Querido Efraín: Hoy, queridos todos, ha nacido nuestro Salvador; alegrémonos. No puede haber lugar para la tristeza cuando acaba de nacer la Vida; la misma que acaba con el temor de la mortalidad y nos infunde la alegría de la eternidad prometida.
Nadie, ninguno, tiene por qué sentirse alejado de la participación en semejante gozo, a todos es común la razón para el júbilo; porque nuestro Señor, destructor del pecado y de la muerte, como no ha encontrado a nadie libre de culpa, ha venido para liberarnos a todos. El santo ha de alegrarse puesto que se acerca a la victoria; el pecador ha de regocijarse ya que se le invita al perdón, así como el gentil, que ha de animarse porque se le llama a una vida de la que no podía participar.
El Hijo de Dios, al cumplirse la plenitud de los tiempos establecidos por los inescrutables y supremos designios divinos, asumió la naturaleza del género humano para reconciliarla con su Creador, de modo que el demonio, autor de la muerte, se viera vencido por la misma naturaleza gracias a la cual había vencido.
Por eso, cuando nace el Señor, los ángeles cantan jubilosos: “Gloria a Dios en el cielo”, y anuncian: “Y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. Pues están viendo cómo la Jerusalén celestial se construye con gentes de todo el mundo; ¿Cómo, pues, no habrá de alegrarse la humildad de los hombres con tan sublime acción de la piedad divina, cuando tanto se entusiasma la sublimidad de los ángeles?
Demos, por tanto, gracias a Dios Padre por medio de su Hijo, puesto que se apiadó de nosotros a causa de la inmensa misericordia con que nos amó; estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo, para que gracias a él fuésemos una nueva criatura, una nueva creación.
Despojémonos, por tanto, del hombre viejo con todas sus obras, ya que hemos recibido la participación de la generación de Cristo. Reconoce tu dignidad y puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro. No olvides que fuiste liberado del poder de las tinieblas y trasladado a la luz y al reino de Dios.
Gracias al sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo; no se te ocurra ahuyentar con tus malas acciones a tan noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del demonio; porque tu precio es la sangre de Cristo.
Os envío los mejores deseos, y con la esperanza de que sigáis todos bien, recibir un cariñoso saludo, CTA.