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Ignacio de Cossío

Sevilla son sus pueblos

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Como es sabida la Fiesta avanza, evoluciona y nadie escapa a su paso ni siquiera la afición de Sevilla y sus ambientes taurinos. Sevilla fue, es y será uno de los últimos rincones españoles en donde se halla la verdadera la afición. Nuestra ciudad y provincia, se encuentra vertebrada en una treintena de municipios, englobando, suspensiones aparte, a casi ciento cincuenta espectáculos taurinos y cada uno nos lleva a un estilo, un camino y una nueva forma de interpretar el complejo y apasionante mundo de los toros. Desde el primero al último, han desfilado por sus ruedos desde Curro Guillén a Oliva Soto, desde la saga de los Miura a los Hermanos Garzón o desde Écija a Espartinas todo está indisolublemente unido por una rica tradición oral conformando una gigantesca cadena heredada que la hace llegar con la fuerza de lo auténtico hasta nuestros días. No olvidemos que ya son cerca del centenar de toreros los que en estos municipios nacieron, la misma cantidad se traslada a los que vieron y dieron la luz a la capital, sin olvidarnos de las ganaderías de bravo que en sus tierras se asientan, pacen y mueren, para mayor gloria del toreo, los mejores ejemplares de lidia. Capítulo aparte merecen los centenares de novilleros y subalternos sevillanos que casi anónimos van surgiendo a lo largo de los años como parte indispensable de perenne revisión en los anales de la tauromaquia. Con este panorama taurino incomparable, más que envidiable por cualquier otra provincia española se nos presenta el complejo asunto de determinar la evolución y desarrollo de lo que dejaron tras su paso, de su escuela, de su recuerdo y su ambiente más inmediato.

A pesar de nuestra idiosincrasia, costumbres claramente enraizadas con el campo y el toreo, se sucede a menudo y de manera paradójica una observación urgente y casi paralela a nuestros pueblos, pues todos han vivido y ahora más que nunca un éxodo taurino. En primer lugar el sector ganadero fue el que primero que se vio afectado por el crecimiento y aprovechamiento de las zonas agrícolas en los últimos treinta años, desplazando a la gran mayoría de las ganaderías de bravo a la zona norte de Sevilla en plena Sierra, a excepción de las clásicas que aún resisten milagrosamente en sus viejos emplazamientos como son la ganaderías de Miura, Conde de Maza, Guardiola, Murube o Felipe Bartolomé, entre otras. En contraposición el sur actual de Sevilla, es un territorio casi desértico en donde antaño confluían caminos, tertulias de mayorales y vaqueros, de caballistas y ganaderos comentando, esperando o disertando sobre cualquier faena del campo o resultado en la plaza. Ahora las ganaderías pese a sufrir un claro aumento se hallan más próximas unas de otras y casi conforman por sí solas pequeñas islas escarpadas de bravo en medio de encinas y alcornoques; frente a la tierra arenosa del sur que poco a poco coloniza al mar como todo lo que encuentra a su paso, incluso el toro.

Otra observación acerca del flujo migratorio que sufre la afición de Sevilla es la que se produce desde de las comarcas de mayor solera en los toros hacia la Maestranza por su Feria de Abril. En el presente como en el pasado: Écija en el día de San Mateo en Septiembre; Osuna a mediados de mayo por su feria del ganado; Utrera en el día de la Virgen de Consolación hoy más expectante que nunca por ver su nueva plaza bajo las voces de Belmonte, Cagancho, Domingo Ortega, Antonio Bienvenida, Gitanillo de Triana o Curro Romero; La Algaba casi al final de la cosecha cuando a mitad de Septiembre se renueva su título de ser la que más festejos menores y de promoción celebra a la sombra de aquellos carros del Trigo y el maíz; sin olvidarnos del corralón novilleril de Cantillana a la sombra atigrada del gran Manili; Constantina y sus novilladas de lujo por San Bartolomé a finales de agosto o las modernas de Espartinas y el renovado Morón que también se unen como el resto al fiel reflejo de una feria maestrante que ahora más que nunca esta más cerca por carretera y televisión de todos absorbiéndolas casi por completo al grito ¡ Primero un abono en la Maestranza y luego ya veremos que cartel nos ponen en el pueblo! La consagración de la Feria de Abril de Sevilla es la práctica defunción de los populosos festejos en los pueblos que obligados se encuentran a superarse cada año para competir con lo imposible, a pesar de todo Sevilla siempre gana.

