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… hasta un “tapado”

Un sustituto para Rajoy

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Mariano Rajoy es gallego y a su figura política no le es ajena la “o”, esa conjunción disyuntiva que denota diferencia, separación o alternativa entre personas, cosas o ideas. Pero, ojo al dato, la “o” también expresa equivalencia.

Hecha la precisión lingüística, veamos, no lo que representa Rajoy, que es conocido, sino qué supondría su retirada.

Los principales efectos serían: Paralización de la dinámica que protagoniza. Conmoción en los partidos políticos. Incertidumbre en la posición de España en Europa y en la aldea global que es el mundo Y, lo que parece más urgente, la búsqueda de una persona para sustituirle.

Para tratar de entender esa búsqueda, antes de cualquier análisis, conviene echar un vistazo a la situación en los partidos políticos:

En el PP
Dominado por Rajoy y cohesionado por el poder, la marcha de Rajoy significaría el “descabezamiento” de la institución y lo que lleva aparejado: Aflorarían tensiones internas. Aparecerían los efectos de una dinámica partidista apegada a un líder que no ha propiciado la siembra y cultivo de sustitutos jóvenes. E, inexorablemente, habría que emprender dos acciones: Una, inmediata, para buscar sustituto, o sustituta. Y otra, no tan urgente, para preparar un Congreso con el que reestructurar la institución, con Rajoy al frente del partido o administrado éste por una Gestora,

En el PSOE
Con Pedro Sánchez convertido en fiasco por deméritos propios, aparecería el vacío. Un vacío que tiene dos efectos: Sin tiempo para sustituir a quienes lo manejan (Sánchez, Luena, Hernando…), habría que intentar fortalecer lo que hay. Pero lo que hay es un equipo que se encuentra en una situación parecida a la que soporta un pintor de brocha gorda al que le quitan la pared que está pintando. Sin Rajoy enfrente, Sánchez se queda sin discurso. Se ha empeñado en apestarlo como indigno, no ha construido alternativa; y sólo puede recurrir a los apoyos de quienes intentan fagocitarle. A la vez, se recrudecería la agitación interna, que sangra votos y ha durado demasiado, y desde esa situación habría que encarar el futuro.

En Podemos
Ya en las instituciones, su situación es distinta a la de hace sólo 27 días: Sin Rajoy enfrente, su “pared” es más amplia que en la que pinta el PSOE, porque tomó como adversario al PP en vez de a su cabeza. Pero su realidad interna empieza a tener unos problemas que aparecieron en el momento de acreditar a sus diputados y que van creciendo por momentos. Podemos no es un partido político tradicional. Ni siquiera “la sopa de siglas” que se movieron en la órbita de la izquierda en el pasado tuvo nunca lo que ya en el núcleo de la coalición se llama “falta de disciplina”. El impedimento de formar 4 grupos en el Congreso es algo más que una muestra de la ingobernabilidad que publicaba El País. “Los problemas nos vendrán de los acentos, no sólo catalanes o gallegos”, se decía en la sala Ernest Lluch del Congreso. Mientras algunos candidatos hacían cucamonas al bebé de Bescansa, desde la facción de “podemitas auténticos” se protestaba: “El problema es Ada Colau”. Además, fracasado el intento de convertirse en el paladín de la izquierda e investigado por supuestas financiaciones extranjeras, Pablo Iglesias no puede repartir un poder que no tiene entre sus coaligados (con los que quizá se comprometió) y está empezando a sentir la soledad del jefe y las fisuras que se abren bajo sus pies. Es cierto que los cerebros del grupo le apoyan, pero no se sabe hasta cuándo; ni si logrará retener a coaligados para mantener la unidad.

