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El poder los ha mundanizado

Una crisis profunda

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Quizá haya quien tenga una imagen sublimada de lo que es un obispo; sin embargo un obispo es un hombre como los demás. En mi opinión, los mejores obispos son los que no pierden ocasión para mendigar de los demás una oración por si mismos, ya que se dan cuenta de la carga que deben llevar y de su propia indignidad personal.

Luego, hay otros obispos que más bien son príncipes de este mundo, para quienes ya queda lejos la posibilidad del martirio, que curiosamente era algo más que probable en la primitiva cristiandad. El poder los ha mundanizado.

Quiero contar una anécdota real, sucedida no hace mucho en una ciudad española cuyos protagonistas permanecerán en el anonimato. Resulta que en esa ciudad, en la pasada legislatura, ostentaba un cargo importante cierto político del PP, oficialmente católico, divorciado y vuelto a casar por lo civil, es decir, sin eufemismos, en situación pública de adulterio.

He aquí que se acercaba una fiesta religiosa en esa ciudad, en la que había procesión y Misa en la catedral, que celebraría el obispo, con participación de autoridades. Al acercarse la fecha, el citado eclesiástico envió como emisario suyo a un sacerdote de la diócesis para preguntar a ese político si pensaba asistir a la Misa. Ante la respuesta afirmativa de este, el emisario le preguntó si pensaba acercarse a comulgar, recibiendo asimismo respuesta afirmativa, ante lo cual, el emisario, siempre de parte del obispo, le advirtió de su situación, en contraste con la moral cristiana defendida por la Iglesia. El citado político le contestó que, a pesar de todo, pensaba asistir a la Misa y comulgar.

Llegó el día de la fiesta. Llegó el momento de la comunión, y el político del PP se acercó a comulgar. Al obispo le tembló la mano en el momento de administrarle el sacramento…, pero no tuvo valor y le dio de comulgar.

Este hecho podría dar lugar a muchos comentarios. Me conformaré solo con citar la primera carta de San Pablo a los de Corinto, en el capítulo 11, versículos 27 al 30: “Por eso, quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, se hace culpable de profanar el Cuerpo y la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada uno antes de comer el pan y beber el cáliz, porque quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación”. Evidentemente, sobran comentarios.

Lo que ese personaje hizo—comulgar en situación de pecado mortal—es un sacrilegio gravísimo cuyas consecuencias, sin paliativos, expone San Pablo y no voy a repetir. Pero el obispo actuó con complicidad, porque no tuvo la valentía de plantarse y negarle la Eucaristía, pues el pecado de ese político era público y no era conocido por el obispo como materia reservada, sino por la relevancia pública del mismo.

Quizá para ese obispo lo cómodo hubiera sido que el político se hubiera plegado a los razonamientos del emisario y así se habría evitado el problema. Pero no fue así y el obispo se vio en la tesitura de tener que bregar con ese problema. Y prefirió quedar bien ante ese y los demás políticos presentes a cuidar de la Eucaristía, como era su deber. Fue un auténtico cobarde. Hay quienes por fijarse en dar al César lo que es del César, se olvidan de dar a Dios lo que es de Dios.

¿Con qué autoridad moral habrá predicado después ese obispo sobre el amor a la Eucaristía? ¿Cómo le sonarán a partir de aquel episodio las palabras de los Hechos de los Apóstoles que dicen que es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres? ¿Será capaz a partir de entonces de defender la doctrina de la Iglesia sobre los divorciados y vueltos a casar o buscará componendas para adaptar la doctrina de la Iglesia a su actuación cobarde?

Cuando San Pablo escribía a ese chico a quien había conocido años atrás de joven diciéndole que quien desea ser obispo buena cosa desea, se lo decía en el contexto de que en aquellos años ser obispo era casi sinónimo de morir mártir. Si pasados los siglos estamos ante la situación de algunos obispos que, lejos de morir mártires, no tienen güevos ni siquiera para quedar mal ante unos políticos efímeros, claramente ahí hay una crisis profunda.