El pueblo se rebela y se alimenta de la gran ciudad. Ya no basta con presenciar la tradicional corrida de los Miura el domingo de farolillos, día por antonomasia de la provincia de Sevilla en la Maestranza, ya quieren estar presentes con sus mejores representantes desde el Domingo de Resurrección, la preferia y los farolillos con más ganas que nunca de ver toros y de toreros. Parece que ya se ha dejado de trabajar en el campo, que las carreteras son espléndidas y nadie puede frenar el embriagador perfume de lo majestuoso, lo imperial del toreo que es formar parte de ese coro real que es el coso del Baratillo. Es una evidencia incontestable, todo se fraguó y se vió aquí, el origen de la gran revolución por sus mejores interpretes. Sevilla y sus pueblos, ellos también son Sevilla. Y si no que se lo pregunten a la gracia del gelveño Desperdicios; a los poderosos Bombitas: Emilio, Ricardo y Manuel de Tomares; al empaque de Antonio Reverte de Alcalá del Río; a todos los Algabeños padre, hijo, nieto y sobrino; o al valor y la pluma de El Camisero de Constantina; al padre de los Martín Vázquez, Manolo de Alcalá de Guadaira; a la natural perfección de Manolo Bienvenida desde Dos Hermanas; al valor villamanriqueño de Pascual Márquez, al arte en estado puro de Julio Pérez El Vito junto al gran sabio Camino y el Faraón Romero de Camas; al sobrino de Manolete y único Lagartijo: Rafael Soria Molina, que no nació en Córdoba sino en Écija como el valor, a fuego lento, de Jaime Ostos; o a la raza y torería de los Espartacos padre e hijo en su tierra por citar solo algunos y sobre todos ellos el Rey de la Fiesta nacido en la calle Fuente número dos de Gelves. José, padre y señor del toreo moderno y arquitecto del campo bravo. ¿Acaso la Sevilla taurina es algo sin sus pueblos o sus pueblos sin Sevilla? Dos caras de una misma moneda en los que por cada rincón se sabe hablar de toros, en donde cuando el torero accede a venir a torear a Sevilla confiesa que su único temor es saber que todos aquellos predecesores de un legado le observan, le dejan torear y es cuando el error o el virtuosismo de la tarde lleva nombre propio, y solo hay un único responsable. Más tarde cuando las luces se apagan llega la hora de la afición de mantener la llama, de transmitir un legado en las tabernas y los bares, es la hora del juicio duro y cabal. En Madrid resuenan los alaridos y las broncas en la plaza y se disculpa a los toreros en las calles. Sevilla habla, cuando calla en la plaza, casi no se manifiesta en los momentos más deslucidos y opacos de la tarde pero en cambio atruena en cada tertulia improvisada tras la corrida. Todos son notarios y esta presente el viejo y el relevo, el curioso y el aséptico. Pero nadie de los actuantes sobre el albero se salva del juicio final, del apunte infernal. Por eso a lo mejor tampoco nadie se pronuncia ni se manifiesta en el tendido ante la adversidad, la conciencia le ordena que junto a uno siempre hay otro juez con memoria que podría recordarle sus propias limitaciones. Este es el encanto y también la profundidad de un ambiente inquebrantable que no deja de empapar a las nuevas generaciones, de envenenar con la magia de la fiesta y de arrinconar a los aficionados de nuevo cuño, a los presuntuosos curritos y a todos aquellos que no sienten los colores de una vocación casi perdida en el resto de nuestra España como es la de trasmitir de padres a hijos lo que mejor sabemos hacer. Como vivir para y por el toro, como soñar y sentir el arte inmortal de una faena gloriosa desde la última cátedra viva que nos queda y en donde es posible la resurrección de cada aficionado en otro mejor. Aquí el prestigio y la transcendencia de los éxitos artísticos parecen no perder fuerza sino acrecentarse aún más con el paso de los años. Cualquier torero que se tercie soñaría con ser del último pueblo de Sevilla, por que con ello tendría asegurado un lugar de privilegio en la historia y en el recuerdo de todos. La cuestión a analizar que se nos plantea de verdad no sería otra que: ¿Ser sevillano o nacer en esta tierra es un sentimiento o una realidad del toreo?

