Dice el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua que verdugo es, y cito de manera textual, “persona muy cruel o que castiga demasiado sin piedad”. Si aplicamos esta definición al siempre apasionante mundo del baloncesto, vemos cómo la figura de Curtis Borchardt, pívot del CB Granada, encaja a la perfección.
El ex de Utah Jazz, 35 de valoración en la última jornada disputada, se desfoga cada vez que su equipo se enfrenta al Gran Canaria. El MacGyver granadino, nacido en Búfalo (Nueva York), estuvo inconmensurable en ambos lados de la cancha: canastas imposibles de fabricar, rebotes dificilísimos de atrapar, asistencias sacadas de la manga y un buen puñado de faltas recibidas. Ahí es nada.
Borchardt siempre resurge, cual Ave Fénix, de sus cenizas y de sus eternas lesiones. Su afición le llama, incluso, torero. Y no es para menos: sólo en cuatro partidos como local Borchardt suma un total de 83 puntos (20,75 de media), 46 rebotes (11,5 por partido) y 135 de valoración (33,75 de promedio). Son, en pocas palabras, cifras de estrella y también cifras de verdugo.
Curtis tiene cara de niño bueno, de no haber roto nunca un plato. Pero, en la pista, se transforma por completo: pasa, en décimas de segundo, de ser un inocente y bonachón jugador a un verdugo sin piedad bajo tableros.