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Valencia, ciudad de TAIZE

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La ciudad de Valencia se convierte desde hoy hasta el día 1 de enero, en la Ciudad Internacional de TAIZE. Miles de jóvenes, venidos de todo el mundo –se cifran en más de 15.000-, compartirán con los jóvenes valencianos y sus familias, unos días de comunión, cultura y espiritualidad.

TAIZE, es una gran familia, que vive, alrededor del Evangelio de Jesucristo, con una máxima: la PAZ, que debe nacer del interior del corazón de las personas. Valencia –la valentiae de los romanos-, es ciudad internacional de acogida de culturas, pueblos, razas, lenguas, todo bajo un gran ideal: JESUCRISTO. El Niño Dios nacido en éstos días, hace ya 2016 años, es el auténtico protagonista, es el centro, el Rey del Universo, el Sumo y Eterno Sacerdote. A él, los jóvenes –y todos los que sientan la inquietud de la vida espiritual en paz y armonía-, van a poder compartir momentos de silencio, espiritualidad, para conocerse mejor, para dentro del bullicio navideño, TAIZE, nos trae la sencillez, esa que el Niño-Dios, escogió para nacer y manifestarse: un humilde pesebre, en una cueva. Allí la Virgen María, después de un parto sin dolor, lo envolvió en pañales, y lo acostó en una cunita improvisada, hecha con el heno del trigo, preparado para que los animales pudieran alimentarse. Como todo abrigo, fueron el calor de un buey y una mula, las que acogieron al Niño y a sus padres, y allí José y María, recibieron a los pastores, gentes sencillas y humildes que le llevaron al Niño, leche, miel, queso, pan y borreguillos, para que le dieran también calor.

Esto es lo que vamos a vivir en Valencia, en unos días, en los que el desenfreno y la vida disoluta, son la patente, la marca de los finales y principios del Año. Hay que saber divertirse, con calma, tranquilidad y mucho conocimiento. Valencia, ciudad de Taizé, vivirá un final de año lleno de oración y espiritualidad.

Todo comenzó en 1940 cuando, a la edad de veinticinco años, el hermano Roger deja su país natal, Suiza, para ir a vivir a Francia, el país de su madre. Había estado inmovilizado durante años por una tuberculosis pulmonar. Durante esta enfermedad había madurado en él la llamada a crear una comunidad. En el momento en que comienza la Segunda Guerra Mundial, tuvo la certeza de que, al igual que su abuela había hecho durante la Primera Guerra Mundial, tenía que ir sin demora a ayudar a las personas que atravesaban esta ruda prueba. La aldea de Taizé donde se estableció se encontraba muy cerca de la línea de demarcación que dividía a Francia en dos: una buena situación para acoger a refugiados que escapaban de la guerra. Algunos amigos de Lyón comenzaron a dar la dirección de Taizé a aquellos que necesitaban refugio. En Taizé, gracias a un módico préstamo, el hermano Roger compró una casa abandonada desde hacía años y sus dependencias. Propuso a una de sus hermanas, Geneviève, que viniera a ayudarle en su trabajo de acogida. Entre los refugiados que alojaban había judíos. Contaban con pocos medios. Sin agua corriente, iban a buscar el agua potable a un pozo de la aldea. La comida era modesta, sobre todo sopas hechas con harina de maíz comprada a bajo coste en el molino vecino.

Por discreción hacia aquellos que acogían, el hermano Roger rezaba solo, a menudo salía a cantar lejos de la casa, en el bosque. Con el fin de que algunos refugiados, judíos o agnósticos, no se sintieran incómodos, Geneviève explicaba a cada uno que era mejor que aquellos que quisieran rezar lo hicieran solos en su habitación. Los padres del hermano Roger, sabiendo que su hijo y su hija se encontraban en una situación de riesgo, pidieron a un amigo de la familia, un oficial francés retirado, que velara por ellos. En el otoño de 1942 les advirtió que habían sido descubiertos y que tenían que partir sin demora. El hermano Roger vivió en Ginebra hasta el final de la guerra y allí comenzó una vida común con los primeros hermanos. Pudieron regresar a Taizé en 1944. En 1945, un joven jurista de la región creó una asociación para encargarse de niños que la guerra había privado de familia. Propuso a los hermanos acoger a algunos de ellos en Taizé, pero una comunidad de hombres no podía recibir niños, así que el hermano Roger pidió a su hermana que regresara a Taizé para ocuparse de los pequeños y ser una madre para ellos. Los domingos, los hermanos recibían también a los prisioneros de guerra alemanes recluidos en un campo cerca de Taizé.