Sevilla son sus pueblos

Ignacio de Cossío
Ignacio de Cossío
sábado, 18 de abril de 2009, 11:13 h (CET)
Como es sabida la Fiesta avanza, evoluciona y nadie escapa a su paso ni siquiera la afición de Sevilla y sus ambientes taurinos. Sevilla fue, es y será uno de los últimos rincones españoles en donde se halla la verdadera la afición. Nuestra ciudad y provincia, se encuentra vertebrada en una treintena de municipios, englobando, suspensiones aparte, a casi ciento cincuenta espectáculos taurinos y cada uno nos lleva a un estilo, un camino y una nueva forma de interpretar el complejo y apasionante mundo de los toros. Desde el primero al último, han desfilado por sus ruedos desde Curro Guillén a Oliva Soto, desde la saga de los Miura a los Hermanos Garzón o desde Écija a Espartinas todo está indisolublemente unido por una rica tradición oral conformando una gigantesca cadena heredada que la hace llegar con la fuerza de lo auténtico hasta nuestros días. No olvidemos que ya son cerca del centenar de toreros los que en estos municipios nacieron, la misma cantidad se traslada a los que vieron y dieron la luz a la capital, sin olvidarnos de las ganaderías de bravo que en sus tierras se asientan, pacen y mueren, para mayor gloria del toreo, los mejores ejemplares de lidia. Capítulo aparte merecen los centenares de novilleros y subalternos sevillanos que casi anónimos van surgiendo a lo largo de los años como parte indispensable de perenne revisión en los anales de la tauromaquia. Con este panorama taurino incomparable, más que envidiable por cualquier otra provincia española se nos presenta el complejo asunto de determinar la evolución y desarrollo de lo que dejaron tras su paso, de su escuela, de su recuerdo y su ambiente más inmediato.

A pesar de nuestra idiosincrasia, costumbres claramente enraizadas con el campo y el toreo, se sucede a menudo y de manera paradójica una observación urgente y casi paralela a nuestros pueblos, pues todos han vivido y ahora más que nunca un éxodo taurino. En primer lugar el sector ganadero fue el que primero que se vio afectado por el crecimiento y aprovechamiento de las zonas agrícolas en los últimos treinta años, desplazando a la gran mayoría de las ganaderías de bravo a la zona norte de Sevilla en plena Sierra, a excepción de las clásicas que aún resisten milagrosamente en sus viejos emplazamientos como son la ganaderías de Miura, Conde de Maza, Guardiola, Murube o Felipe Bartolomé, entre otras. En contraposición el sur actual de Sevilla, es un territorio casi desértico en donde antaño confluían caminos, tertulias de mayorales y vaqueros, de caballistas y ganaderos comentando, esperando o disertando sobre cualquier faena del campo o resultado en la plaza. Ahora las ganaderías pese a sufrir un claro aumento se hallan más próximas unas de otras y casi conforman por sí solas pequeñas islas escarpadas de bravo en medio de encinas y alcornoques; frente a la tierra arenosa del sur que poco a poco coloniza al mar como todo lo que encuentra a su paso, incluso el toro.

Otra observación acerca del flujo migratorio que sufre la afición de Sevilla es la que se produce desde de las comarcas de mayor solera en los toros hacia la Maestranza por su Feria de Abril. En el presente como en el pasado: Écija en el día de San Mateo en Septiembre; Osuna a mediados de mayo por su feria del ganado; Utrera en el día de la Virgen de Consolación hoy más expectante que nunca por ver su nueva plaza bajo las voces de Belmonte, Cagancho, Domingo Ortega, Antonio Bienvenida, Gitanillo de Triana o Curro Romero; La Algaba casi al final de la cosecha cuando a mitad de Septiembre se renueva su título de ser la que más festejos menores y de promoción celebra a la sombra de aquellos carros del Trigo y el maíz; sin olvidarnos del corralón novilleril de Cantillana a la sombra atigrada del gran Manili; Constantina y sus novilladas de lujo por San Bartolomé a finales de agosto o las modernas de Espartinas y el renovado Morón que también se unen como el resto al fiel reflejo de una feria maestrante que ahora más que nunca esta más cerca por carretera y televisión de todos absorbiéndolas casi por completo al grito ¡ Primero un abono en la Maestranza y luego ya veremos que cartel nos ponen en el pueblo! La consagración de la Feria de Abril de Sevilla es la práctica defunción de los populosos festejos en los pueblos que obligados se encuentran a superarse cada año para competir con lo imposible, a pesar de todo Sevilla siempre gana.

