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Sobre la libertad de voto de los diputados españoles

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En España hemos asumido con demasiada naturalidad una circunstancia que no deja de ser un auténtico fraude para los electores, y es la falta de libertad de los diputados para expresar su voto en la cámara correspondiente. A diferencia de lo que observamos en otras naciones de nuestro entorno en dónde diferentes planteamientos preconizados desde la dirección de una formación, no son asumidos por todos sus diputados y eso tiene luego un reflejo en las acciones de sus señorías, en nuestro país cada grupo parlamentario es un conjunto monolítico. En el preciso momento de la votación no existe discrepancia ni debate. No hay lugar para la libertad de conciencia a menos que te expongas a una sanción/depuración por parte de la cúpula del partido/partida… y menos a la hora de votar la investidura ¡Qué fácil resulta pronosticar con nuestros partidos políticos! En función de su número de representantes cual perfecto mazacote, auguramos tal o cual resultado.

Existe históricamente un caso paradigmático antagónico a lo denunciado. Lo expondré brevemente:

A consecuencia de las reformas electorales británicas del último tercio del siglo XIX, el nacionalismo irlandés había sabido capitalizar muy bien sus oportunidades. En las elecciones de 1885 su representación ascendía a 86 escaños sobre los 103 que tenía asignada Irlanda. Lo cual convertía al grupo nacionalista irlandés como el tercer partido del Parlamento británico. Quizá para sacudirse el poder y la influencia que este grupo había alcanzado en Londres, Gladstone el líder de los liberales, llevó un proyecto al Parlamento de Westminster para ampliar la autonomía de Irlanda. Se preveía la creación de un Parlamento irlandés en Dublín con amplias atribuciones.

Este hecho provocó la escisión del Partido Liberal británico. Joseph Chamberlain el cabecilla de la revuelta “palatina” conformaría en 1886 el grupo “liberal – unionista” cuyo principal axioma era la oposición a la autonomía irlandesa. Un total de 93 diputados liberales votaron en contra de su propio gobierno, lo que hizo que el proyecto de Gladstone fracasase estrepitosamente. La facción “liberal – unionista” adquiriría desde entonces asociado con el Partido Conservador y hasta la Primera Guerra Mundial, una notable influencia en el panorama político británico. Mientras escribía este relato me estaba acordando principalmente de Susana Díaz y los diputados socialistas andaluces, ¿conocerán este trascendental pasaje? No me negarán que algún paralelismo muy interesante se podría trazar. Pero que nadie se perturbe ni se agite, en la España actual no suceden estas cosas.

Sobre la libertad de voto de los diputados españoles

Juan López Benito
sábado, 6 de febrero de 2016, 01:38 h (CET)
En España hemos asumido con demasiada naturalidad una circunstancia que no deja de ser un auténtico fraude para los electores, y es la falta de libertad de los diputados para expresar su voto en la cámara correspondiente. A diferencia de lo que observamos en otras naciones de nuestro entorno en dónde diferentes planteamientos preconizados desde la dirección de una formación, no son asumidos por todos sus diputados y eso tiene luego un reflejo en las acciones de sus señorías, en nuestro país cada grupo parlamentario es un conjunto monolítico. En el preciso momento de la votación no existe discrepancia ni debate. No hay lugar para la libertad de conciencia a menos que te expongas a una sanción/depuración por parte de la cúpula del partido/partida… y menos a la hora de votar la investidura ¡Qué fácil resulta pronosticar con nuestros partidos políticos! En función de su número de representantes cual perfecto mazacote, auguramos tal o cual resultado.

Existe históricamente un caso paradigmático antagónico a lo denunciado. Lo expondré brevemente:

A consecuencia de las reformas electorales británicas del último tercio del siglo XIX, el nacionalismo irlandés había sabido capitalizar muy bien sus oportunidades. En las elecciones de 1885 su representación ascendía a 86 escaños sobre los 103 que tenía asignada Irlanda. Lo cual convertía al grupo nacionalista irlandés como el tercer partido del Parlamento británico. Quizá para sacudirse el poder y la influencia que este grupo había alcanzado en Londres, Gladstone el líder de los liberales, llevó un proyecto al Parlamento de Westminster para ampliar la autonomía de Irlanda. Se preveía la creación de un Parlamento irlandés en Dublín con amplias atribuciones.

Este hecho provocó la escisión del Partido Liberal británico. Joseph Chamberlain el cabecilla de la revuelta “palatina” conformaría en 1886 el grupo “liberal – unionista” cuyo principal axioma era la oposición a la autonomía irlandesa. Un total de 93 diputados liberales votaron en contra de su propio gobierno, lo que hizo que el proyecto de Gladstone fracasase estrepitosamente. La facción “liberal – unionista” adquiriría desde entonces asociado con el Partido Conservador y hasta la Primera Guerra Mundial, una notable influencia en el panorama político británico. Mientras escribía este relato me estaba acordando principalmente de Susana Díaz y los diputados socialistas andaluces, ¿conocerán este trascendental pasaje? No me negarán que algún paralelismo muy interesante se podría trazar. Pero que nadie se perturbe ni se agite, en la España actual no suceden estas cosas.

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