Por mi trabajo he de atender frecuentes inquietudes de padres y profesores sobre la urgencia de que todos valoremos y apoyemos más la educación en el ámbito familiar. Además, es algo que constato, a diario, junto a mi esposa y mis hijos.
La familia es fuente de humanización y mejora. En ella se produce el desarrollo personal en un marco de responsabilidad y solidaridad, pues las relaciones familiares son –luchamos todos porque sean- esencialmente relaciones de amor. Es así que la civilización del amor, de los valores que algunos ven como una utopía, empieza en la familia.
Pero, la publicidad de los medios, a menudo con una descripción y una promoción falseadas de la familia, nos arrastran por “la dictadura de los usos sociales”, expresión utilizada hace ya muchos años por Ortega y Gasset. Por eso, hoy como ayer, relativizar la importancia de la familia e imponer ideologías que nos aparten del conocimiento de lo que es la persona y su dignidad, sería la mayor de las injusticias, nunca nos aportaría verdadero progreso humano.
Hablar de familia es hablar de libertad, autoridad, respeto, amor, crecimiento, entrega a los demás. Sí. En la familia encontramos la primera libertad y la primera rebeldía, que están conectadas íntimamente con el conocimiento propio y el servicio a los demás. Una libertad que es sacrificio y renuncia; que siempre cuidará con finura del gran valor del respeto y la justicia. En esa sana tensión madura la persona. Así será posible encontrar fortaleza ante la adversidad, un ambiente de alegre vencimiento, de mejora real y para todos, comprensión, cierta unánime esperanza, una referencia vital.
Por eso decía que es fuente de humanización y crecimiento personal, el mejor lugar donde las desigualdades pueden ser superadas, pues la familia es principio afectivo de la especie humana, cuna de socialización primaria e identitaria.
En las relaciones familiares, como primer objetivo, será preciso cultivar y acordar continuamente sus funciones personales: conyugal, parental y fraternal. Esta prioridad comienza ya con el noviazgo; de hecho, ahí se toma la mayor decisión. Tan es así, que a la hora de casarse conviene fijarse más en las funciones personales de la familia que se va a formar –pasar a ser esposos, posibles padres y relación entre hermanos- que en los beneficios que en general puede dar (funciones institucionales: biológica, económica, protectora, cultural y de integración).
Los gobernantes, si se quieren ocupar sinceramente del bien de la sociedad, entenderán que la familia es, más que una unidad jurídica, social y económica, una comunidad de amor y de solidaridad, también insustituible para la enseñanza y transmisión de los valores culturales, éticos y sociales, esenciales para el desarrollo y bienestar de toda la comunidad.
No obstante, existen funciones sociales, también con objetivos muy prácticos, que difícilmente podrán ser desempeñadas por otras instituciones distintas a la familia. Esto permite descubrir que la familia natural es un grupo primario que se constituye por la residencia común, la cooperación y la reproducción. No es posible que una sociedad moderna produzca los bienes, referencias y claves que requiere para operar, sin el concurso de la familia como referente principal.
Es así que la familia natural se mantiene como referencia práctica necesaria, sin perjuicio de que aparezcan y sean atendidos otros modos de convivencia.
En todo caso, la familia no es una construcción sociológica casual, fruto de situaciones particulares históricas y económicas. No. El hecho-familia existe en cuanto tal, aunque difiera según las culturas, del mismo modo que el hombre difiere según esas mismas culturas, pero sigue siendo hombre.
Por otra parte, y es más básico de lo que nos puede parecer a primera vista, la familia nos arraiga en una dimensión territorial y cultural, muy importantes para el desarrollo individual y colectivo. Pensemos también que las personas hemos de poder sentirnos fruto del amor; eso constituye, sin duda, una base firme de nuestro ser.
Para acercarnos mejor a lo inefable del tema, transcribo a continuación dos estrofas de una poesía de Miguel Hernández, “Hijo De La Luz y De La Sombra”. Al leer, pensemos en la inmensidad maravillosa de personas que no son noticia, que se desvelan por vivir en familia, como una de las más bellas aventuras de amor que puedan ser imaginadas.
“No te quiero a ti sola, te quiero en tu ascendencia
y en cuanto de tu vientre descenderá mañana.
Porque la especie humana me ha dado por herencia
la familia del hijo será la especie humana.
Con el amor a cuestas, dormidos y despiertos,
seguiremos besándonos en el hijo profundo.
Besándonos tú y yo se besan nuestros muertos,
se besan los primeros pobladores del mundo”.
Creo que, especialmente ahora, nos importa mucho a todos buscar el bien común –gran herencia para los que vendrán- no los intereses personales o sectarios, que son los únicos que parecen mover algunas políticas familiares y educativas de nuestro país.
Pues ¡ea!, gobernantes y políticos diversos, ya nos vale tirar todos del carro. Urge consensuar leyes estables que faciliten la conciliación trabajo-familia, que pongan en valor el papel de padre y de madre, que promuevan un leal trabajo en equipo entre profesionales de la educación y familias. Leyes que no invadan el territorio de la educación moral de niños y jóvenes, ni que coarten la libertad de los padres para elegir el colegio de sus hijos.
Pero no nos engañemos, a última hora serán los esfuerzos sinceros de los ciudadanos de a pie –sociedad civil cultivada e inconformista- los que construirán una sociedad repleta de hombres y mujeres sembradores de paz, magnánimos y verdaderamente libres.