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¿Y si los creyentes de la Iglesia supieran la verdad?

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Si los seres humanos nos hiciéramos conscientes de la sencilla afirmación que realizó Jesús de Nazaret hace 2000 años, y que dice: “Con la medida con que midáis seréis medidos”, y además la tomáramos en serio, tendríamos otra percepción de la vida y de los sucesos que cada día tienen lugar, pues nada pasa por casualidad, tampoco los muchos trágicos acontecimientos de nuestro mundo.

Ser conscientes de que la ley de Causa y efecto, que es igual a decir que a cada acción le sigue una reacción, significa ver claramente por ejemplo como las doctrinas eclesiásticas suelen calificar de “misterios de Dios” todo aquello que les resulta desconocido, sobre todo aquello sobre lo que no pueden dar una explicación convincente porque desconocen la explicación.

Sería interesante que toda persona pudiera reflexionar seriamente sobre los acuerdos que tuvieron lugar durante el Concilio de Constantinopla celebrado el año 553, así descubrirá qué acontecimientos tan relevantes para el devenir de la historia se produjeron allí. Pues en dicho Concilio se condenó por decisión mayoritaria lo que el maestro de los comienzos del cristianismo, Orígenes, enseño: que las almas de los hombres existían como seres espirituales antes del nacimiento de su cuerpo, y que los acontecimientos de la Caída les llevaron a la corporeidad. Así mismo se condenó la creencia de que algún día todas las almas y hombres regresarían a Dios. En su lugar el Concilio estableció la enseñanza de la condenación eterna. Por increíble que a algún lector le pueda parecer, hubo por lo tanto hombres que en aquel concilio condenaron las enseñanzas de Jesús de Nazaret, quien trajo el mensaje de un Dios-Padre amoroso que no condena a nadie, y mucho menos eternamente. Se condenó la preexistencia del alma, una de las bases de la enseñanza de la reencarnación que también enseño Jesús de Nazaret, como se deduce de varios escritos de los primeros tiempos de cristianismo.

En base a esto se puede afirmar que las doctrinas de las Iglesias están basadas únicamente en opiniones, en ningún caso basadas en la verdad. Pues conscientemente ocultan algo de tanta relevancia para la vida de las personas, como el conocimiento sobre la ley de Siembra y cosecha. Puesto que si enseñasen esta verdad universal, existiría la posibilidad de que sus fieles midieran también a la casta sacerdotal con la ley de Causa y efecto y poniéndolos al descubierto, dejasen de creer en los llamados “misterios de Dios”. Esto supondría un enorme perjuicio para la iglesia, pues si existe un motivo predominante para justificar tanto la influencia que ejercen sobre las personas, como la incalculable riqueza que posen, este no es otro que las enormes anteojeras que han impuesto a sus ovejas, y que ellas se han dejado imponer bien por miedo, por costumbre, comodidad o dependencia.

Si las ovejas de la iglesia conocieran la ley de Causa y efecto, ya no creerían ciegamente todo lo que dicen los dignatarios eclesiásticos, con lo que el número de personas que se salen de la iglesia se multiplicaría. Motivo por el que es tan importante para dicha institución que este conocimiento ancestral siga bien oculto.

¿Y si los creyentes de la Iglesia supieran la verdad?

Vida Universal
lunes, 1 de febrero de 2016, 23:29 h (CET)
Si los seres humanos nos hiciéramos conscientes de la sencilla afirmación que realizó Jesús de Nazaret hace 2000 años, y que dice: “Con la medida con que midáis seréis medidos”, y además la tomáramos en serio, tendríamos otra percepción de la vida y de los sucesos que cada día tienen lugar, pues nada pasa por casualidad, tampoco los muchos trágicos acontecimientos de nuestro mundo.

Ser conscientes de que la ley de Causa y efecto, que es igual a decir que a cada acción le sigue una reacción, significa ver claramente por ejemplo como las doctrinas eclesiásticas suelen calificar de “misterios de Dios” todo aquello que les resulta desconocido, sobre todo aquello sobre lo que no pueden dar una explicación convincente porque desconocen la explicación.

Sería interesante que toda persona pudiera reflexionar seriamente sobre los acuerdos que tuvieron lugar durante el Concilio de Constantinopla celebrado el año 553, así descubrirá qué acontecimientos tan relevantes para el devenir de la historia se produjeron allí. Pues en dicho Concilio se condenó por decisión mayoritaria lo que el maestro de los comienzos del cristianismo, Orígenes, enseño: que las almas de los hombres existían como seres espirituales antes del nacimiento de su cuerpo, y que los acontecimientos de la Caída les llevaron a la corporeidad. Así mismo se condenó la creencia de que algún día todas las almas y hombres regresarían a Dios. En su lugar el Concilio estableció la enseñanza de la condenación eterna. Por increíble que a algún lector le pueda parecer, hubo por lo tanto hombres que en aquel concilio condenaron las enseñanzas de Jesús de Nazaret, quien trajo el mensaje de un Dios-Padre amoroso que no condena a nadie, y mucho menos eternamente. Se condenó la preexistencia del alma, una de las bases de la enseñanza de la reencarnación que también enseño Jesús de Nazaret, como se deduce de varios escritos de los primeros tiempos de cristianismo.

En base a esto se puede afirmar que las doctrinas de las Iglesias están basadas únicamente en opiniones, en ningún caso basadas en la verdad. Pues conscientemente ocultan algo de tanta relevancia para la vida de las personas, como el conocimiento sobre la ley de Siembra y cosecha. Puesto que si enseñasen esta verdad universal, existiría la posibilidad de que sus fieles midieran también a la casta sacerdotal con la ley de Causa y efecto y poniéndolos al descubierto, dejasen de creer en los llamados “misterios de Dios”. Esto supondría un enorme perjuicio para la iglesia, pues si existe un motivo predominante para justificar tanto la influencia que ejercen sobre las personas, como la incalculable riqueza que posen, este no es otro que las enormes anteojeras que han impuesto a sus ovejas, y que ellas se han dejado imponer bien por miedo, por costumbre, comodidad o dependencia.

Si las ovejas de la iglesia conocieran la ley de Causa y efecto, ya no creerían ciegamente todo lo que dicen los dignatarios eclesiásticos, con lo que el número de personas que se salen de la iglesia se multiplicaría. Motivo por el que es tan importante para dicha institución que este conocimiento ancestral siga bien oculto.

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