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Fernando Mendikoa

Carnaza

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Vaya por delante que no está el boxeo entre mis deportes preferidos, ni mucho menos. No encuentro demasiado atractivo el ver cómo dos seres humanos se atizan hasta la extenuación. Eso en el mejor de los casos, claro, porque hay quien acaba peor. Es aplicable, con todas las distancias que quieran ponerse, a los toros: en ambos casos, se habla (más para la galería que para otra cosa) de “digna” y “honesta” pelea y lucha. Pero, en el fondo, no se trata de nada más que del gratuito sufrimiento de un ser vivo; y, al estilo del circo romano, para deleite y disfrute de auténticos voyeurs del dolor ajeno, bien pertrechados en sus confortables butacas de inmunidad.

También es verdad que, en el caso que nos ocupa del boxeo, los protagonistas del citado circo se embolsan una suculenta cantidad de dinero por ser parte central (y absolutamente necesaria) del asunto. Cifras astronómicas que han llevado al propio deporte del cuadrilátero a estar más pendiente de los nombres que componen el cartel que de lo puramente deportivo. A nadie se le escapa que, además, la proliferación de federaciones, y su consecuencia en forma de distintos campeonatos que se ponen en juego (dentro de las mismas categorías), han llevado a diferentes consecuencias. Una de ellas es la cantidad de campeones que tenemos, y el monumental lío que ello conlleva. Otra es que aspirantes de medio pelo puedan alcanzar cotas impensables, dada la cantidad de campeonatos oficiales existentes. Y otra es que muchas veces cuente más el dinero que se pone en juego de cara a una pelea que los méritos contraídos por un púgil dentro de un campeonato: y nada menos que a la hora de luchar por un título mundial.

Dentro de este último caso, nos encontramos con la velada celebrada en Zurich el pasado sábado. En ella, el actual campeón de los pesos pesados, dentro de la AMB (que no es lo mismo que la CMB, ni que la FIB…..), el ruso Nikolai Valuev, retuvo el título al vencer a los puntos al otrora campeón mundial Evander Holyfield, quien apareció en el combate como salido de la nada. En el caso del gigante ruso, el objetivo era retener su corona; en el del estadounidense, recaudar unos dólares con los que afrontar sus numerosas deudas. Al parecer, el mordisco que se llevó en la oreja por parte de Mike Tyson no fue sino el primero (y al final menos sangrante) de los muchos que después le han dado a su cuenta corriente los bancos, sus tres esposas, sus once hijos, y por supuesto él mismo. Y es que dilapidar 120 millones de dólares en pocos años está al alcance de muy pocos: en primer lugar, por lo que supone disponer de ellos, claro está.

De manera que Holyfield ha tenido que descolgar (y desempolvar) los guantes, 14 meses después de caer ante otro ruso, Sultan Ibragimov. Pero al menos se lleva a su bolsillo cerca de un millón de dólares, sin que los actuales merecimientos deportivos lo consigan explicar demasiado bien, todo sea dicho de paso. Aunque es cierto que dicha cantidad no supone sino un simple pellizco, teniendo en cuenta que debe una casa de ocho millones, un crédito de medio millón, además de lo que tiene que pagar por sus hijos. De manera que “Real Deal” (“apuesta segura”, como le bautizaron) ha tenido que jugarse la vida, enfrentándose a un púgil que más bien parece sacado de una película de 007 (de los que hacen de malo, claro, y que además suelen ser siempre rusos, como él).

El angelito Valuev mide 2’13 (25 cms. más que Holyfield), pesa 150 kilos (52 más que el estadounidense), y asegura que come tres kilos de carne al día para mantener su corpulenta figura. Evidentemente, a nadie en su sano juicio se le pasaría por la cabeza la idea de medirse a semejante mole humana. Pero, muy posiblemente, la imagen de los banqueros le infundía un mayor temor que el ruso (y con razón), de manera que saltó con decisión al ring, a sus tiernos 46 años. “Me vienen diciendo que soy viejo desde que tenía 30 años. Nunca les escuché, ni pienso hacerlo ahora”. La pelea se decidió a los puntos, a pesar de las protestas del propio Holyfield, que entendía que era él quien había ganado la contienda. Pero eso era lo de menos, incluso para él mismo (aunque ganar el título supusiera subir su caché para la siguiente, claro).

No admite la menor discusión el hecho de que cada uno lleva su vida como quiere, o como puede. Pero cerrar así una brillante carrera deportiva no parece la mejor de las formas de hacerlo. También es verdad que el boxeo, al menos a esos niveles, es hoy día más un espectáculo circense que otra cosa, con muy poco de deporte, y mucho de negocio (aunque es cierto que esto no es solo aplicable al boxeo). Y precisamente ahí, dentro de esta consideración, es donde entra en juego un nombre como el de Evander Holyfield, una marca capaz aún de arrastrar aficionados y, por ende, dinero. De modo que la cosa no tiene muchos visos de cambiar demasiado, mientras siga habiendo carnaza, y de la que se paga a buen precio el kilo.

