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La mirada dormida,
el tercer ojo de este alma apagada en su espíritu,
llega tarde la tenue luz de la vieja esperanza ya perdida en su ausencia.
La mirada dormida,
donde no hay más opción para el ciego con vista cansada en su falso engañado corazón,
su tic-tac era muy monótono, sucio y tenebroso, marcaba la hora del final de ese extraño querer.
La mirada dormida,
de aquel medio demonio que intentó ser un ángel algo travieso en su ser,
el cambio se dio poco después de aquella pérdida de ése que observa tu falta de besos y de los mil abrazos que iluminan el triste karma.
La mirada dormida,
un día se fundió tus bellos ojos en su lloro,
lentamente, se volvió a encender un poco esas retinas que dan vida mas guardan esos mil silencios mudos en los tormentos de esta sucia vida.
A Mercedes Isabel: A mi edad, me pregunto, sin pretender escribir los versos mas triste esta tarde. Como olvidarte, flor de mi vida. Desventurado sería, no haberte tenido.
El hombre ocupa el área ocre de la pista. La mujer, el área aceituna. El hombre, debajo de una mesa liviana. Cerca y silencioso, un enanito disfrazado de enanito de jardín. El haz del “buscador”, quieto, lo ilumina. Se enloquece. Se pasea por el área ocre. Se detiene en el hombre: Romeo, el italiano. Habrán de imaginárselo: candor.
Resulta admirable encontrarse con un libro que guarda sus raíces en la investigación académica y en la fusión de las pasiones por la tradición oral y la ilustración. La cantidad de datos, citas, reflexiones minuciosas, relatos, trazos y nombres aparecen de una manera tan acertada, que en conjunto configuran ese terreno seguro donde entregarnos confiadamente a la lectura.
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