En Ciudadanos
C’s nunca se enfrentó a Rajoy e incluso ha demostrado sentirse cómodo con él. Hasta ahora, Rajoy recibía todas las críticas. Si desapareciera, esas críticas se repartirían entre PP y C’s. Además, la situación obligaría a que las utopías de C’s (Programa Económico de Garicano, Conthe y compañía,…) bajaran a la palestra de la mano de los Girauta, Hervías o Villegas para enfrentarlas a las propuestas de todo el arco parlamentario. “Sin Rajoy, a Ciudadanos se le acabaría la política de tele y tendría que empezar a trabajar en serio”, se decía en los pasillos del Congreso.

En Grupos independentistas (ERC, CiLl, PNV, BILDU, CC…)
Todos, con independencia de ideologías y procedencias, no tienen otro nexo común que “romper el Estado”. Pero cada tiene intereses distintos: ERC y CiLl han de ventilar entre ellos el liderazgo en Cataluña, unidos para “romper con Madrid” y a la greña en casi todo lo demás. El PNV, moderado, ha de evitar dejarse arrastrar por las veleidades catalanas y el radicalismo de sus paisanos abertzales. Bildu, tras las elecciones, ha perdido apoyos y necesita redefinir metas. Coalición Canaria, con la única voz de Ana Oramas, ha de seguir navegando entre las dos aguas que representan las formaciones nacionales.

Visto lo anterior y que urge la formación de un nuevo Gobierno, es momento de ver quién puede conseguirlo.

Dadas las leyes vigentes, la composición del Congreso de los Diputados y los pactos que la realidad, la razón y la matemática permiten, el nombramiento del nuevo Presidente del Gobierno ha de hacerse desde alguno de estos supuestos:

Vuelta de Rajoy.- Con un gobierno en minoría y pactos públicos (los subterfugios serían improcedentes y perjudicarían a los que participaran en ellos) para hacer “Un programa de Gobierno que fije lo que hay que hacer y durante el tiempo que se decida en el pacto”. Esta posibilidad se contemplaba, el 13 de enero, en un corrillo con miembros del PP, mientras se festejaba el acta de una senadora con un cóctel en un hotel de la Gran Vía madrileña. Cabría entrar en los pormenores del pacto (integrantes y duración), pero es aventurado evaluar hechos y circunstancias susceptibles de interpretación que influirán en la obtención de acuerdos. En este supuesto, el Gobierno estaría presidido por Rajoy, al menos al principio. Quedaría por definir la duración del pacto. Y por negociar si éste contempla la opción de presidencias sucesivas y si compromete, o no, la libertad del presidente para convocar Elecciones.

Pacto sin el PP.- Entre “este trío de inexpertos (PSOE-Podemos-Ciudadanos) que no sé lo que dará de sí ni si sería bueno. Y lo digo aunque uno sea de los nuestros”, opinaba un socialista mientras alguien, paseando con él por la Carrera de San Jerónimo, reparaba en la necesidad de definir un programa de Gobierno y dudaba: “España soportó la juventud de Felipe González en su tiempo y a Zapatero en épocas de bonanza. Pero ahora, a la juventud de Felipe González y al hacer de Zapatero, hay que sumarle la problemática capacidad de Pedro Sánchez y que Iglesias y Rivera tampoco saben qué es gobernar. Puede que sea demasiado”. En este supuesto, tanto si el presidente de Gobierno es Sánchez como si se acuerda una presidencia sucesiva o compartida, habría que tomar en cuenta los mismos cuidados que en el caso anterior.

Pacto sin el PP, ni Ciudadanos.- Posible, si Pedro Sánchez fuerza las cuadernas del PSOE y logra el concurso de una parte, o el todo, de un totum revolutum que haga viable su investidura: Podemos. Independentistas catalanes (ERC y DiLl) y vascos (PNV y Bildu); y hasta Coalición Canaria. Es obvio que la estabilidad del gobierno dependería de voluntades personales, que existirían dificultades de gobernanza y que el futuro nacional quedaría a albur de tantos imponderables que hacen posible cualquier tipo de conjetura. Pero, matemáticamente, dados los actores y maniobras que se inician,…