El pueblo se rebela y se alimenta de la gran ciudad. Ya no basta con presenciar la tradicional corrida de los Miura el domingo de farolillos, día por antonomasia de la provincia de Sevilla en la Maestranza, ya quieren estar presentes con sus mejores representantes desde el Domingo de Resurrección, la preferia y los farolillos con más ganas que nunca de ver toros y de toreros. Parece que ya se ha dejado de trabajar en el campo, que las carreteras son espléndidas y nadie puede frenar el embriagador perfume de lo majestuoso, lo imperial del toreo que es formar parte de ese coro real que es el coso del Baratillo. Es una evidencia incontestable, todo se fraguó y se vió aquí, el origen de la gran revolución por sus mejores interpretes. Sevilla y sus pueblos, ellos también son Sevilla. Y si no que se lo pregunten a la gracia del gelveño Desperdicios; a los poderosos Bombitas: Emilio, Ricardo y Manuel de Tomares; al empaque de Antonio Reverte de Alcalá del Río; a todos los Algabeños padre, hijo, nieto y sobrino; o al valor y la pluma de El Camisero de Constantina; al padre de los Martín Vázquez, Manolo de Alcalá de Guadaira; a la natural perfección de Manolo Bienvenida desde Dos Hermanas; al valor villamanriqueño de Pascual Márquez, al arte en estado puro de Julio Pérez El Vito junto al gran sabio Camino y el Faraón Romero de Camas; al sobrino de Manolete y único Lagartijo: Rafael Soria Molina, que no nació en Córdoba sino en Écija como el valor, a fuego lento, de Jaime Ostos; o a la raza y torería de los Espartacos padre e hijo en su tierra por citar solo algunos y sobre todos ellos el Rey de la Fiesta nacido en la calle Fuente número dos de Gelves. José, padre y señor del toreo moderno y arquitecto del campo bravo. ¿Acaso la Sevilla taurina es algo sin sus pueblos o sus pueblos sin Sevilla? Dos caras de una misma moneda en los que por cada rincón se sabe hablar de toros, en donde cuando el torero accede a venir a torear a Sevilla confiesa que su único temor es saber que todos aquellos predecesores de un legado le observan, le dejan torear y es cuando el error o el virtuosismo de la tarde lleva nombre propio, y solo hay un único responsable. Más tarde cuando las luces se apagan llega la hora de la afición de mantener la llama, de transmitir un legado en las tabernas y los bares, es la hora del juicio duro y cabal. En Madrid resuenan los alaridos y las broncas en la plaza y se disculpa a los toreros en las calles. Sevilla habla, cuando calla en la plaza, casi no se manifiesta en los momentos más deslucidos y opacos de la tarde pero en cambio atruena en cada tertulia improvisada tras la corrida. Todos son notarios y esta presente el viejo y el relevo, el curioso y el aséptico. Pero nadie de los actuantes sobre el albero se salva del juicio final, del apunte infernal. Por eso a lo mejor tampoco nadie se pronuncia ni se manifiesta en el tendido ante la adversidad, la conciencia le ordena que junto a uno siempre hay otro juez con memoria que podría recordarle sus propias limitaciones. Este es el encanto y también la profundidad de un ambiente inquebrantable que no deja de empapar a las nuevas generaciones, de envenenar con la magia de la fiesta y de arrinconar a los aficionados de nuevo cuño, a los presuntuosos curritos y a todos aquellos que no sienten los colores de una vocación casi perdida en el resto de nuestra España como es la de trasmitir de padres a hijos lo que mejor sabemos hacer. Como vivir para y por el toro, como soñar y sentir el arte inmortal de una faena gloriosa desde la última cátedra viva que nos queda y en donde es posible la resurrección de cada aficionado en otro mejor. Aquí el prestigio y la transcendencia de los éxitos artísticos parecen no perder fuerza sino acrecentarse aún más con el paso de los años. Cualquier torero que se tercie soñaría con ser del último pueblo de Sevilla, por que con ello tendría asegurado un lugar de privilegio en la historia y en el recuerdo de todos. La cuestión a analizar que se nos plantea de verdad no sería otra que: ¿Ser sevillano o nacer en esta tierra es un sentimiento o una realidad del toreo?

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