Por vez primera en todo lo que lleva trascurrido el año 2008, el catalejo de que se sirve esta impávida “columneja”, se ha recogido en el interior y separado de la cruda intemperie por una doble ventana de medio metro de ancha, con lo que sólo puede orientarse hacia el Norte y hacia el cielo, es decir, oteando el inmediato valle de Bustarviejo cubierto con un metro de nieve, o más, y la retirada Sierra de Canencia que se ofrece impoluta como recién hollada por las legiones romanas camino de las levantiscas tribus de cántabros y astures. Dentro, la leña seca de encina extremeña chisporrotea y hace muy relajado el sesteo del perro faldero. ¿Por qué no se dice pantalonero?... ¿quién es el mejor amigo, el perro del hombre, o el hombre del perro?
El caso es que pese a los agoreros, o como se les quiera llamar a los “forrados profetas” del cambio climático, este mes de diciembre no puede presentarse más Navideño, no ha podido resultar más “clásico”. Oteando el horizonte inmediato, el columnista no deja de acordarse de los pobres pajarillos, ¿dónde andarán metidos?... ni una triste rama seca donde posarse, y, claro, no se ve uno. Y, ¿cómo no?... también es inevitable, sin que ello suponga orden ecológico ni filogenético alguno, de otros “pobres”, los que la televisión presenta en toda su crudeza, víctimas de la “crisis” auspiciada por el “Gobierno de España”, ateridos y revolviendo entre contenedores y buscando los alimentos que otros arrojaron. El invierno en toda su crudeza es así.
A través del cartero de siempre -antes llegaba andando con una gran cartera al hombro, y ahora lo hace en una moto amarilla-, o del más novedoso “e-mail”, los Christmas afluyen hasta el pie del trípode que sostiene el catalejo formando un cúmulo que va adquiriendo forma de árbol de Navidad. Los “pps” son verdaderos prodigios de fantasía con música de villancicos sobreañadida, dándose el caso que entre todos crean clima y calor navideño en medio del níveo silencio serrano, adonde no llega el nefasto Gallardón capaz de trucar los angelitos que antaño adornaban Madrid por blancas sábanas de incandescentes bombillas de bajo consumo. ¿Qué fue antes, los ángeles o la luz?
Cada Christmas que llega, trae el recuerdo y los buenos deseos de un amigo, y el corazón bien abrigado del columnista vuela retrospectivamente por el espacio con un sentimiento recíproco hasta el instante en que fue feliz junto a esa persona. Bendita Navidad que remueve tantos momentos dichosos. El árbol de Navidad tiene raíces muy profundas de las que no se habla, su frondosidad cubierta de luces y adornos las oculta, pero le hacen renacer año tras año. Todos los árboles se comunican entre si a través de la tierra que les da sustento y del agua que los riega; todos forman una unidad. Los cristianos creen que esas raíces tienen forma de cruz y es inamovible desde hace veinte siglos.
Sea como sea y lo que fuere, algo especial ocurre en esta época del calendario que no cabe en el raquítico paganismo sobrepasado del solsticio de invierno, y, en este año, la meteorología se ha sumado a celebrarlo con espectacularidad. El calor de la Navidad nace en el corazón del hombre donde quiera que se encuentre, siquiera esté alojado provisionalmente en el incómodo cuchitril de un habitáculo espacial; el resto son adornos, consumo, estrellitas, prisas y apretujones.