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Fernando Mendikoa

Amaños

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De un tiempo a esta parte, el mundo del fútbol se ha visto salpicado por escándalos que amenazan con arrasarlo todo. La palabra “amaño” se está convirtiendo en algo de andar por casa, en un término que ha pasado el umbral de lo oculto, para situarse ya junto a nosotros. Los últimos casos nos hablan de amaños en el Málaga-Tenerife de la temporada pasada (con la Real Sociedad como perjudicada, al no poder ascender a 1ª), y en el Athletic-Levante de hace dos (y que supuso el descenso a 2ª División del Celta). Unas grabaciones secretas, ocultas, misteriosas, que además han visto la luz mucho tiempo después de haberse grabado, han provocado la hecatombe, y han puesto en tela de juicio la honestidad y la profesionalidad de jugadores y clubes, que ahora se ven en la incómoda tarea de tener que negar la mayor.

El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra, dirá alguno. Y es verdad que lo que se conoce no es sino la punta del iceberg que hay detrás, toda vez que partidos "extraños" los hemos visto todos. ¿O no?. Pero, en este caso, hablamos de lo que hablamos: en concreto, de dos partidos que nos tocan de cerca, en los que hay voces acusadoras, y cuyo resultado final pudo venir dado por esa suerte de cambalache, acuerdo, trapicheo, que permitió a unos cumplir su objetivo deportivo, y a otros el económico. De ser ciertas esas gravísimas acusaciones, nos encontraríamos de bruces con la adulteración de la competición, con la trampa y el engaño elevados a la categoría de infamia, y desde luego con una auténtica vergüenza, de imprevisibles consecuencias.

Pero es cierto: este es un virus más extenso de lo que podemos pensar. La epidemia se extiende por Croacia, donde hemos conocido otro de esos casos que invitan muy seriamente a la reflexión (el caso croata nos habla de apuestas de jugadores de dos equipos en base al resultado de dicho partido); Polonia, con la propia Federación de por medio; Portugal, con el famoso caso “Silbato Dorado” (sobornos a árbitros, e implicación de miembros de la Federación, empresarios y concejales); Italia, con su “Calciopoli” (corrupción en el campeonato italiano descubierto hace dos años); Bélgica (donde se investiga un encuentro del Anderlecht en el que se dio un resultado sorpresa, a la vez que se jugaban por Internet, y desde Asia, miles de euros a dicho resultado); Rumanía, donde se castigó al Steaua con la pérdida de 7 puntos, y al Cluj con 6, por un caso de corrupción; Bosnia, donde las sospechas se ciernen sobre las casas de apuestas; y ni siquiera Inglaterra se salva, donde la sede del Birmingham City fue registrada en marzo, dentro de las investigaciones llevadas a cabo por la Policía en relación a la corrupción en el fútbol profesional de ese país.

Quizá a estas alturas pocas cosas nos deberían sorprender, toda vez que hace ya bastante que el fútbol en particular (y el deporte en general) dejó de ser lo que comenzó siendo, para convertirse en una opción más de hacer negocio: y cuanto más rápido, mejor. No seré yo quien niegue que, en efecto, existen ligas, y copas, y campeonatos donde, es verdad, hay trofeos en juego, y coronas de laureles para los vencedores (y dinero, mucho dinero, tanto para jugadores como para clubes). Y también es cierto que los futbolistas entrenan a diario para ser titulares en el siguiente partido, mientras sus entrenadores se rompen la cabeza buscando la táctica apropiada para vencer al rival. Pero, desde ciertos ámbitos, la prioridad hace mucho que dejó de ser el cachivache que te dan cuando ganas (eso es para las masas), y más bien se centran en manejar los dineros, como si de cualquier empresa se tratara. Y de ahí al fraude quizá haya poco trecho: ya vemos que se da en demasiados casos.

Habrá quien me diga que para algo estamos en un sistema de libre mercado, en el cual solo la relación oferta-demanda importa en el devenir de las cosas, como comprobamos a diario. Y a eso poco hay que oponer, salvo que uno sigue siendo un romántico de esto, y quiere seguir creyendo en el espíritu honesto y real del deporte. Y de la vida. Pero, al igual que ocurre con otros aspectos dentro de ese libre mercado, también en el caso que nos ocupa de corrupción en el fútbol hay efectos colaterales de terribles consecuencias para quienes los padecen. Y en ninguno de todos esos casos (y esto vale para el deporte, pero también para la vida) vale con mirar para otro lado: entre otras cosas, porque el siguiente afectado puedes ser tú.

