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"Agradeceré busquen siempre las cosas que les unen y dialoguen con serenidad y espíritu de justicia sobre aquellas que les separan" Adolfo Suárez, Presidente del Gobierno de España (1976-1981) Premio Príncipe de Asturias de la Concordia

Cara y cruz de la historia

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Quienes vivimos los años de la transición, recordamos como en los bares, en las reuniones, en las calles, podían oírse opiniones y comentarios de todos los colores y para todos los gustos sobre la política que se estaba desarrollando en aquellos momentos. Estaba en juego el futuro de todos los españoles. Ahora, mientras recuerdo aquellos días, me viene a la mente aquella conmovedora Babel de españoles unidos por un mismo ideal y alentados por la poderosa admonición del Presidente Suárez: "Elevar a la categoría política de normal, lo que a nivel de calle era plenamente normal". Aquella firme voluntad de afrontar con veracidad la realidad de España, se alzó como una atalaya de esperanza en nuestros corazones. Me estremece el alma recordarlo ahora, cuando contemplo la mezquindad de quienes aspiran a dirigirnos.

Al igual que en los momentos actuales, España vivía una situación complejísima, con un futuro más que incierto y una economía que era necesario transformar.

Los atentados, que rompían nuestros corazones un día sí y el otro también, lejos de torcer la voluntad política, no solo de la corona y de la clase política, sino del propio pueblo español, lo aceleraron.

1977 fue el año de la concordia en la Historia de España.

Fíjense que el 28 de julio, mientras el ministro Marcelino Oreja cerraba por fin los acuerdos de revisión del concordato con la Santa Sede, que venían arrastrándose desde los últimos tiempos de Franco, el mismo día, el PCE celebraba en Roma una magna asamblea, presentándose a la luz su Comité Central, cuyos miembros residentes en España no fueron detenidos a su vuelta. El PCE reiteró su voluntad reconciliadora, moderada, y su aceptación de la democracia. «Son bien conocidos los sacrificios de los comunistas españoles en la lucha por la democracia y la libertad», manifestaba Dolores Ibárruri, “La Pasionaria”. La asamblea evitó los puños en alto y el canto de la Internacional, tan del gusto de los socialistas, y Carrillo exhortó a la oposición a «dialogar responsablemente con el Gobierno de Adolfo Suárez sobre las condiciones de una transformación democrática». Aseguró que su partido no estaba sujeto a ninguna disciplina internacional, e iba a «salir de la clandestinidad», como de hecho llevaba tiempo haciendo. Y anunció que él mismo residía en España clandestinamente desde febrero, de ese mismo año. La asamblea respiraba deseo de transmitir una imagen de moderación y temor a quedarse en la cuneta mientras la Transición avanzaba.

En agosto, mes tradicional de pausa política, aumentaron los contactos del Gobierno con sus opositores. Un dialogante Suárez tanteó a líderes de la oposición teóricamente moderada. Con Felipe González mantuvo su encuentro más destacado. Fue una reunión distendida y amable con el jefe socialista.

El día 23 de octubre de aquel mismo año, fue el día en que de nuevo pisó tierra española el exiliado Josep Tarradellas y desde el balcón del Palau de la Generalidad, pronunció su memorable saludo: “Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí”. Una frase que posee un valor simbólico decisivo.

El 14 de mayo de 1977, en un acto de inmensa generosidad y de profundo patriotismo, Don Juan de Borbón renunciaba a sus derechos a la Corona el mismo día que regresa a España Dolores Ibárruri, la Pasionaria.

Dos meses después, a sus 81 años, Dolores Ibárruri vicepresidiría junto a Rafael Alberti la mesa de edad del Congreso de los Diputados.

Aquello constituía todo un símbolo de la voluntad de cerrar las heridas de la Guerra Civil y de concordia del pueblo español, que dejaba dejar atrás el pasado para encarar juntos un nuevo futuro.

Me pregunto qué hubiese ocurrido en aquel entonces de haber existido unos políticos que hubiesen dicho, no, no y no y hubieran antepuesto sus intereses personales y partidistas como los de ahora, al interés general de todos los españoles.

