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Esta valentía está acabada,
por el mero hecho de ser el luto negro de su recuerdo,
de tanto ser valiente aquél finalmente perdió su última batalla al caer al abismo del más fuerte traidor.
Esta valentía está acabada,
lentamente, murió el caballero por la espada del nuevo noble,
tan galán que su alma llegó tardía a las bellas retinas de la princesa de sus ojos.
Esta valentía está acabada,
en el largo silencio de aquel líder que tanto piensa en ser el mejor a costa de almas ajenas,
el valiente fue el eterno perdedor, en su mundo interior, mil duendes vestidos de luto por el rencor de su negra y astuta estrategia de los roles cruzados en esta vida.
Esta valentía está acabada,
el galán suicidó su estima ahogada en su lloro, seco y mudo,
en su lecho de muerte sus miedos estaban escritos con letra de sangre roja.
En su texto de luto citaba el siguiente drama algo cómico:
"se va para siempre éste, tristemente duerme en su alma y reposa su espíritu sin su lloro mundano,
paz interna para todos menos para el ladrón de corazones ajenos, a él le deseo el mal de mil demonios, que su alma sienta el buen perder por querer aquélla que adora a su peor amigo adverso".
Soneto dedicado a la Hermandad del Cristo de los Estudiantes de Córdoba que ha logrado esta imagen, tan cabal como conmovedora, que nos acerca, más aún, al Cristo Vivo del Sagrario.
A pocos días de que comience la Semana Santa, en donde se vive con especial devoción en lugares tan emblemáticos como Sevilla, cae en nuestras manos una característica novela negra del escritor Fran Ortega. Los hijos de justo comienza con el capellán de la Macarena degollado en la Basílica, en donde, además, no hay rastro de la imagen de la virgen.
Te he mirado Señor, como otras veces, pero hoy tu rostro está más afligido. Sé que ahora te sientes muy herido por agravios que tu no te mereces.
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