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¿Es posible una política de concordia?

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En estos días vivimos la zozobra sobre la forma en que llegará a formarse el nuevo gobierno o si por el contrario habrán de convocarse nuevas elecciones con resultado también incierto.

Si una de las obligaciones de los políticos es la de prever el futuro, ninguno pensó que nuestro sistema electoral, anterior a la Constitución, llegara a producir unos resultados que puedan imposibilitar la formación de un gobierno estable.

Pero la cuestión no es solo la falta de previsión de las situaciones que podían plantearse, sino la falta de altura moral de nuestros políticos. El enfrentamiento a cara de perro de los dos grandes partidos y la actitud oportunista de nacionalistas, separatistas y populistas, está mostrando que nuestra política está lastrada por el odio, odio que pensábamos había quedado superado en la transición.

El odio es una fuerza poderosa que utiliza desde el desplante y la mala educación hasta la más descarada traición, atizada por la soberbia de querer estar por encima de los demás. Salvo el partido naranja que hace leves intentos de concordia, nadie parece preocuparse por el bien común, por buscar lo que realmente necesita España en este momento. Si el gobierno en funciones propone cualquier diálogo resulta todavía más odiado.

Como soy católico busco en el evangelio alguna luz y me encuentro con las palabras de Jesús que advirtió que todo reino dividido en partidos contrarios será destruido y en su despedida antes de la pasión rogó encarecidamente por la unidad de sus seguidores para que el mundo crea. Precisamente estamos en la semana de oración por la unión de los cristianos, unión que solo puede darse si nos amamos unos a otros como Jesús nos enseñó.

Pedir a nuestros políticos que se amen puede parecer una broma, pero el amor es el único antídoto para vencer al odio, ese odio que vemos manifestarse de tantas formas, el odio a la derecha, el odio a la izquierda, el odio de los indignados el 15-M hábilmente gestionado por los radicales, el odio total a “quien no piense como yo”.

Ponerse en lugar del otro, de cualquier otro, para escucharlo, dialogar, buscar juntos lo que pueda ser mejor, más útil, para el conjunto de los españoles que teóricamente representan, en lugar de buscar el poder como disfrute personal que es siempre tiranía.

Acaso es mucho pedir que exista respeto y consideración en las relaciones entre políticos y entre políticos y ciudadanos. Respeto a la ley, a las normas, a las tradiciones, a las instituciones. Que pueden ser insuficientes, pues busquemos la forma de mejorarlas mediante el diálogo y el pacto.

Si irremediablemente se produce una nueva convocatoria de elecciones será responsabilidad de todos los españoles el elegir a los mejores, a los más capaces de buscar soluciones en vez de crear problemas, a los que busquen el bien común en lugar del triunfo de sus siglas, a los que tengan una trayectoria personal, familiar y profesional que los avale como personas íntegras. Si votamos movidos por el odio o la envidia, si votamos sin reflexión, no tendremos derecho a quejarnos si luego nuestros votos son utilizados de mala manera.

Al mismo tiempo que rezamos esta semana por la unidad de los cristianos recemos también por la unidad y concordia entre los españoles.

¿Es posible una política de concordia?

Francisco Rodríguez
martes, 19 de enero de 2016, 23:08 h (CET)
En estos días vivimos la zozobra sobre la forma en que llegará a formarse el nuevo gobierno o si por el contrario habrán de convocarse nuevas elecciones con resultado también incierto.

Si una de las obligaciones de los políticos es la de prever el futuro, ninguno pensó que nuestro sistema electoral, anterior a la Constitución, llegara a producir unos resultados que puedan imposibilitar la formación de un gobierno estable.

Pero la cuestión no es solo la falta de previsión de las situaciones que podían plantearse, sino la falta de altura moral de nuestros políticos. El enfrentamiento a cara de perro de los dos grandes partidos y la actitud oportunista de nacionalistas, separatistas y populistas, está mostrando que nuestra política está lastrada por el odio, odio que pensábamos había quedado superado en la transición.

El odio es una fuerza poderosa que utiliza desde el desplante y la mala educación hasta la más descarada traición, atizada por la soberbia de querer estar por encima de los demás. Salvo el partido naranja que hace leves intentos de concordia, nadie parece preocuparse por el bien común, por buscar lo que realmente necesita España en este momento. Si el gobierno en funciones propone cualquier diálogo resulta todavía más odiado.

Como soy católico busco en el evangelio alguna luz y me encuentro con las palabras de Jesús que advirtió que todo reino dividido en partidos contrarios será destruido y en su despedida antes de la pasión rogó encarecidamente por la unidad de sus seguidores para que el mundo crea. Precisamente estamos en la semana de oración por la unión de los cristianos, unión que solo puede darse si nos amamos unos a otros como Jesús nos enseñó.

Pedir a nuestros políticos que se amen puede parecer una broma, pero el amor es el único antídoto para vencer al odio, ese odio que vemos manifestarse de tantas formas, el odio a la derecha, el odio a la izquierda, el odio de los indignados el 15-M hábilmente gestionado por los radicales, el odio total a “quien no piense como yo”.

Ponerse en lugar del otro, de cualquier otro, para escucharlo, dialogar, buscar juntos lo que pueda ser mejor, más útil, para el conjunto de los españoles que teóricamente representan, en lugar de buscar el poder como disfrute personal que es siempre tiranía.

Acaso es mucho pedir que exista respeto y consideración en las relaciones entre políticos y entre políticos y ciudadanos. Respeto a la ley, a las normas, a las tradiciones, a las instituciones. Que pueden ser insuficientes, pues busquemos la forma de mejorarlas mediante el diálogo y el pacto.

Si irremediablemente se produce una nueva convocatoria de elecciones será responsabilidad de todos los españoles el elegir a los mejores, a los más capaces de buscar soluciones en vez de crear problemas, a los que busquen el bien común en lugar del triunfo de sus siglas, a los que tengan una trayectoria personal, familiar y profesional que los avale como personas íntegras. Si votamos movidos por el odio o la envidia, si votamos sin reflexión, no tendremos derecho a quejarnos si luego nuestros votos son utilizados de mala manera.

Al mismo tiempo que rezamos esta semana por la unidad de los cristianos recemos también por la unidad y concordia entre los españoles.

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