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Almudena Negro

Carmen Martínez Castro contra Víctor Gago

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Erase una vez un partido político de oposición que presumía de defender las libertades y las igualdades entre todos los ciudadanos, fueran del territorio que fuesen. Muchos fueron sus miembros que, convencidos de aquello que decían, se jugaron, y en algunos casos la dieron, la vida frente a los terroristas que asolaban una de las más bellas regiones de aquella nación. Era aquel el partido político con mayor número de militantes de cuanto partido político había en el continente.

Pero un buen día sus dirigentes, políticos profesionales mucho menos nobles que los millones de votantes con que contaba, dispuestos a suceder al demagogo que gobierna asumiendo el cambio de régimen que éste propugna, decidieron, vaya usted a saber por qué, que había que cambiar de imagen. Así, no pararon hasta lograr lo que ni los terroristas habían logrado: que valientes ciudadanos que llevaban décadas sufriendo (alguno de ellos estuvo años encerrado en un zulo y su sufrimiento sólo es comparable con el que debieron pasar las víctimas del campo de concentración nazi o del gulag soviético) abandonaran dicha formación.

Entre insidias como la ingesta de antidepresivos, campañas de destrucción personal contra verdaderos héroes, aplausos del régimen despótico y aullidos de placer de aquellos que tienen asumida su condición de súbditos, la cúpula del PP machacó a lo más valioso de cuanto albergaba en su seno. A quienes, escandalizados, se oponían a ese abandono de principios que había hecho grande a la formación política en cuestión se los tachaba de extremistas. Porque ellos, los nuevos –que eran en realidad los más carcas de los de siempre, con algún que otro cambio- eran el centro. La nada ideológica.

Y llegó el día en que los centristas decidieron dar un paso más allá e ir contra la libertad. Empezaron por los periodistas. Pero no contra cualquier periodista, claro. Cuando un titiritero ultra, que acaba de perder una pequeña parte de su fortuna en Madoff, les acusó públicamente de haber querido dar un golpe de estado el silencio fue su respuesta. Cuando una columnista, emborrachada de influencia, llamó “hijos de puta” a todos los votantes del partido en el medio progre por excelencia, el silencio resultó estruendoso. Cuando otra sanguinaria progre relataba las ganas que tenía de ponerse a fusilar a diestro y no siniestro, silencio. Cuando un ya fallecido editor osó llamar franquistas a cuantos salieron a la calle acudiendo a la llamada del líder del centro el partido no se atrevió más que a patalear un poco.

Más hete tú aquí que el más centrista de todos los centristas, aquél que ha dejado aquellas administraciones por donde ha pasado que ríase usted del Maasdam (el Gruyere, pese al dicho popular, no tiene agujeros) y que se ha visto envuelto en varios escándalos de corrupción aún sin aclarar, como, por ejemplo, la “operación guateque”, decidió llevar a los tribunales y sentar en el banquillo al personaje más influyente entre los votantes de la derecha. Lo que ni la izquierda, acaso menos liberticida que él, había osado. No iba a ser el único caso.

La propia jefa de prensa del líder, de nombre Carmen Martínez Castro, decidió un 24 de diciembre de 2008 presentar papeleta de conciliación previa a una querella por injurias (e, increíblemente, también calumnias) contra Víctor Gago, periodista liberal, por unas declaraciones realizadas por éste. Gago afirmó en una tertulia que la jefa de prensa de Mariano Rajoy estaba detrás de una serie de filtraciones cuyo objeto era desprestigiar a José María Aznar, que fuera presidente del gobierno y quien convirtió a un partido reaccionario y carca (el del papá político del niño centrista de los agujeros) en un partido de gobierno.

Pensaban en la sede de los centristas que su doble vara de medir iba a pasar desapercibida. Al fin y al cabo Gago no era más que un periodista en busca de trabajo, sin recursos para hacer frente al gabinete jurídico que ellos sí se pueden pagar.

Más la rebelión y la denuncia pública del actuar de la señora Martínez comenzó, de la mano de la red antizp y de tres blogueros que decidieron crear un grupo de apoyo en Facebook, en la red.

Hoy, cuando escribo estas líneas, ya son miles los ciudadanos que han tenido conocimiento de cómo actúa este nuevo PP y decenas los blogs que denuncian lo acontecido. Una campaña de autoinculpación también ha sido ya puesta en marcha. A día de hoy son muchos los que saben quién es Carmen Martínez Castro. La solidaridad con Gago y la denuncia de la hipocresía del PP son imparables. Ni que decir tiene que me sumo. Víctor, estoy contigo.

