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¿Alguien sabe hacia dónde se dirige este mundo?

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Un observador atento que con los sentidos despiertos observe todo lo que sucede a nivel mundial en la Tierra, podría perfectamente afirmar que este mundo parece un barco que se hunde, a cuyo capitán se le ha escapado el timón de las manos. El pueblo, semejante a la tripulación, se halla expuesto a las tormentas de alta mar que son las catástrofes, las guerras, el terrorismo, la corrupción, las ansias de poder y los asesinatos por doquier. Y nadie sabe ya hacia dónde se dirige en realidad el barco de este mundo.

Son muchos los que se sienten desprotegidos y entregados a un poder que no se sabe bien de dónde viene, porque lamentablemente ya se ha llegado al punto en el que casi todas las personas se echan las culpas unos a otros: los políticos al pueblo llano y el pueblo a los políticos. Y es que lo que antes era un caos mundial, hoy es ya un desastre mundial porque las catástrofes van en aumento a nivel general, pero también a nivel individual: Necesidades de todo tipo, enfermedades, abusos, paro, hambre, terrorismo, largas dolencias, asesinatos y un largo etcétera. El embrutecimiento de la humanidad aumenta a pasos agigantados.

Y si en medio de este maremagnun alguien busca claridad, por ejemplo preguntando a los representantes eclesiásticos, en los que espera hallar respuestas y explicaciones ante tantas “injusticias”, y ya de paso averiguar por qué Dios no interviene, lo más probable es que tras una larga perorata intelectual, le digan que Dios no nos permite ver en Sus misterios, lo que a fin de cuentas significa que Él, Dios, es el culpable del espectáculo bochornoso de este mundo, puesto que ni interviene ni nos deja entender sus motivos. Es decir Dios permite que los seres humanos sufran y que se ultraje a la Tierra, y todo por puro secreteo.

Sin embargo un analista serio, cuyo sentido común esté despierto pronto reconocerá que este caos mundial no puede venir de Dios, sino que sin duda ha sido causado por la misma humanidad tanto de hoy, como de todas las generaciones anteriores, es decir, cada ser humano tiene más o menos parte de culpa en este desastre mundial. Por eso estimado lector sepa que los efectos y consecuencias de una forma de pensar que busca el provecho propio, el egoísmo, el afán de poder, el afán de dominio y de lucha, que fomenta la intolerancia, la arrogancia, el menosprecio, la indiferencia y la frialdad de corazón, se van presentando cada vez con más rapidez tanto en las cosas pequeñas como en las grandes.

Mientras el ser humano no aprenda a respetar a sus semejantes, a la naturaleza y a los animales seguirá siendo enemigo de la vida, y malo para con ella. Destruye, aniquila y mata todo aquello que le estorba, y lo hace pensando en sí mismo. Pero el tiempo apremia y las horas se esfuman por lo que ha llegado la hora de observar más de cerca las indicaciones de la vida y cambiar. En la actualidad más de uno siente el apremio, la petición que le insta desde el fondo del alma diciendo: ¡oh hombre, no te demores. Verdaderamente ha llegado la hora!

¿Alguien sabe hacia dónde se dirige este mundo?

Vida Universal
martes, 26 de enero de 2016, 07:52 h (CET)
Un observador atento que con los sentidos despiertos observe todo lo que sucede a nivel mundial en la Tierra, podría perfectamente afirmar que este mundo parece un barco que se hunde, a cuyo capitán se le ha escapado el timón de las manos. El pueblo, semejante a la tripulación, se halla expuesto a las tormentas de alta mar que son las catástrofes, las guerras, el terrorismo, la corrupción, las ansias de poder y los asesinatos por doquier. Y nadie sabe ya hacia dónde se dirige en realidad el barco de este mundo.

Son muchos los que se sienten desprotegidos y entregados a un poder que no se sabe bien de dónde viene, porque lamentablemente ya se ha llegado al punto en el que casi todas las personas se echan las culpas unos a otros: los políticos al pueblo llano y el pueblo a los políticos. Y es que lo que antes era un caos mundial, hoy es ya un desastre mundial porque las catástrofes van en aumento a nivel general, pero también a nivel individual: Necesidades de todo tipo, enfermedades, abusos, paro, hambre, terrorismo, largas dolencias, asesinatos y un largo etcétera. El embrutecimiento de la humanidad aumenta a pasos agigantados.

Y si en medio de este maremagnun alguien busca claridad, por ejemplo preguntando a los representantes eclesiásticos, en los que espera hallar respuestas y explicaciones ante tantas “injusticias”, y ya de paso averiguar por qué Dios no interviene, lo más probable es que tras una larga perorata intelectual, le digan que Dios no nos permite ver en Sus misterios, lo que a fin de cuentas significa que Él, Dios, es el culpable del espectáculo bochornoso de este mundo, puesto que ni interviene ni nos deja entender sus motivos. Es decir Dios permite que los seres humanos sufran y que se ultraje a la Tierra, y todo por puro secreteo.

Sin embargo un analista serio, cuyo sentido común esté despierto pronto reconocerá que este caos mundial no puede venir de Dios, sino que sin duda ha sido causado por la misma humanidad tanto de hoy, como de todas las generaciones anteriores, es decir, cada ser humano tiene más o menos parte de culpa en este desastre mundial. Por eso estimado lector sepa que los efectos y consecuencias de una forma de pensar que busca el provecho propio, el egoísmo, el afán de poder, el afán de dominio y de lucha, que fomenta la intolerancia, la arrogancia, el menosprecio, la indiferencia y la frialdad de corazón, se van presentando cada vez con más rapidez tanto en las cosas pequeñas como en las grandes.

Mientras el ser humano no aprenda a respetar a sus semejantes, a la naturaleza y a los animales seguirá siendo enemigo de la vida, y malo para con ella. Destruye, aniquila y mata todo aquello que le estorba, y lo hace pensando en sí mismo. Pero el tiempo apremia y las horas se esfuman por lo que ha llegado la hora de observar más de cerca las indicaciones de la vida y cambiar. En la actualidad más de uno siente el apremio, la petición que le insta desde el fondo del alma diciendo: ¡oh hombre, no te demores. Verdaderamente ha llegado la hora!

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