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Ana Morilla

Sociedad Civil. Activistas, ácratas, e indolentes

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La ministra de Igualdad, Bibiana Aído, ha presentado ésta semana la séptima edición del Informe Juventud en España 2008 (IJE2008). El estudio refleja una tendencia hacia la participación juvenil no institucionalizada y autogestionada, como demuestra que el 39% colabore en acciones solidarias, aún sin formar parte de ninguna organización. Sin embargo se observa un creciente desinterés por la política que baja del 23,2% de jóvenes interesados en 2004, hasta un exangüe 17% en 2008.

Es probable que la partitocracia con sesgo telecrático que a veces parece gobernar nuestros destinos no sea acreedora, por méritos propios, de un gran interés intelectual. Existen canales de implicación política pero el espacio de valores e ideales pareciera para muchos haberse desplazado a organizaciones alejadas del poder político. Además en muchas ocasiones las rencillas, el filibusterismo, la doble moral, la demagogia, los abusos de poder o la falta de escrúpulos para obtenerlo están impregnados de un marengo previsible y mediocre.

Es cierto que cada vez hay más ciudadanos poseídos por un virus hooliganesco, cuya inoculación provoca en su portador la réplica de actitudes habituales en la grada del fútbol y que son tan incapaces de ver méritos en el partido contrario como de no justificar los fallos del propio. Ciudadanos que jalearán las declaraciones del socialista Pedro Castro llamando “Tontos de los Cojones” a los votantes del PP, o de Manuel Fraga cuando dice que a los nacionalistas habría que medirlos “colgándolos de algún sitio”.

Entre las barreras a la implicación ciudadana más desincentivantes están la sensación de que los partidos son maquinarias de perpetuarse en el poder, frontones contra el adversario, los pactos “contra natura”, las listas cerradas, la falta de políticas de participación ciudadana vertebrada, el cariz cutre de los exabruptos y la descalificación permanente y destructiva, la manipulación de medios públicos televisivos – especialmente sangrantes las de Telemadrid y TV3 - , las componendas de trilero en las votaciones parlamentarias y, sobretodo, la falta de discurso constructivo y de valores ilusionantes. Más allá de ideologías, la capacidad de conjugar concordia y consenso de Obama, o el ya gastado talante de Zapatero, deben considerarse buenas prácticas.

La percepción de que la sociedad civil participa en política a través de organizaciones y asociaciones es fragmentaria: en muchas ocasiones son lobbies de intereses que acaparan lo que debería ser corresponsabilidad de la ciudadanía. Los gobiernos tampoco despliegan las posibilidades de una democracia más participativa, con e-democracia y mecanismos para la participación en la definición de políticas; el sistema representativo es más fácil si tiende al cheque en blanco de 4 años que catalizando demandas externas.

Así, desde fuera, el votante es presa del desánimo, cuando no del desengaño o de la frustración y termina por no jugar. Como el lúcido perdedor abandona para siempre el casino tras comprender que la pasión es solo un manto para disfrazar una lógica tan calculada como perversa.

Pero el desinterés político, en todas sus formas, desde la pretendida lucidez hipercrítica, a las posturas anarcoides o de indolencia política no son actitudes socialmente más útiles que las del hooligan iracundo.

Argentina y antes y a la vez que ella Italia llevan décadas regalando estampas que debieran ser un verdadero antídoto contra el desistimiento. Los ejemplos de presidencias producidos por esas dos democracias abúlicas- tanto en la forma de viriles bufos septuagenarios como en la de atildadas exmisses recauchutadas- debieran ser una vacuna para la claudicación. Sobretodo porque lo peor no son ellos, sino sus obras y el tiempo perdido en términos de progreso y bienestar de las generaciones. Votantes que se han reído de sus políticos y políticos que se han reído de sus votantes. Un juego en apariencia simétrico, si la casa no tendiera a ganar y no necesitara tan solo unas pocas partidas para despojar a una generación de incautos, y a la siguiente, en la misma mano.

En treinta años de democracia España, como otros países, no ha tenido una necesidad tan acuciante como hoy de contar con los mejores al frente del país. La democracia no funciona por sí sola o por ser mejor que otras formas de gobierno. El sistema que nos hemos dado para convivir exige que de verdad lo sean. La grandeza de la victoria de Obama radica exactamente ahí: en su capacidad para ilusionar a un país, haciendo converger necesidades y anhelos de élites, clases medias y colectivos desfavorecidos, sumando fuerzas, incluida las de adversarios internos y externos a su partido.

Todos somos sociedad civil. Todos nos jugamos demasiado para delegar el derecho a la información, el juicio, la crítica, el voto a quienes nos gobiernan en todos los niveles.

El Estado gestionará en 2009 más de 20.000 euros de cada uno de los hogares españoles. Si se tratara de una derrama en el domicilio, seguro que la justificación de la obra y la implicación en la comunidad sería total. Más allá de todas las razones de valores, ideales o justicia social que puedan motivar a jóvenes y adultos, 1.650 euros al mes son también una buena razón para interesarse por la política.

