Lazaros Papadopoulos (Krasnontar, 1980) se convirtió, allá por el verano de 2007, en nuevo y flamante fichaje del Real Madrid. Por aquel entonces, fue presentado como “un refuerzo extraordinario al juego interior blanco” y como “la primera piedra de un proyecto deportivo que soñaba con la Final Four”.
Casi un año y medio después, los sueños, los firmes propósitos y las buenas intenciones han quedado en papel mojado: el heleno que vino del frío (jugó en el Dinamo de Moscú) es, a día de hoy, el hombre que más jornadas en blanco acumula en la disciplina del Real Madrid.
Varios partidos sin jugar en la ACB y otros tantos en la Euroliga. Y lo que le queda. No entra, ni entrará en la hoja de ruta diseñada por los dirigentes del club blanco, a menos que se llegue a un acuerdo in extremis que pueda rebajar la tensión que existe actualmente entre el propio jugador y la directiva merengue.
Plaza tiene al enemigo en casa. Su elevadísima ficha – casi 2,3 millones de euros, la tercera más alta de la actual Liga ACB, tras Juan Carlos Navarro y David Andersen, ambos del Regal F.C. Barcelona– complica sobremanera su salida, a pesar de que el pívot cuenta con un año más de contrato. Su escasa aportación numérica (tres puntos por partido y un pírrico 33 por ciento en tiros) hace que sobrevuelen, de nuevo, los fantasmas de jugadores galácticos como Gnad (1999-2000), Tarlac (2001-2003), Hawkins (2002), Digbeu (2002-2003) o Pelekanos (2007-2008), por citar tan sólo algunos. Papadopoulos viene a ser, en definitiva, como un repentino ataque de hemorroides que escuece y se agrava de forma paulatina o, si lo prefieren, un soniquete musical con periodicidad machacona que bien podría titularse: “Ni contigo, ni sin ti, tienen mis males remedio”...