Esta semana asistí a una conversación entre dos personas cuyas posiciones eran imposibles de conciliar.
Una de ellas, sostenía que en el planteamiento de un problema se encuentra su solución teórica. Que la solución se actualice, que se haga “real”, implica, pues, que el ser humano era capaz de realizarla y no sólo de imaginarla. Es más, todo lo que el ser humano ha descubierto prueba que era capaz de descubrirlo.
Para ilustrar su posición, usó el siguiente ejemplo: quien descubrió y problematizó la influencia del colesterol en el organismo humano, ideó su solución, esto es, hallar algún modo de diluir su efecto. El hecho que ese modo se encontrase, probaba que el ser humano era capaz de hallarlo.
El otro participante pensaba que la aplicación de este argumento permitía consecuencias perversas, como la predestinación del devenir en el ser humano. Esto es, que esta explicación suponía que algunos seres humanos estaban predestinados a encontrar la solución al colesterol, a componer la teoría de la relatividad o a ganar o perder guerras, y que nada podía hacerse por favorecer o entorpecer el avance de lo establecido.
Que Einstein habría llegado a su teoría independientemente de sus esfuerzos y sus circunstancias, o que las guerras y los cambios de gobierno estaban decididos desde el momento justo de su concepción.
Pasó cierto tiempo y las posiciones no encontraban la manera de acercarse en ninguna medida. Finalmente decidieron ambos oponentes dar la conversación por zanjada y aceptar que ninguno de ellos podía persuadir al otro de lo contrario.
No es extraño que finalizasen la polémica de esta manera, no había nada de contradictorio en sus opiniones.
El segundo consideraba que el planteamiento del primero suponía que al darse una causa, era imposible que la consecuencia no se diese, lo cual es perfectamente lógico.
Lo que dificultó el acuerdo es que, la segunda posición tomó la premisa “si imagino la solución entonces, antes o después, encontraré dicha solución”. En ella, al darse el antecedente se da necesariamente la consecuencia. Es un planteamiento lógico, aunque no tiene por qué ser cierto.
Sin embargo, no es esto lo que defendía el primer orador. La propuesta de éste radicaba en la misma forma lógica, pero en una forma externa distinta, a saber: “si algo es efectivo, entonces es necesario que sea posible” (observemos que de aquí no se deduce necesariamente que lo que no es efectivo sea imposible). De la misma manera, por su estructura lógica, sería imposible que se negara la consecuencia sin caer en una contradicción.
Las premisas de las que partían sus razonamientos eran distintas y, sobre todo, no excluyentes. Uno puede combatir la premisa contra la que luchaba el segundo individuo defendiendo al mismo tiempo la premisa que defendía el primero (dicho sea de paso, es ésta última muy difícil de rebatir).
Lo mejor del caso es que seguramente estaban los dos de acuerdo en más de un punto. Pero estaban demasiado ocupados defendiendo sus posiciones, tanto que no pudieron parar ni un momento para ver que no discutían de lo mismo.