Cara y cruz de la historia

"Agradeceré busquen siempre las cosas que les unen y dialoguen con serenidad y espíritu de justicia sobre aquellas que les separan" Adolfo Suárez, Presidente del Gobierno de España (1976-1981) Premio Príncipe de Asturias de la Concordia
César Valdeolmillos
viernes, 12 de febrero de 2016, 09:44 h (CET)
Quienes vivimos los años de la transición, recordamos como en los bares, en las reuniones, en las calles, podían oírse opiniones y comentarios de todos los colores y para todos los gustos sobre la política que se estaba desarrollando en aquellos momentos. Estaba en juego el futuro de todos los españoles. Ahora, mientras recuerdo aquellos días, me viene a la mente aquella conmovedora Babel de españoles unidos por un mismo ideal y alentados por la poderosa admonición del Presidente Suárez: "Elevar a la categoría política de normal, lo que a nivel de calle era plenamente normal". Aquella firme voluntad de afrontar con veracidad la realidad de España, se alzó como una atalaya de esperanza en nuestros corazones. Me estremece el alma recordarlo ahora, cuando contemplo la mezquindad de quienes aspiran a dirigirnos.

Al igual que en los momentos actuales, España vivía una situación complejísima, con un futuro más que incierto y una economía que era necesario transformar.

Los atentados, que rompían nuestros corazones un día sí y el otro también, lejos de torcer la voluntad política, no solo de la corona y de la clase política, sino del propio pueblo español, lo aceleraron.

1977 fue el año de la concordia en la Historia de España.

Fíjense que el 28 de julio, mientras el ministro Marcelino Oreja cerraba por fin los acuerdos de revisión del concordato con la Santa Sede, que venían arrastrándose desde los últimos tiempos de Franco, el mismo día, el PCE celebraba en Roma una magna asamblea, presentándose a la luz su Comité Central, cuyos miembros residentes en España no fueron detenidos a su vuelta. El PCE reiteró su voluntad reconciliadora, moderada, y su aceptación de la democracia. «Son bien conocidos los sacrificios de los comunistas españoles en la lucha por la democracia y la libertad», manifestaba Dolores Ibárruri, “La Pasionaria”. La asamblea evitó los puños en alto y el canto de la Internacional, tan del gusto de los socialistas, y Carrillo exhortó a la oposición a «dialogar responsablemente con el Gobierno de Adolfo Suárez sobre las condiciones de una transformación democrática». Aseguró que su partido no estaba sujeto a ninguna disciplina internacional, e iba a «salir de la clandestinidad», como de hecho llevaba tiempo haciendo. Y anunció que él mismo residía en España clandestinamente desde febrero, de ese mismo año. La asamblea respiraba deseo de transmitir una imagen de moderación y temor a quedarse en la cuneta mientras la Transición avanzaba.

En agosto, mes tradicional de pausa política, aumentaron los contactos del Gobierno con sus opositores. Un dialogante Suárez tanteó a líderes de la oposición teóricamente moderada. Con Felipe González mantuvo su encuentro más destacado. Fue una reunión distendida y amable con el jefe socialista.

El día 23 de octubre de aquel mismo año, fue el día en que de nuevo pisó tierra española el exiliado Josep Tarradellas y desde el balcón del Palau de la Generalidad, pronunció su memorable saludo: “Ciutadans de Catalunya, ja sóc aquí”. Una frase que posee un valor simbólico decisivo.

El 14 de mayo de 1977, en un acto de inmensa generosidad y de profundo patriotismo, Don Juan de Borbón renunciaba a sus derechos a la Corona el mismo día que regresa a España Dolores Ibárruri, la Pasionaria.

Dos meses después, a sus 81 años, Dolores Ibárruri vicepresidiría junto a Rafael Alberti la mesa de edad del Congreso de los Diputados.

Aquello constituía todo un símbolo de la voluntad de cerrar las heridas de la Guerra Civil y de concordia del pueblo español, que dejaba dejar atrás el pasado para encarar juntos un nuevo futuro.

Me pregunto qué hubiese ocurrido en aquel entonces de haber existido unos políticos que hubiesen dicho, no, no y no y hubieran antepuesto sus intereses personales y partidistas como los de ahora, al interés general de todos los españoles.

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