Poco a poco algunos hombres jóvenes vinieron a unirse a los primeros hermanos y, el día de Pascua de 1949, siete hermanos se comprometieron para toda la vida a guardar el celibato, llevar una vida común y vivir con una gran sencillez. En el silencio de un largo retiro durante el invierno 1952-1953, el fundador de la comunidad escribió la Regla de Taizé, donde redactó para sus hermanos «lo esencial para permitir la vida en común».

Hoy la comunidad de Taizé reúne a unos cien hermanos, católicos y de diversos orígenes protestantes, procedentes de más de treinta naciones. Por su existencia misma, la comunidad es un signo concreto de reconciliación entre cristianos divididos y pueblos separados. Los hermanos viven de su propio trabajo. No aceptan ningún donativo. Tampoco aceptan para sí mismos sus propias herencias, sino que la comunidad hace donación de ellas a los más pobres. Algunos hermanos viven en lugares desfavorecidos del mundo para ser allí testigos de paz y para estar al lado de los que sufren. En estas pequeñas fraternidades en Asia, en África y en América Latina, los hermanos comparten las condiciones de vida de aquellos que les rodean, esforzándose en ser una presencia de amor al lado de los más pobres, de los niños de la calle, de los prisioneros, de los moribundos, de aquellos que han sido heridos hasta en lo más profundo por causa de rupturas de afecto o por abandono.

Con el paso de los años, cada vez más jóvenes de todos los continentes han venido a Taizé para participar en los encuentros. Las hermanas de San Andrés, comunidad católica internacional fundada hace más de siete siglos, las hermanas ursulinas polacas y las hermanas de San Vicente de Paul se encargan de una parte de las tareas de acogida de los jóvenes. También los hombres de Iglesia visitan Taizé. Así, la comunidad ha recibido al papa Juan Pablo II, a tres arzobispos de Canterbury, a metropolitas ortodoxos, a los catorce obispos luteranos de Suecia y a numerosos pastores del mundo entero.

A partir de 1962, hermanos y jóvenes enviados por Taizé no dejaron de ir y venir a los países de Europa del Este, con la mayor discreción, para visitar a quienes se encontraban acantonados en el interior de sus fronteras. El hermano Roger murió el 16 de agosto de 2005, a la edad de 90 años, asesinado durante la oración del atardecer. El hermano Alois, a quien él había escogido como sucesor desde hacía muchos años, es ahora el prior de la comunidad.

« Pienso que desde mi juventud nunca me ha abandonado la intuición que una vida de comunidad pudiese ser el signo que Dios es amor y solamente amor. Poco a poco surgió en mí la convicción que era esencial crear una comunidad con hombres decididos a dar toda su vida y que buscasen comprenderse y reconciliarse siempre: una comunidad donde la bondad del corazón y la sencillez estuviesen al centro de todo. » Estas son las palabras del Hermano Roger, fundador de Taizé.

Valencia, vive una gran oportunidad, para no solo darse a conocer, sino para reafirmarse en los principios de la Paz y la Concordia, dando la bienvenida más gozosa a todos los que vienen a compartir unos días con el pueblo valenciano, acogedor, abierto, amable y dos veces leal y noble. Una gran bendición celestial, para conmemorar unos días, en los que la sencillez será la bandera de todos los que nos visitan, creando una pequeña-gran comunidad de TAIZE, en nuestra ciudad. Una forma perfecta de iniciar el Año Nuevo.