Carnaza

Fernando Mendikoa
Fernando Mendikoa
jueves, 25 de diciembre de 2008, 08:02 h (CET)
Vaya por delante que no está el boxeo entre mis deportes preferidos, ni mucho menos. No encuentro demasiado atractivo el ver cómo dos seres humanos se atizan hasta la extenuación. Eso en el mejor de los casos, claro, porque hay quien acaba peor. Es aplicable, con todas las distancias que quieran ponerse, a los toros: en ambos casos, se habla (más para la galería que para otra cosa) de “digna” y “honesta” pelea y lucha. Pero, en el fondo, no se trata de nada más que del gratuito sufrimiento de un ser vivo; y, al estilo del circo romano, para deleite y disfrute de auténticos voyeurs del dolor ajeno, bien pertrechados en sus confortables butacas de inmunidad.

También es verdad que, en el caso que nos ocupa del boxeo, los protagonistas del citado circo se embolsan una suculenta cantidad de dinero por ser parte central (y absolutamente necesaria) del asunto. Cifras astronómicas que han llevado al propio deporte del cuadrilátero a estar más pendiente de los nombres que componen el cartel que de lo puramente deportivo. A nadie se le escapa que, además, la proliferación de federaciones, y su consecuencia en forma de distintos campeonatos que se ponen en juego (dentro de las mismas categorías), han llevado a diferentes consecuencias. Una de ellas es la cantidad de campeones que tenemos, y el monumental lío que ello conlleva. Otra es que aspirantes de medio pelo puedan alcanzar cotas impensables, dada la cantidad de campeonatos oficiales existentes. Y otra es que muchas veces cuente más el dinero que se pone en juego de cara a una pelea que los méritos contraídos por un púgil dentro de un campeonato: y nada menos que a la hora de luchar por un título mundial.

Dentro de este último caso, nos encontramos con la velada celebrada en Zurich el pasado sábado. En ella, el actual campeón de los pesos pesados, dentro de la AMB (que no es lo mismo que la CMB, ni que la FIB…..), el ruso Nikolai Valuev, retuvo el título al vencer a los puntos al otrora campeón mundial Evander Holyfield, quien apareció en el combate como salido de la nada. En el caso del gigante ruso, el objetivo era retener su corona; en el del estadounidense, recaudar unos dólares con los que afrontar sus numerosas deudas. Al parecer, el mordisco que se llevó en la oreja por parte de Mike Tyson no fue sino el primero (y al final menos sangrante) de los muchos que después le han dado a su cuenta corriente los bancos, sus tres esposas, sus once hijos, y por supuesto él mismo. Y es que dilapidar 120 millones de dólares en pocos años está al alcance de muy pocos: en primer lugar, por lo que supone disponer de ellos, claro está.

De manera que Holyfield ha tenido que descolgar (y desempolvar) los guantes, 14 meses después de caer ante otro ruso, Sultan Ibragimov. Pero al menos se lleva a su bolsillo cerca de un millón de dólares, sin que los actuales merecimientos deportivos lo consigan explicar demasiado bien, todo sea dicho de paso. Aunque es cierto que dicha cantidad no supone sino un simple pellizco, teniendo en cuenta que debe una casa de ocho millones, un crédito de medio millón, además de lo que tiene que pagar por sus hijos. De manera que “Real Deal” (“apuesta segura”, como le bautizaron) ha tenido que jugarse la vida, enfrentándose a un púgil que más bien parece sacado de una película de 007 (de los que hacen de malo, claro, y que además suelen ser siempre rusos, como él).

El angelito Valuev mide 2’13 (25 cms. más que Holyfield), pesa 150 kilos (52 más que el estadounidense), y asegura que come tres kilos de carne al día para mantener su corpulenta figura. Evidentemente, a nadie en su sano juicio se le pasaría por la cabeza la idea de medirse a semejante mole humana. Pero, muy posiblemente, la imagen de los banqueros le infundía un mayor temor que el ruso (y con razón), de manera que saltó con decisión al ring, a sus tiernos 46 años. “Me vienen diciendo que soy viejo desde que tenía 30 años. Nunca les escuché, ni pienso hacerlo ahora”. La pelea se decidió a los puntos, a pesar de las protestas del propio Holyfield, que entendía que era él quien había ganado la contienda. Pero eso era lo de menos, incluso para él mismo (aunque ganar el título supusiera subir su caché para la siguiente, claro).

No admite la menor discusión el hecho de que cada uno lleva su vida como quiere, o como puede. Pero cerrar así una brillante carrera deportiva no parece la mejor de las formas de hacerlo. También es verdad que el boxeo, al menos a esos niveles, es hoy día más un espectáculo circense que otra cosa, con muy poco de deporte, y mucho de negocio (aunque es cierto que esto no es solo aplicable al boxeo). Y precisamente ahí, dentro de esta consideración, es donde entra en juego un nombre como el de Evander Holyfield, una marca capaz aún de arrastrar aficionados y, por ende, dinero. De modo que la cosa no tiene muchos visos de cambiar demasiado, mientras siga habiendo carnaza, y de la que se paga a buen precio el kilo.

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