Pacto, PP-PSOE- (¿C’s?) sin Rajoy ni Sánchez. En él, pactado un Programa de Gobierno y la forma de desarrollarlo, habría que “acordar” quién lo presidiría y si la presidencia puede compartirse. A los nombres que suenan (Sáenz de Santamaría, Ruiz Gallardón, García Margallo, Alfonso Alonso, Eduardo Serra, Rubalcaba, Alfonso Guerra, Enrique Barón, Susana Díaz…), hay que agregar, además de lo que representa cada uno, dos hechos asociados a tres nombres, quizá “tapados”, que merecen reseña aparte:

Uno de ellos ocurrió en el Hotel Palace en la presentación del libro de Josep Borrell sobre la realidad económica catalana. Allí acudieron: Javier Solana. “¿Con su edad y su salud? Esto se sale de ojo.”, opinó un periodista. Y Felipe González, que se apuntaba en (o se borraba de) la lista con declaraciones sobre Venezuela y Pablo Iglesias.

Otro tuvo lugar hace unos días en la Cafetería de la Tercera Planta del Congreso. Un diputado socialista (hoy exdiputado), en despedida, saludó a tres personas que conversaban alrededor de una mesa. “Curiosa reunión. Aquí, a la vista de todos”, comenté. “Esto te va a hacer pensar dentro de unos días”, me contestó. Después, mientras removía su café, hizo la pregunta con visos de confidencia: “¿Recuerdas el último acto de la legislatura?”. Asentí. “Pues no lo olvides, ni lo destapes ahora porque lo quemarías. Y nos vale”.

Hoy, a salvo “de la quema”, parece, conviene evocar aquello: El PSOE, en pie, se unía al PP y acababa la Legislatura aplaudiendo a una persona (¿consenso?).

Cabe añadir que los reunidos en la cafetería del Congreso eran los diputados Elorriaga y Cortés (hombres de Aznar) y Jesús María Posada Moreno, a la sazón Presidente del Congreso, al que el PP y el PSOE aplaudieron juntos; y al que un diputado socialista tomó como tapado y quería proteger.

Un sustituto para Rajoy

… hasta un “tapado”
José Luis Heras Celemín
domingo, 17 de enero de 2016, 23:32 h (CET)
Mariano Rajoy es gallego y a su figura política no le es ajena la “o”, esa conjunción disyuntiva que denota diferencia, separación o alternativa entre personas, cosas o ideas. Pero, ojo al dato, la “o” también expresa equivalencia.

Hecha la precisión lingüística, veamos, no lo que representa Rajoy, que es conocido, sino qué supondría su retirada.

Los principales efectos serían: Paralización de la dinámica que protagoniza. Conmoción en los partidos políticos. Incertidumbre en la posición de España en Europa y en la aldea global que es el mundo Y, lo que parece más urgente, la búsqueda de una persona para sustituirle.

Para tratar de entender esa búsqueda, antes de cualquier análisis, conviene echar un vistazo a la situación en los partidos políticos:

En el PP
Dominado por Rajoy y cohesionado por el poder, la marcha de Rajoy significaría el “descabezamiento” de la institución y lo que lleva aparejado: Aflorarían tensiones internas. Aparecerían los efectos de una dinámica partidista apegada a un líder que no ha propiciado la siembra y cultivo de sustitutos jóvenes. E, inexorablemente, habría que emprender dos acciones: Una, inmediata, para buscar sustituto, o sustituta. Y otra, no tan urgente, para preparar un Congreso con el que reestructurar la institución, con Rajoy al frente del partido o administrado éste por una Gestora,

En el PSOE
Con Pedro Sánchez convertido en fiasco por deméritos propios, aparecería el vacío. Un vacío que tiene dos efectos: Sin tiempo para sustituir a quienes lo manejan (Sánchez, Luena, Hernando…), habría que intentar fortalecer lo que hay. Pero lo que hay es un equipo que se encuentra en una situación parecida a la que soporta un pintor de brocha gorda al que le quitan la pared que está pintando. Sin Rajoy enfrente, Sánchez se queda sin discurso. Se ha empeñado en apestarlo como indigno, no ha construido alternativa; y sólo puede recurrir a los apoyos de quienes intentan fagocitarle. A la vez, se recrudecería la agitación interna, que sangra votos y ha durado demasiado, y desde esa situación habría que encarar el futuro.

