Es una característica de nuestro tiempo el “curioso” afán por conservar las especies en “peligro de extinción”. No es de imaginar la consternación acaecida si las actuales generaciones hubieran sido contemporáneas del meteorito caído en la península de Yucatán, y al que se atribuye la desaparición de los dinosaurios. La desamparo hubiera tomado dimensión mundial, globalizadora y universal. ¿Qué va a ser de la Tierra sin Dinosaurios?... llantos similares hubieran aturdido incesantemente desde informativos, noticiarios, y primeras planas de los periódicos.
Y, ya ven, la Tierra siguió girando. El día sucedió a la noche con su amanecer de cada mañana. El hombre la siguió poblando con sucesivas reproducciones, con toda clase de torpezas y traspiés. Y las misteriosas y bellísimas mariposas “Monarca”, cada mes de septiembre comienzan un viaje de 4.500 kilómetros desde Canadá para invernar en México, y de nuevo volver a su país de origen con parada en California para depositar los huevos que darán lugar a una nueva generación que será la que vuelva al punto de partida. Lo que desaparece, bien desaparecido está, y no es el hombre quien para enmendar la plana a la Naturaleza, ni a la Historia.
Algo parecido está ocurriendo con el Partido Comunista en España, por no decir en el mundo entero, pero en este país es curioso la de voces que en columnas periodísticas posiblemente bien remuneradas, o sostenidas por algún resentimiento, las que se han leído y oído en estos días con sus clamores ante el nombramiento de “un tal Cayo” para salvar lo que queda del viejo PCE que “entre todos lo mataron y él solito se murió”. Nació en un estudio de arquitectos en la madrileña plaza de Callao en forma de altruista “Comité de amigos de la Unión Soviética”, y como reacción de solidaridad a la explotación que los obreros de la construcción sufrían a manos de los empresarios en los años veinte. Pronto se politizó y en la Guerra Civil desempeñó un papel de aliado de la Internacional Comunista de Agitación y Propaganda al servicio del más feroz estalinismo. Las genocidas brigadas internacionales comunistas puestas al servicio de la República, la ayudaron represaliando todo lo que se moviera con sangre española y que no fuera republicana. Pero no es esta columna para escribir una sesgada historia del PC desde el punto de vista de un convencido anticomunista, sino para analizar el porqué de esa especie de romántico apego ante su inevitable desaparición.
A su figura más controvertida, Santiago Carrillo, el socialismo español gobernante le ha concedido como premio de “consolación” por toda un vida de fracasos, la Medalla del Trabajo (¡ándale!). El movimiento sindical de inspiración comunista, que en la agonía del franquismo pudo representar la ilusión de legítimas reivindicaciones obreras ha terminado siendo una “correa de trasmisión” del partido en el poder, y sus dirigentes, funcionarios de plantilla al servicio del gobierno, no de la clase que dicen representar. El resto, es leyenda. ¿Dónde quedaron el “cura Paco”, Camacho, Gutiérrez, y demás? La historia es implacable. Hasta la cárcel de Carabanchel ha sido derribada.
España, que se libró por los pelos de caer en el peor “stalinismo” -si la II República hipotecada a la URSS no pierde la Guerra Civil-, lo hizo pagando el tributo de la dura primera época franquista y el agónico tardo-franquismo, donde una despreocupada clase media emergente cargada de familia y con un aceptable buen vivir, admitió lo que le propusieron al morir el denigrado general. A su muerte surgieron las voces que enaltecieron un PC al que sólo se le conocía y denostaba, entre otros testimonios, por crímenes que el premio Nóbel Alexander Solzhenitshyn había narrado desde sus propias carnes en el “Archipiélago GULAG” y demás libros.