Amaños

Fernando Mendikoa
Fernando Mendikoa
miércoles, 10 de diciembre de 2008, 11:28 h (CET)
De un tiempo a esta parte, el mundo del fútbol se ha visto salpicado por escándalos que amenazan con arrasarlo todo. La palabra “amaño” se está convirtiendo en algo de andar por casa, en un término que ha pasado el umbral de lo oculto, para situarse ya junto a nosotros. Los últimos casos nos hablan de amaños en el Málaga-Tenerife de la temporada pasada (con la Real Sociedad como perjudicada, al no poder ascender a 1ª), y en el Athletic-Levante de hace dos (y que supuso el descenso a 2ª División del Celta). Unas grabaciones secretas, ocultas, misteriosas, que además han visto la luz mucho tiempo después de haberse grabado, han provocado la hecatombe, y han puesto en tela de juicio la honestidad y la profesionalidad de jugadores y clubes, que ahora se ven en la incómoda tarea de tener que negar la mayor.

El que esté libre de pecado, que tire la primera piedra, dirá alguno. Y es verdad que lo que se conoce no es sino la punta del iceberg que hay detrás, toda vez que partidos "extraños" los hemos visto todos. ¿O no?. Pero, en este caso, hablamos de lo que hablamos: en concreto, de dos partidos que nos tocan de cerca, en los que hay voces acusadoras, y cuyo resultado final pudo venir dado por esa suerte de cambalache, acuerdo, trapicheo, que permitió a unos cumplir su objetivo deportivo, y a otros el económico. De ser ciertas esas gravísimas acusaciones, nos encontraríamos de bruces con la adulteración de la competición, con la trampa y el engaño elevados a la categoría de infamia, y desde luego con una auténtica vergüenza, de imprevisibles consecuencias.

Pero es cierto: este es un virus más extenso de lo que podemos pensar. La epidemia se extiende por Croacia, donde hemos conocido otro de esos casos que invitan muy seriamente a la reflexión (el caso croata nos habla de apuestas de jugadores de dos equipos en base al resultado de dicho partido); Polonia, con la propia Federación de por medio; Portugal, con el famoso caso “Silbato Dorado” (sobornos a árbitros, e implicación de miembros de la Federación, empresarios y concejales); Italia, con su “Calciopoli” (corrupción en el campeonato italiano descubierto hace dos años); Bélgica (donde se investiga un encuentro del Anderlecht en el que se dio un resultado sorpresa, a la vez que se jugaban por Internet, y desde Asia, miles de euros a dicho resultado); Rumanía, donde se castigó al Steaua con la pérdida de 7 puntos, y al Cluj con 6, por un caso de corrupción; Bosnia, donde las sospechas se ciernen sobre las casas de apuestas; y ni siquiera Inglaterra se salva, donde la sede del Birmingham City fue registrada en marzo, dentro de las investigaciones llevadas a cabo por la Policía en relación a la corrupción en el fútbol profesional de ese país.

Quizá a estas alturas pocas cosas nos deberían sorprender, toda vez que hace ya bastante que el fútbol en particular (y el deporte en general) dejó de ser lo que comenzó siendo, para convertirse en una opción más de hacer negocio: y cuanto más rápido, mejor. No seré yo quien niegue que, en efecto, existen ligas, y copas, y campeonatos donde, es verdad, hay trofeos en juego, y coronas de laureles para los vencedores (y dinero, mucho dinero, tanto para jugadores como para clubes). Y también es cierto que los futbolistas entrenan a diario para ser titulares en el siguiente partido, mientras sus entrenadores se rompen la cabeza buscando la táctica apropiada para vencer al rival. Pero, desde ciertos ámbitos, la prioridad hace mucho que dejó de ser el cachivache que te dan cuando ganas (eso es para las masas), y más bien se centran en manejar los dineros, como si de cualquier empresa se tratara. Y de ahí al fraude quizá haya poco trecho: ya vemos que se da en demasiados casos.

Habrá quien me diga que para algo estamos en un sistema de libre mercado, en el cual solo la relación oferta-demanda importa en el devenir de las cosas, como comprobamos a diario. Y a eso poco hay que oponer, salvo que uno sigue siendo un romántico de esto, y quiere seguir creyendo en el espíritu honesto y real del deporte. Y de la vida. Pero, al igual que ocurre con otros aspectos dentro de ese libre mercado, también en el caso que nos ocupa de corrupción en el fútbol hay efectos colaterales de terribles consecuencias para quienes los padecen. Y en ninguno de todos esos casos (y esto vale para el deporte, pero también para la vida) vale con mirar para otro lado: entre otras cosas, porque el siguiente afectado puedes ser tú.

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