No se trata de un duelo de titanes,tampoco de una pelea de gallos,sino más bien del denodado esfuerzo de dos gusanos por llegar como sea a la hoja de morera. En el momento en que Pedro Sánchez se percató de que su destino estaba marcado por la fatalidad de tener que llegar a ser “o César o nada” dentro de su partido y de la política española, descubrió de paso que, como trasunto de gusano, no tenía patas y que debía poner en funcionamiento todos los resortes de su abdomen para ganar la carrera a su único contrincante natural; otro sin patas como él, pero con la indudable ventaja de habitar cerca de la morera. Mariano Rajoy, un perplejo rey pasmado pero sin trono ni reino ni nadie que lo comprenda,creyó que la inercia y la Campana de Gauss le favorecerían, sin darse cuenta de que Fibonacci y su espiral podrían jugarle una mala pasada... como de hecho está ocurriendo. El movimiento es centrifugo y él se va alejando más y más de su dorado Palacio de la Moncloa.
Y entre todo esto,lo que más asombra es que sobre el tapete no hay más que un asunto de ambiciones personales: Rajoy fue aupado en su día a la candidatura a la Presidencia del Gobierno por el dedo inapelable y sin guante de terciopelo de Aznar y Pedro Sánchez lo ha sido por hallarse su partido en temporada de saldos, tras el desastre que representaron los ocho años en que gobernaron Zapatero y sus Illuminati. Se trata en ambos casos de mediocridades políticas que jamás, sin las carambolas convenientes, habrían llegado a ostentar unos cargos desde los que pueden aspirar, nada menos, que a gobernar la nación (en el caso de Rajoy, por segunda vez) Y es precisamente a causa de la falta de democracia interna que padecen los partidos –todos- por lo que “los designados” pasan a convertirse en tiranuelos que se rodean de una cohorte de aduladores: crean una “hermandad de socorros mutuos” de la que apartan a cualquiera que pudiera hacerles sombra.
Así las cosas, tras las elecciones del 20 de diciembre, despejada la incógnita de Ciudadanos, que fue relegado a un digno cuarto puesto pero cuarto al fin, la cuestión se debate una vez más entre los autoproclamados “dos grandes partidos”, que, como fueron grandes, tardarán en hundirse;aunque, bien mirado, al Titanic se lo tragó el océano en poco más de tres horas. Y era Titanic, no cayuco.
Con 90 diputados el PSOE y 123 el PP (menos un tránsfuga) habrá, por una vez, que darles la razón a los líderes de los nuevos partidos (Iglesias y Rivera) cuando afirman que la época del bipartidismo ha muerto. Ahora sólo queda enterrarlo.
No obstante parece que la cosa no es tan sencilla: los dos líderes con pies de barro se resisten a asumir su propio fracaso. El uno se aferrará al sillón hasta el final dispuesto a dar sus últimas boqueadas por defenderlo, inmolándose en una investidura que le hará morder el polvo. El otro optará por pactar aunque sea con el diablo disfrazado de encantador de Hamelín (con o sin flauta) para no renunciar a su sueño de niño grande: no el de ser bombero, no, sino Presidente del Gobierno.
Y en esta carrera de Bombyx mori (gusanos de seda) aparecerá un ejército de orugas procesionarias –ya se las va viendo- que son más rápidas y producen una desagradable urticaria. Serán ellas las que se zampen a la morera y eliminen a los gusanos. Se admiten apuestas pero... ¡dense prisa!