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¿Fin del bipartidismo en España?

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Según sondeos, a los políticos españoles no les queda mejor camino que el de irse olvidando del bipartidismo, a la vista de lo que refleja claramente la geografía política de este país y la imperativa demanda de los ciudadanos. Aunque no es nada extraño; hace ya tiempo que en muchos países de la Unión Europea se viene poniendo en práctica, y su tradición democrática es más antigua que la nuestra.

Es cierto sin embargo que España ha madurado en este campo. Que los ciudadanos de a pie estamos más politizados. Y que la voz de los novísimos ha conectado bien con el pueblo; por lo que no son pocas sus posibilidades de gobernar. Basta echar una mirada a las numerosas siglas –con fondo y forma suficiente para levantar un pueblo- y muchas posibilidades de cambiar la faz de esta España corrupta. Para ello, bastaría observar el hipotético arco parlamentario, para ver los escaños que cada uno de los partidos aspirantes tiene hoy: un panteísmo de aspirante que se halla a no demasiada distancia ni del que lo antecede ni del que lo precede. De lo que se desprende que solo habría una posible fórmula de gobierno: el de coalición. Algo que no es sino la forma de que cada uno sepa que, empleando dicho sistema, a la corrupción no le quedaría ya ningún lugar donde esconderse, con lo que sería mucho más fácil hacerla desaparecer. Serían los partidos, coalicionados, los responsables de esta victoria. Claro que para más eficacia en la consecución de dichos objetivos harían falta jueces, igualmente honestos e imparciales, que arrimaran el hombro.

¿Está acabando pues la era del bipartidismo? No es escaso el panorama político de los aspirantes a gobernar España que ven la posibilidad de acogerse a esta fórmula. Se ve en la celeridad con que se están eligiendo a los candidatos (menos el PP). Y, aunque solo falta un mes para las próximas elecciones autonómicas andaluzas, seguirán las catalanas y, finalmente, el grueso en todo el territorio nacional. Por eso, cada grupo está haciendo ya sus cuentas. La mayoría pensando en el gigante de la corrupción sin freno. Corrupción que, por otra parte, no es nada nuevo en España; aunque no más acentuado que en otros momentos. Fue virulenta en la dictadura franquista. Cuando España era una pura corrupción, al punto de que se retroalimentaba parte de la economía del país, gracias a la cual se iba tirando. Pues las relaciones comerciales con el exterior no representaban casi nada.

Y retrocediendo en el tiempo, no solo en la Dictadura de Franco, sino echando mano de los diarios de Manuel Azaña (23 de agosto de 1931), aunque solo sea para argumentar lo comentado, escribió: “Recibo a una gran comisión de “fuerzas vivas” de Sevilla, capitaneadas por Martínez Barrio, (hijo de familia humilde, llegó primero a ser Presidente del Gobierno y luego a Presidente de la Segunda República Española). No falta, claro es –continúa el Presidente- el melodramático alcalde. Vienen a pedir dinero. La manía de la grandeza y un errado cálculo de provecho que engendraron la Exposición de Sevilla, y la desaforada granujería que presidió en su administración, han sumido a Sevilla en la bancarrota, más el crecimiento de criminalidad que la azota. Quieren ahora estos señores que el Estado vierta más millones para salvar al Ayuntamiento de Sevilla. Así están incontables ayuntamientos de España, a causa de los despilfarros a que se arrojaron en tiempos de Primo de Rivera. Hemos cambiado buenas palabras”.

Se encargaron de echar la culpa “a los otros”,” cambiando buenas palabras, y cada uno volvió a sus asuntos.

Finalizo con el bipartidismo, apuntando que los partidos menos minoritarios tendrán posibilidades de estar en los nuevos gobiernos (central, comunidades y municipales); sobre todo aquellos que son verdaderamente políticos, esos que han dejado trabajos más tranquilos e incluso mucho mejor remunerados solo porque a ellos lo que de verdad les importa es sentirse útiles a la ciudadanía. Y eso es digno de encomio.

De todos modos, en tanto no se pone en práctica todo esto, me temo que aun tardaremos tiempo en levantar cabeza. Pues en la mente de casi todos los ciudadanos late el miedo a ese futuro que cada día se nos está haciendo menos soportable, por mucho que se diga que ya estamos saliendo de la crisis. El reloj de las elecciones ya está en su vertiginoso tictac.

¿Fin del bipartidismo en España?