Carmen Martínez Castro contra Víctor Gago

Almudena Negro
Almudena Negro
martes, 6 de enero de 2009, 18:27 h (CET)
Erase una vez un partido político de oposición que presumía de defender las libertades y las igualdades entre todos los ciudadanos, fueran del territorio que fuesen. Muchos fueron sus miembros que, convencidos de aquello que decían, se jugaron, y en algunos casos la dieron, la vida frente a los terroristas que asolaban una de las más bellas regiones de aquella nación. Era aquel el partido político con mayor número de militantes de cuanto partido político había en el continente.

Pero un buen día sus dirigentes, políticos profesionales mucho menos nobles que los millones de votantes con que contaba, dispuestos a suceder al demagogo que gobierna asumiendo el cambio de régimen que éste propugna, decidieron, vaya usted a saber por qué, que había que cambiar de imagen. Así, no pararon hasta lograr lo que ni los terroristas habían logrado: que valientes ciudadanos que llevaban décadas sufriendo (alguno de ellos estuvo años encerrado en un zulo y su sufrimiento sólo es comparable con el que debieron pasar las víctimas del campo de concentración nazi o del gulag soviético) abandonaran dicha formación.

Entre insidias como la ingesta de antidepresivos, campañas de destrucción personal contra verdaderos héroes, aplausos del régimen despótico y aullidos de placer de aquellos que tienen asumida su condición de súbditos, la cúpula del PP machacó a lo más valioso de cuanto albergaba en su seno. A quienes, escandalizados, se oponían a ese abandono de principios que había hecho grande a la formación política en cuestión se los tachaba de extremistas. Porque ellos, los nuevos –que eran en realidad los más carcas de los de siempre, con algún que otro cambio- eran el centro. La nada ideológica.

Y llegó el día en que los centristas decidieron dar un paso más allá e ir contra la libertad. Empezaron por los periodistas. Pero no contra cualquier periodista, claro. Cuando un titiritero ultra, que acaba de perder una pequeña parte de su fortuna en Madoff, les acusó públicamente de haber querido dar un golpe de estado el silencio fue su respuesta. Cuando una columnista, emborrachada de influencia, llamó “hijos de puta” a todos los votantes del partido en el medio progre por excelencia, el silencio resultó estruendoso. Cuando otra sanguinaria progre relataba las ganas que tenía de ponerse a fusilar a diestro y no siniestro, silencio. Cuando un ya fallecido editor osó llamar franquistas a cuantos salieron a la calle acudiendo a la llamada del líder del centro el partido no se atrevió más que a patalear un poco.

Más hete tú aquí que el más centrista de todos los centristas, aquél que ha dejado aquellas administraciones por donde ha pasado que ríase usted del Maasdam (el Gruyere, pese al dicho popular, no tiene agujeros) y que se ha visto envuelto en varios escándalos de corrupción aún sin aclarar, como, por ejemplo, la “operación guateque”, decidió llevar a los tribunales y sentar en el banquillo al personaje más influyente entre los votantes de la derecha. Lo que ni la izquierda, acaso menos liberticida que él, había osado. No iba a ser el único caso.

La propia jefa de prensa del líder, de nombre Carmen Martínez Castro, decidió un 24 de diciembre de 2008 presentar papeleta de conciliación previa a una querella por injurias (e, increíblemente, también calumnias) contra Víctor Gago, periodista liberal, por unas declaraciones realizadas por éste. Gago afirmó en una tertulia que la jefa de prensa de Mariano Rajoy estaba detrás de una serie de filtraciones cuyo objeto era desprestigiar a José María Aznar, que fuera presidente del gobierno y quien convirtió a un partido reaccionario y carca (el del papá político del niño centrista de los agujeros) en un partido de gobierno.

Pensaban en la sede de los centristas que su doble vara de medir iba a pasar desapercibida. Al fin y al cabo Gago no era más que un periodista en busca de trabajo, sin recursos para hacer frente al gabinete jurídico que ellos sí se pueden pagar.

Más la rebelión y la denuncia pública del actuar de la señora Martínez comenzó, de la mano de la red antizp y de tres blogueros que decidieron crear un grupo de apoyo en Facebook, en la red.

Hoy, cuando escribo estas líneas, ya son miles los ciudadanos que han tenido conocimiento de cómo actúa este nuevo PP y decenas los blogs que denuncian lo acontecido. Una campaña de autoinculpación también ha sido ya puesta en marcha. A día de hoy son muchos los que saben quién es Carmen Martínez Castro. La solidaridad con Gago y la denuncia de la hipocresía del PP son imparables. Ni que decir tiene que me sumo. Víctor, estoy contigo.

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