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Óscar Arce Ruiz

Por su propio peso

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Hay momentos en que las circunstancias nos empujan a separarnos de nuestros semejantes, de una manera consciente y buscando por voluntad propia la ausencia de contacto con otras personas.

A diferencia del retiro místico, que no se articula en contra del ser humano sino a favor de algún ser trascendente, el aislamiento de forma premeditada tiene siempre forma de ruptura con base misantrópica.

Y ese sustrato de confrontación con el ser humano resulta siempre provocado por una generalización desmesurada que conduce a la universalización falsa de nuestras creencias. Pongamos un ejemplo: en algún momento comprobamos por nuestra experiencia que los objetos que se mantienen elevados caen hasta topar con el suelo si se pierde su apoyo. De alguna manera generalizamos esa experiencia hasta hacerla libre de su forma física y concluir que todo lo que está elevado y sin soporte colisiona antes o después contra el suelo.

Así, al sentir que todas las personas a nuestro alrededor nos maltratan de algún modo es fácil generalizar el sentimiento e inculpar por los actos de algunos a la especie entera.

Pero igual que la concepción de la caída se matiza con la experiencia de objetos como los aviones (suspendidos que no se desploman), también nuestra concepción de la humanidad cambia cuando conocemos nuevos elementos que nos hacen matizar nuestra visión. Igual que hay cosas que caen bajo ciertas circunstancias mientras otras permanecen en lo alto, también existen humanos que son hirientes en determinadas circunstancias mientras otros nos resultan enormemente complacientes.

La búsqueda consciente de la soledad hacia la imposición de uno mismo por encima de la influencia de los otros responde a la negativa de examinar detenidamente cuáles son esas circunstancias que hacen que nos sintamos heridos y si es alguna acción nuestra lo que las sustentan. No es más que vivir en la ilusión de que es uno siempre el ofendido.

Si somos capaces de sobreponernos a la pereza de analizarnos, veremos que el final del proceso de matización está cerrado por el retorno a la necesidad social, al descubrimiento de que los sentimientos humanos (felicidad y tristeza incluidas) no son nunca plenos si no se comparten.

Por su propio peso

Óscar Arce Ruiz
Óscar Arce
domingo, 4 de enero de 2009, 13:20 h (CET)
Hay momentos en que las circunstancias nos empujan a separarnos de nuestros semejantes, de una manera consciente y buscando por voluntad propia la ausencia de contacto con otras personas.

A diferencia del retiro místico, que no se articula en contra del ser humano sino a favor de algún ser trascendente, el aislamiento de forma premeditada tiene siempre forma de ruptura con base misantrópica.

Y ese sustrato de confrontación con el ser humano resulta siempre provocado por una generalización desmesurada que conduce a la universalización falsa de nuestras creencias. Pongamos un ejemplo: en algún momento comprobamos por nuestra experiencia que los objetos que se mantienen elevados caen hasta topar con el suelo si se pierde su apoyo. De alguna manera generalizamos esa experiencia hasta hacerla libre de su forma física y concluir que todo lo que está elevado y sin soporte colisiona antes o después contra el suelo.

Así, al sentir que todas las personas a nuestro alrededor nos maltratan de algún modo es fácil generalizar el sentimiento e inculpar por los actos de algunos a la especie entera.

Pero igual que la concepción de la caída se matiza con la experiencia de objetos como los aviones (suspendidos que no se desploman), también nuestra concepción de la humanidad cambia cuando conocemos nuevos elementos que nos hacen matizar nuestra visión. Igual que hay cosas que caen bajo ciertas circunstancias mientras otras permanecen en lo alto, también existen humanos que son hirientes en determinadas circunstancias mientras otros nos resultan enormemente complacientes.

La búsqueda consciente de la soledad hacia la imposición de uno mismo por encima de la influencia de los otros responde a la negativa de examinar detenidamente cuáles son esas circunstancias que hacen que nos sintamos heridos y si es alguna acción nuestra lo que las sustentan. No es más que vivir en la ilusión de que es uno siempre el ofendido.

Si somos capaces de sobreponernos a la pereza de analizarnos, veremos que el final del proceso de matización está cerrado por el retorno a la necesidad social, al descubrimiento de que los sentimientos humanos (felicidad y tristeza incluidas) no son nunca plenos si no se comparten.

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