Manuel Senra
miércoles, 20 de enero de 2016, 23:33 h (CET)
Según sondeos, a los políticos españoles no les queda mejor camino que el de irse olvidando del bipartidismo, a la vista de lo que refleja claramente la geografía política de este país y la imperativa demanda de los ciudadanos. Aunque no es nada extraño; hace ya tiempo que en muchos países de la Unión Europea se viene poniendo en práctica, y su tradición democrática es más antigua que la nuestra.

Es cierto sin embargo que España ha madurado en este campo. Que los ciudadanos de a pie estamos más politizados. Y que la voz de los novísimos ha conectado bien con el pueblo; por lo que no son pocas sus posibilidades de gobernar. Basta echar una mirada a las numerosas siglas –con fondo y forma suficiente para levantar un pueblo- y muchas posibilidades de cambiar la faz de esta España corrupta. Para ello, bastaría observar el hipotético arco parlamentario, para ver los escaños que cada uno de los partidos aspirantes tiene hoy: un panteísmo de aspirante que se halla a no demasiada distancia ni del que lo antecede ni del que lo precede. De lo que se desprende que solo habría una posible fórmula de gobierno: el de coalición. Algo que no es sino la forma de que cada uno sepa que, empleando dicho sistema, a la corrupción no le quedaría ya ningún lugar donde esconderse, con lo que sería mucho más fácil hacerla desaparecer. Serían los partidos, coalicionados, los responsables de esta victoria. Claro que para más eficacia en la consecución de dichos objetivos harían falta jueces, igualmente honestos e imparciales, que arrimaran el hombro.

¿Está acabando pues la era del bipartidismo? No es escaso el panorama político de los aspirantes a gobernar España que ven la posibilidad de acogerse a esta fórmula. Se ve en la celeridad con que se están eligiendo a los candidatos (menos el PP). Y, aunque solo falta un mes para las próximas elecciones autonómicas andaluzas, seguirán las catalanas y, finalmente, el grueso en todo el territorio nacional. Por eso, cada grupo está haciendo ya sus cuentas. La mayoría pensando en el gigante de la corrupción sin freno. Corrupción que, por otra parte, no es nada nuevo en España; aunque no más acentuado que en otros momentos. Fue virulenta en la dictadura franquista. Cuando España era una pura corrupción, al punto de que se retroalimentaba parte de la economía del país, gracias a la cual se iba tirando. Pues las relaciones comerciales con el exterior no representaban casi nada.

Y retrocediendo en el tiempo, no solo en la Dictadura de Franco, sino echando mano de los diarios de Manuel Azaña (23 de agosto de 1931), aunque solo sea para argumentar lo comentado, escribió: “Recibo a una gran comisión de “fuerzas vivas” de Sevilla, capitaneadas por Martínez Barrio, (hijo de familia humilde, llegó primero a ser Presidente del Gobierno y luego a Presidente de la Segunda República Española). No falta, claro es –continúa el Presidente- el melodramático alcalde. Vienen a pedir dinero. La manía de la grandeza y un errado cálculo de provecho que engendraron la Exposición de Sevilla, y la desaforada granujería que presidió en su administración, han sumido a Sevilla en la bancarrota, más el crecimiento de criminalidad que la azota. Quieren ahora estos señores que el Estado vierta más millones para salvar al Ayuntamiento de Sevilla. Así están incontables ayuntamientos de España, a causa de los despilfarros a que se arrojaron en tiempos de Primo de Rivera. Hemos cambiado buenas palabras”.

Se encargaron de echar la culpa “a los otros”,” cambiando buenas palabras, y cada uno volvió a sus asuntos.

Finalizo con el bipartidismo, apuntando que los partidos menos minoritarios tendrán posibilidades de estar en los nuevos gobiernos (central, comunidades y municipales); sobre todo aquellos que son verdaderamente políticos, esos que han dejado trabajos más tranquilos e incluso mucho mejor remunerados solo porque a ellos lo que de verdad les importa es sentirse útiles a la ciudadanía. Y eso es digno de encomio.

De todos modos, en tanto no se pone en práctica todo esto, me temo que aun tardaremos tiempo en levantar cabeza. Pues en la mente de casi todos los ciudadanos late el miedo a ese futuro que cada día se nos está haciendo menos soportable, por mucho que se diga que ya estamos saliendo de la crisis. El reloj de las elecciones ya está en su vertiginoso tictac.

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