En Podemos
Ya en las instituciones, su situación es distinta a la de hace sólo 27 días: Sin Rajoy enfrente, su “pared” es más amplia que en la que pinta el PSOE, porque tomó como adversario al PP en vez de a su cabeza. Pero su realidad interna empieza a tener unos problemas que aparecieron en el momento de acreditar a sus diputados y que van creciendo por momentos. Podemos no es un partido político tradicional. Ni siquiera “la sopa de siglas” que se movieron en la órbita de la izquierda en el pasado tuvo nunca lo que ya en el núcleo de la coalición se llama “falta de disciplina”. El impedimento de formar 4 grupos en el Congreso es algo más que una muestra de la ingobernabilidad que publicaba El País. “Los problemas nos vendrán de los acentos, no sólo catalanes o gallegos”, se decía en la sala Ernest Lluch del Congreso. Mientras algunos candidatos hacían cucamonas al bebé de Bescansa, desde la facción de “podemitas auténticos” se protestaba: “El problema es Ada Colau”. Además, fracasado el intento de convertirse en el paladín de la izquierda e investigado por supuestas financiaciones extranjeras, Pablo Iglesias no puede repartir un poder que no tiene entre sus coaligados (con los que quizá se comprometió) y está empezando a sentir la soledad del jefe y las fisuras que se abren bajo sus pies. Es cierto que los cerebros del grupo le apoyan, pero no se sabe hasta cuándo; ni si logrará retener a coaligados para mantener la unidad.

En Ciudadanos
C’s nunca se enfrentó a Rajoy e incluso ha demostrado sentirse cómodo con él. Hasta ahora, Rajoy recibía todas las críticas. Si desapareciera, esas críticas se repartirían entre PP y C’s. Además, la situación obligaría a que las utopías de C’s (Programa Económico de Garicano, Conthe y compañía,…) bajaran a la palestra de la mano de los Girauta, Hervías o Villegas para enfrentarlas a las propuestas de todo el arco parlamentario. “Sin Rajoy, a Ciudadanos se le acabaría la política de tele y tendría que empezar a trabajar en serio”, se decía en los pasillos del Congreso.

En Grupos independentistas (ERC, CiLl, PNV, BILDU, CC…)
Todos, con independencia de ideologías y procedencias, no tienen otro nexo común que “romper el Estado”. Pero cada tiene intereses distintos: ERC y CiLl han de ventilar entre ellos el liderazgo en Cataluña, unidos para “romper con Madrid” y a la greña en casi todo lo demás. El PNV, moderado, ha de evitar dejarse arrastrar por las veleidades catalanas y el radicalismo de sus paisanos abertzales. Bildu, tras las elecciones, ha perdido apoyos y necesita redefinir metas. Coalición Canaria, con la única voz de Ana Oramas, ha de seguir navegando entre las dos aguas que representan las formaciones nacionales.

Visto lo anterior y que urge la formación de un nuevo Gobierno, es momento de ver quién puede conseguirlo.

Dadas las leyes vigentes, la composición del Congreso de los Diputados y los pactos que la realidad, la razón y la matemática permiten, el nombramiento del nuevo Presidente del Gobierno ha de hacerse desde alguno de estos supuestos:

Vuelta de Rajoy.- Con un gobierno en minoría y pactos públicos (los subterfugios serían improcedentes y perjudicarían a los que participaran en ellos) para hacer “Un programa de Gobierno que fije lo que hay que hacer y durante el tiempo que se decida en el pacto”. Esta posibilidad se contemplaba, el 13 de enero, en un corrillo con miembros del PP, mientras se festejaba el acta de una senadora con un cóctel en un hotel de la Gran Vía madrileña. Cabría entrar en los pormenores del pacto (integrantes y duración), pero es aventurado evaluar hechos y circunstancias susceptibles de interpretación que influirán en la obtención de acuerdos. En este supuesto, el Gobierno estaría presidido por Rajoy, al menos al principio. Quedaría por definir la duración del pacto. Y por negociar si éste contempla la opción de presidencias sucesivas y si compromete, o no, la libertad del presidente para convocar Elecciones.

