el paso de las horas,
el tic-tac de su vida se fue acelerando hacia su triste y apagado hoy, su mañana se fue ahogando en su llanto.
Carmela,
se convirtió en toda una mujer, rota y desecha,
por la avaricia del mal comprador de los mil besos robados al sino.
Carmela,
perdió esa estima y esos mil roles de falsa apariencia de la felicidad,
aquélla que burla el daño del llanto de esas retinas apagadas y humilladas en su lloro roto.
A base de golpes por los talones de los cien mil ceros libres de falso albedrío,
Carmela fue viviendo su mal y roto destino,
cien mil sueños rotos en mil pedazos llenos de su corazón rojo morado falsa pasión.
Unas gotas de soledad...
cien mil lamentos en su fatigado oculto tormento,
Carmela duerme hoy en sus fantasías acostadas en el somier de espinas y colcha de seda algo fina.
Las pesadillas de algodón pesado se convirtieron aquella noche en el sueño eterno,
Carmela duerme ya en su descanso eterno...
diez mil ríos de falsa pena caen por esas cinco mil retinas, tristes por su falso duelo.
Cinco mil remordimientos lloran este alba su pronta muerte,
aquel viejo espíritu sin vida en su roto joven cuerpo en su paz interna vuela este nuevo atardecer...
Carmela, ese era su nombre.
Soneto dedicado a la Hermandad del Cristo de los Estudiantes de Córdoba que ha logrado esta imagen, tan cabal como conmovedora, que nos acerca, más aún, al Cristo Vivo del Sagrario.
A pocos días de que comience la Semana Santa, en donde se vive con especial devoción en lugares tan emblemáticos como Sevilla, cae en nuestras manos una característica novela negra del escritor Fran Ortega. Los hijos de justo comienza con el capellán de la Macarena degollado en la Basílica, en donde, además, no hay rastro de la imagen de la virgen.
Te he mirado Señor, como otras veces, pero hoy tu rostro está más afligido. Sé que ahora te sientes muy herido por agravios que tu no te mereces.
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