Una crisis profunda

El poder los ha mundanizado
Antonio Moya Somolinos
domingo, 3 de enero de 2016, 00:56 h (CET)
Quizá haya quien tenga una imagen sublimada de lo que es un obispo; sin embargo un obispo es un hombre como los demás. En mi opinión, los mejores obispos son los que no pierden ocasión para mendigar de los demás una oración por si mismos, ya que se dan cuenta de la carga que deben llevar y de su propia indignidad personal.

Luego, hay otros obispos que más bien son príncipes de este mundo, para quienes ya queda lejos la posibilidad del martirio, que curiosamente era algo más que probable en la primitiva cristiandad. El poder los ha mundanizado.

Quiero contar una anécdota real, sucedida no hace mucho en una ciudad española cuyos protagonistas permanecerán en el anonimato. Resulta que en esa ciudad, en la pasada legislatura, ostentaba un cargo importante cierto político del PP, oficialmente católico, divorciado y vuelto a casar por lo civil, es decir, sin eufemismos, en situación pública de adulterio.

He aquí que se acercaba una fiesta religiosa en esa ciudad, en la que había procesión y Misa en la catedral, que celebraría el obispo, con participación de autoridades. Al acercarse la fecha, el citado eclesiástico envió como emisario suyo a un sacerdote de la diócesis para preguntar a ese político si pensaba asistir a la Misa. Ante la respuesta afirmativa de este, el emisario le preguntó si pensaba acercarse a comulgar, recibiendo asimismo respuesta afirmativa, ante lo cual, el emisario, siempre de parte del obispo, le advirtió de su situación, en contraste con la moral cristiana defendida por la Iglesia. El citado político le contestó que, a pesar de todo, pensaba asistir a la Misa y comulgar.

Llegó el día de la fiesta. Llegó el momento de la comunión, y el político del PP se acercó a comulgar. Al obispo le tembló la mano en el momento de administrarle el sacramento…, pero no tuvo valor y le dio de comulgar.

Este hecho podría dar lugar a muchos comentarios. Me conformaré solo con citar la primera carta de San Pablo a los de Corinto, en el capítulo 11, versículos 27 al 30: “Por eso, quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, se hace culpable de profanar el Cuerpo y la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada uno antes de comer el pan y beber el cáliz, porque quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe su propia condenación”. Evidentemente, sobran comentarios.

Lo que ese personaje hizo—comulgar en situación de pecado mortal—es un sacrilegio gravísimo cuyas consecuencias, sin paliativos, expone San Pablo y no voy a repetir. Pero el obispo actuó con complicidad, porque no tuvo la valentía de plantarse y negarle la Eucaristía, pues el pecado de ese político era público y no era conocido por el obispo como materia reservada, sino por la relevancia pública del mismo.

Quizá para ese obispo lo cómodo hubiera sido que el político se hubiera plegado a los razonamientos del emisario y así se habría evitado el problema. Pero no fue así y el obispo se vio en la tesitura de tener que bregar con ese problema. Y prefirió quedar bien ante ese y los demás políticos presentes a cuidar de la Eucaristía, como era su deber. Fue un auténtico cobarde. Hay quienes por fijarse en dar al César lo que es del César, se olvidan de dar a Dios lo que es de Dios.

¿Con qué autoridad moral habrá predicado después ese obispo sobre el amor a la Eucaristía? ¿Cómo le sonarán a partir de aquel episodio las palabras de los Hechos de los Apóstoles que dicen que es preciso obedecer a Dios antes que a los hombres? ¿Será capaz a partir de entonces de defender la doctrina de la Iglesia sobre los divorciados y vueltos a casar o buscará componendas para adaptar la doctrina de la Iglesia a su actuación cobarde?

Cuando San Pablo escribía a ese chico a quien había conocido años atrás de joven diciéndole que quien desea ser obispo buena cosa desea, se lo decía en el contexto de que en aquellos años ser obispo era casi sinónimo de morir mártir. Si pasados los siglos estamos ante la situación de algunos obispos que, lejos de morir mártires, no tienen güevos ni siquiera para quedar mal ante unos políticos efímeros, claramente ahí hay una crisis profunda.

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