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Pascual Falces

La farsa social

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Nuestro tiempo arrastra arquetipos de épocas pasadas que se repiten y pasan de boca en boca, o de mano en mano, y, es un decir, porque, más bien suele ser “de papel en papel” o de “pantalla en pantalla”, sin saber muy bien qué es lo que representan ni lo que quieren decir. Y es que la nuestra, no es precisamente una etapa de la historia del hombre que se caracterice por la proliferación de ideas, de nuevas interpretaciones, sino que se reinterpreta lo pasado, o sencillamente se ponen nuevos nombres a lo ya conocido y bien experimentado, incluso desechado. Dicho de otro modo, se “sustraen” ideas, quien sabe de donde, se disfrazan o rebautizan y se presentan como nuevas, y, a veces, ni siquiera eso, con lo que el “copieteo” y la vulgaridad están servidos.

Tampoco es que lo anterior importe mucho, porque se lee poco y de prisa, no hay análisis detenido, no se rebusca para saber si lo que se termina de oír o leer pertenece a tal o cual contexto anterior. La prisa es otra de las características de nuestro tiempo, y todo lo más, si alguien sintió la inquietud de mirar algo que le “sonaba”, la mayoría de las veces se queda en sólo una buena intención. Los acontecimientos se suceden a velocidad de vértigo, y el poso que queda es el de lo vulgar, de lo repetitivo, de lo machacón que “alguien” se encarga de introducir. Ejemplo de ello es una verdad muy de nuestros días: una mentira suficientemente repetida se transforma en una gran “verdad”.

Ocurre algo de todo lo anterior con “lo” social. No parece sino que tal término se refiriese a una realidad suficientemente satisfecha en nuestra sociedad cotidiana. El Estado del bienestar parece ya implantado. La seguridad social, la medicina universal y gratuita de Esperanza Aguirre -por ejemplo- en la Comunidad de Madrid, las pensiones “no contributivas”, y etcétera, ya no dejan a nadie sin cobertura “social”. Todo el mundo está amparado. Por decreto, ya no hay pobres “de pedir”, y todo el mundo sabe que esto no es así. ¿Son una fantasía las colas de los comedores gratuitos de “Cáritas” en estos mismos días? ¿los que rebuscan en contenedores en las calles?...

No se vive en las primeras décadas del siglo veinte, cuando un arquitecto estuvo lo suficientemente motivado por “lo” social como para contribuir a fundar el Movimiento comunista en España al contemplar el desamparo de las viudas y huérfanos de los obreros de la construcción en Madrid por la incuria de los empresarios. O cuando, por contraposición, un médico aragonés se afilió a un movimiento de sentido contrario cansado de proporcionar de su bolsillo el dinero para los medicamentos que necesitaban los obreros del campo y sus familiares al no existir ni atisbo de seguros sociales. “Lo” social ha cambiado, y pretender vivir de la renta del término es una desfachatez.

Los pobres hoy día siguen existiendo, aunque tengan nombres pomposos, como el de “pensionista no contributivo”, que significa exactamente que un ser humano, solo o acompañado, sobreviva con trescientos euros al mes. Y, es, tan sólo un ejemplo. La función social de los sindicatos en su origen, ha quedado como en la edad de piedra de la historia del hombre. Un gobierno actual, orgulloso de su estado de bienestar, ayudando a troche y moche internacionalmente cual nuevo rey Midas ¿sería capaz de reconocer sus propias miserias interiores?... Mientras, la farsa, continúa.

La farsa social

Pascual Falces
Pascual Falces
jueves, 15 de enero de 2009, 06:09 h (CET)
Nuestro tiempo arrastra arquetipos de épocas pasadas que se repiten y pasan de boca en boca, o de mano en mano, y, es un decir, porque, más bien suele ser “de papel en papel” o de “pantalla en pantalla”, sin saber muy bien qué es lo que representan ni lo que quieren decir. Y es que la nuestra, no es precisamente una etapa de la historia del hombre que se caracterice por la proliferación de ideas, de nuevas interpretaciones, sino que se reinterpreta lo pasado, o sencillamente se ponen nuevos nombres a lo ya conocido y bien experimentado, incluso desechado. Dicho de otro modo, se “sustraen” ideas, quien sabe de donde, se disfrazan o rebautizan y se presentan como nuevas, y, a veces, ni siquiera eso, con lo que el “copieteo” y la vulgaridad están servidos.

Tampoco es que lo anterior importe mucho, porque se lee poco y de prisa, no hay análisis detenido, no se rebusca para saber si lo que se termina de oír o leer pertenece a tal o cual contexto anterior. La prisa es otra de las características de nuestro tiempo, y todo lo más, si alguien sintió la inquietud de mirar algo que le “sonaba”, la mayoría de las veces se queda en sólo una buena intención. Los acontecimientos se suceden a velocidad de vértigo, y el poso que queda es el de lo vulgar, de lo repetitivo, de lo machacón que “alguien” se encarga de introducir. Ejemplo de ello es una verdad muy de nuestros días: una mentira suficientemente repetida se transforma en una gran “verdad”.

Ocurre algo de todo lo anterior con “lo” social. No parece sino que tal término se refiriese a una realidad suficientemente satisfecha en nuestra sociedad cotidiana. El Estado del bienestar parece ya implantado. La seguridad social, la medicina universal y gratuita de Esperanza Aguirre -por ejemplo- en la Comunidad de Madrid, las pensiones “no contributivas”, y etcétera, ya no dejan a nadie sin cobertura “social”. Todo el mundo está amparado. Por decreto, ya no hay pobres “de pedir”, y todo el mundo sabe que esto no es así. ¿Son una fantasía las colas de los comedores gratuitos de “Cáritas” en estos mismos días? ¿los que rebuscan en contenedores en las calles?...

No se vive en las primeras décadas del siglo veinte, cuando un arquitecto estuvo lo suficientemente motivado por “lo” social como para contribuir a fundar el Movimiento comunista en España al contemplar el desamparo de las viudas y huérfanos de los obreros de la construcción en Madrid por la incuria de los empresarios. O cuando, por contraposición, un médico aragonés se afilió a un movimiento de sentido contrario cansado de proporcionar de su bolsillo el dinero para los medicamentos que necesitaban los obreros del campo y sus familiares al no existir ni atisbo de seguros sociales. “Lo” social ha cambiado, y pretender vivir de la renta del término es una desfachatez.

Los pobres hoy día siguen existiendo, aunque tengan nombres pomposos, como el de “pensionista no contributivo”, que significa exactamente que un ser humano, solo o acompañado, sobreviva con trescientos euros al mes. Y, es, tan sólo un ejemplo. La función social de los sindicatos en su origen, ha quedado como en la edad de piedra de la historia del hombre. Un gobierno actual, orgulloso de su estado de bienestar, ayudando a troche y moche internacionalmente cual nuevo rey Midas ¿sería capaz de reconocer sus propias miserias interiores?... Mientras, la farsa, continúa.

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