Pacto sin el PP.- Entre “este trío de inexpertos (PSOE-Podemos-Ciudadanos) que no sé lo que dará de sí ni si sería bueno. Y lo digo aunque uno sea de los nuestros”, opinaba un socialista mientras alguien, paseando con él por la Carrera de San Jerónimo, reparaba en la necesidad de definir un programa de Gobierno y dudaba: “España soportó la juventud de Felipe González en su tiempo y a Zapatero en épocas de bonanza. Pero ahora, a la juventud de Felipe González y al hacer de Zapatero, hay que sumarle la problemática capacidad de Pedro Sánchez y que Iglesias y Rivera tampoco saben qué es gobernar. Puede que sea demasiado”. En este supuesto, tanto si el presidente de Gobierno es Sánchez como si se acuerda una presidencia sucesiva o compartida, habría que tomar en cuenta los mismos cuidados que en el caso anterior.

Pacto sin el PP, ni Ciudadanos.- Posible, si Pedro Sánchez fuerza las cuadernas del PSOE y logra el concurso de una parte, o el todo, de un totum revolutum que haga viable su investidura: Podemos. Independentistas catalanes (ERC y DiLl) y vascos (PNV y Bildu); y hasta Coalición Canaria. Es obvio que la estabilidad del gobierno dependería de voluntades personales, que existirían dificultades de gobernanza y que el futuro nacional quedaría a albur de tantos imponderables que hacen posible cualquier tipo de conjetura. Pero, matemáticamente, dados los actores y maniobras que se inician,…

Pacto, PP-PSOE- (¿C’s?) sin Rajoy ni Sánchez. En él, pactado un Programa de Gobierno y la forma de desarrollarlo, habría que “acordar” quién lo presidiría y si la presidencia puede compartirse. A los nombres que suenan (Sáenz de Santamaría, Ruiz Gallardón, García Margallo, Alfonso Alonso, Eduardo Serra, Rubalcaba, Alfonso Guerra, Enrique Barón, Susana Díaz…), hay que agregar, además de lo que representa cada uno, dos hechos asociados a tres nombres, quizá “tapados”, que merecen reseña aparte:

Uno de ellos ocurrió en el Hotel Palace en la presentación del libro de Josep Borrell sobre la realidad económica catalana. Allí acudieron: Javier Solana. “¿Con su edad y su salud? Esto se sale de ojo.”, opinó un periodista. Y Felipe González, que se apuntaba en (o se borraba de) la lista con declaraciones sobre Venezuela y Pablo Iglesias.

Otro tuvo lugar hace unos días en la Cafetería de la Tercera Planta del Congreso. Un diputado socialista (hoy exdiputado), en despedida, saludó a tres personas que conversaban alrededor de una mesa. “Curiosa reunión. Aquí, a la vista de todos”, comenté. “Esto te va a hacer pensar dentro de unos días”, me contestó. Después, mientras removía su café, hizo la pregunta con visos de confidencia: “¿Recuerdas el último acto de la legislatura?”. Asentí. “Pues no lo olvides, ni lo destapes ahora porque lo quemarías. Y nos vale”.

Hoy, a salvo “de la quema”, parece, conviene evocar aquello: El PSOE, en pie, se unía al PP y acababa la Legislatura aplaudiendo a una persona (¿consenso?).

Cabe añadir que los reunidos en la cafetería del Congreso eran los diputados Elorriaga y Cortés (hombres de Aznar) y Jesús María Posada Moreno, a la sazón Presidente del Congreso, al que el PP y el PSOE aplaudieron juntos; y al que un diputado socialista tomó como tapado y quería proteger.

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