Las elecciones en la comunidad vasca adolecen de un defecto de fondo desde sus primeras convocatorias que no se suele mencionar, y, en consecuencia, se dan por buenos todos los resultados obtenidos en los años que España vive en democracia parlamentaria bajo el voto libre y directo. Al ignorar este vicio de origen, mirando para otro lado, y por los motivos que fueren, son los propios vascos quienes cargan con el peso de un árbol cada vez mas torcido y más difícil de enderezar.
La sociedad vasca no ha votado nunca como el resto del país porque vive en un ambiente atemorizado, su voto no es libre y no pueden votar todos los vascos. En el medio rural, en que “todos se conocen”, el temor de ser identificados con el voto “españolista” constituye un serio compromiso personal y familiar, y el vasco que ha tenido que emigrar fuera del territorio que le vio nacer se ve privado de su derecho de voto. ¿Qué clase de elecciones son esas? ¿Sobre qué resultados espurios se ha establecido la vida política de los últimos treinta y tantos años?...
Entre los gobernantes y políticos, unos se han enganchado al torcido sistema e ignorándolo lo han “digerido”, por así decir, y subidos al traqueteante carromato, han formado parte de la parodia. A otros, les ha resultado ventajoso el “vicio”, y dentro de él han hecho una carrera que nunca habrían soñado “dentro de la ley”. Y los comentaristas rellenan sus columnas entre la hojarasca del árbol cada vez más retorcido. Mientras, el negro nubarrón del miedo, como esas boinas de contaminación que en los atardeceres se ciñen sobre las grandes urbes, ha permanecido fijo sobre el país vasco, Euskadi, o como quiera que se le llame. Tan sólo aquellas esperanzadoras cuarenta y ocho horas que rodearon al alevoso asesinato de Miguel Ángel Blanco, en Ermua, las gentes de aquellas tierras vivieron sin miedo respaldados por el resto de España, y hasta la Erzaintza se despojó de sus pasamontañas, en un gesto de valor sin precedentes ni continuación.
El Estado Central también ha participado en esta ficción del vicio electoral vasco, sirviéndose de él fuera cual fuese el partido en el Gobierno, porque el hecho cierto es que ninguno ha querido hincar el diente al problema de base, y el “defecto” se ha ido enquistando cada vez más y más, aumentando en los dos sentidos señalados, más temor y mayor exilio de no votantes -conocido es el dislate de que pronto podrán votar los nietos de aquellos vascos emigrados de cuando la Guerra Civil, y seguirán sin votar los que se han tenido que ir ante una amenazadora carta de ETA-. Esta perversión electoral vasca también tiene un peso desequilibrante sobre el conjunto del sistema político español, y constituye una de las taras de la democracia española.
Una vez torcida desde su origen la vida política vasca y reflejada en sus instituciones, los disparates saltan como palomitas de maíz al introducir éste en un microondas. Cuando Ibarreche se “aventó” con aquello de “los vascos y vascas”, pocas voces se alzaron denunciando la supina ignorancia de que hacia gala en cuanto a la Gramática de concordancia de género y número, que dice así: “si los sustantivos tienen géneros distintos, se prefiere el masculino”. Y, punto pelota, como ha de ser. Por citar un ejemplo tonto, que los hay a miles. Si viviera Don Miguel de Unamuno, y tantos otros vascos, seguro que se volvían a morir de pena... Quienes por profundo afecto de tantos años de estrecho trato y sin otro interés, observan condolidos el devenir del pueblo vasco, sienten un enorme peso sobre el corazón.