Sociedad Civil. Activistas, ácratas, e indolentes

Ana Morilla
Ana Morilla
sábado, 13 de diciembre de 2008, 04:00 h (CET)
La ministra de Igualdad, Bibiana Aído, ha presentado ésta semana la séptima edición del Informe Juventud en España 2008 (IJE2008). El estudio refleja una tendencia hacia la participación juvenil no institucionalizada y autogestionada, como demuestra que el 39% colabore en acciones solidarias, aún sin formar parte de ninguna organización. Sin embargo se observa un creciente desinterés por la política que baja del 23,2% de jóvenes interesados en 2004, hasta un exangüe 17% en 2008.

Es probable que la partitocracia con sesgo telecrático que a veces parece gobernar nuestros destinos no sea acreedora, por méritos propios, de un gran interés intelectual. Existen canales de implicación política pero el espacio de valores e ideales pareciera para muchos haberse desplazado a organizaciones alejadas del poder político. Además en muchas ocasiones las rencillas, el filibusterismo, la doble moral, la demagogia, los abusos de poder o la falta de escrúpulos para obtenerlo están impregnados de un marengo previsible y mediocre.

Es cierto que cada vez hay más ciudadanos poseídos por un virus hooliganesco, cuya inoculación provoca en su portador la réplica de actitudes habituales en la grada del fútbol y que son tan incapaces de ver méritos en el partido contrario como de no justificar los fallos del propio. Ciudadanos que jalearán las declaraciones del socialista Pedro Castro llamando “Tontos de los Cojones” a los votantes del PP, o de Manuel Fraga cuando dice que a los nacionalistas habría que medirlos “colgándolos de algún sitio”.

Entre las barreras a la implicación ciudadana más desincentivantes están la sensación de que los partidos son maquinarias de perpetuarse en el poder, frontones contra el adversario, los pactos “contra natura”, las listas cerradas, la falta de políticas de participación ciudadana vertebrada, el cariz cutre de los exabruptos y la descalificación permanente y destructiva, la manipulación de medios públicos televisivos – especialmente sangrantes las de Telemadrid y TV3 - , las componendas de trilero en las votaciones parlamentarias y, sobretodo, la falta de discurso constructivo y de valores ilusionantes. Más allá de ideologías, la capacidad de conjugar concordia y consenso de Obama, o el ya gastado talante de Zapatero, deben considerarse buenas prácticas.

La percepción de que la sociedad civil participa en política a través de organizaciones y asociaciones es fragmentaria: en muchas ocasiones son lobbies de intereses que acaparan lo que debería ser corresponsabilidad de la ciudadanía. Los gobiernos tampoco despliegan las posibilidades de una democracia más participativa, con e-democracia y mecanismos para la participación en la definición de políticas; el sistema representativo es más fácil si tiende al cheque en blanco de 4 años que catalizando demandas externas.

Así, desde fuera, el votante es presa del desánimo, cuando no del desengaño o de la frustración y termina por no jugar. Como el lúcido perdedor abandona para siempre el casino tras comprender que la pasión es solo un manto para disfrazar una lógica tan calculada como perversa.

Pero el desinterés político, en todas sus formas, desde la pretendida lucidez hipercrítica, a las posturas anarcoides o de indolencia política no son actitudes socialmente más útiles que las del hooligan iracundo.

Argentina y antes y a la vez que ella Italia llevan décadas regalando estampas que debieran ser un verdadero antídoto contra el desistimiento. Los ejemplos de presidencias producidos por esas dos democracias abúlicas- tanto en la forma de viriles bufos septuagenarios como en la de atildadas exmisses recauchutadas- debieran ser una vacuna para la claudicación. Sobretodo porque lo peor no son ellos, sino sus obras y el tiempo perdido en términos de progreso y bienestar de las generaciones. Votantes que se han reído de sus políticos y políticos que se han reído de sus votantes. Un juego en apariencia simétrico, si la casa no tendiera a ganar y no necesitara tan solo unas pocas partidas para despojar a una generación de incautos, y a la siguiente, en la misma mano.

En treinta años de democracia España, como otros países, no ha tenido una necesidad tan acuciante como hoy de contar con los mejores al frente del país. La democracia no funciona por sí sola o por ser mejor que otras formas de gobierno. El sistema que nos hemos dado para convivir exige que de verdad lo sean. La grandeza de la victoria de Obama radica exactamente ahí: en su capacidad para ilusionar a un país, haciendo converger necesidades y anhelos de élites, clases medias y colectivos desfavorecidos, sumando fuerzas, incluida las de adversarios internos y externos a su partido.

Todos somos sociedad civil. Todos nos jugamos demasiado para delegar el derecho a la información, el juicio, la crítica, el voto a quienes nos gobiernan en todos los niveles.

El Estado gestionará en 2009 más de 20.000 euros de cada uno de los hogares españoles. Si se tratara de una derrama en el domicilio, seguro que la justificación de la obra y la implicación en la comunidad sería total. Más allá de todas las razones de valores, ideales o justicia social que puedan motivar a jóvenes y adultos, 1.650 euros al mes son también una buena razón para interesarse por la política.

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