Valencia, ciudad de TAIZE

Manuel Ibañez Ferriol
lunes, 28 de diciembre de 2015, 23:21 h (CET)
La ciudad de Valencia se convierte desde hoy hasta el día 1 de enero, en la Ciudad Internacional de TAIZE. Miles de jóvenes, venidos de todo el mundo –se cifran en más de 15.000-, compartirán con los jóvenes valencianos y sus familias, unos días de comunión, cultura y espiritualidad.

TAIZE, es una gran familia, que vive, alrededor del Evangelio de Jesucristo, con una máxima: la PAZ, que debe nacer del interior del corazón de las personas. Valencia –la valentiae de los romanos-, es ciudad internacional de acogida de culturas, pueblos, razas, lenguas, todo bajo un gran ideal: JESUCRISTO. El Niño Dios nacido en éstos días, hace ya 2016 años, es el auténtico protagonista, es el centro, el Rey del Universo, el Sumo y Eterno Sacerdote. A él, los jóvenes –y todos los que sientan la inquietud de la vida espiritual en paz y armonía-, van a poder compartir momentos de silencio, espiritualidad, para conocerse mejor, para dentro del bullicio navideño, TAIZE, nos trae la sencillez, esa que el Niño-Dios, escogió para nacer y manifestarse: un humilde pesebre, en una cueva. Allí la Virgen María, después de un parto sin dolor, lo envolvió en pañales, y lo acostó en una cunita improvisada, hecha con el heno del trigo, preparado para que los animales pudieran alimentarse. Como todo abrigo, fueron el calor de un buey y una mula, las que acogieron al Niño y a sus padres, y allí José y María, recibieron a los pastores, gentes sencillas y humildes que le llevaron al Niño, leche, miel, queso, pan y borreguillos, para que le dieran también calor.

Esto es lo que vamos a vivir en Valencia, en unos días, en los que el desenfreno y la vida disoluta, son la patente, la marca de los finales y principios del Año. Hay que saber divertirse, con calma, tranquilidad y mucho conocimiento. Valencia, ciudad de Taizé, vivirá un final de año lleno de oración y espiritualidad.

Todo comenzó en 1940 cuando, a la edad de veinticinco años, el hermano Roger deja su país natal, Suiza, para ir a vivir a Francia, el país de su madre. Había estado inmovilizado durante años por una tuberculosis pulmonar. Durante esta enfermedad había madurado en él la llamada a crear una comunidad. En el momento en que comienza la Segunda Guerra Mundial, tuvo la certeza de que, al igual que su abuela había hecho durante la Primera Guerra Mundial, tenía que ir sin demora a ayudar a las personas que atravesaban esta ruda prueba. La aldea de Taizé donde se estableció se encontraba muy cerca de la línea de demarcación que dividía a Francia en dos: una buena situación para acoger a refugiados que escapaban de la guerra. Algunos amigos de Lyón comenzaron a dar la dirección de Taizé a aquellos que necesitaban refugio. En Taizé, gracias a un módico préstamo, el hermano Roger compró una casa abandonada desde hacía años y sus dependencias. Propuso a una de sus hermanas, Geneviève, que viniera a ayudarle en su trabajo de acogida. Entre los refugiados que alojaban había judíos. Contaban con pocos medios. Sin agua corriente, iban a buscar el agua potable a un pozo de la aldea. La comida era modesta, sobre todo sopas hechas con harina de maíz comprada a bajo coste en el molino vecino.

Por discreción hacia aquellos que acogían, el hermano Roger rezaba solo, a menudo salía a cantar lejos de la casa, en el bosque. Con el fin de que algunos refugiados, judíos o agnósticos, no se sintieran incómodos, Geneviève explicaba a cada uno que era mejor que aquellos que quisieran rezar lo hicieran solos en su habitación. Los padres del hermano Roger, sabiendo que su hijo y su hija se encontraban en una situación de riesgo, pidieron a un amigo de la familia, un oficial francés retirado, que velara por ellos. En el otoño de 1942 les advirtió que habían sido descubiertos y que tenían que partir sin demora. El hermano Roger vivió en Ginebra hasta el final de la guerra y allí comenzó una vida común con los primeros hermanos. Pudieron regresar a Taizé en 1944. En 1945, un joven jurista de la región creó una asociación para encargarse de niños que la guerra había privado de familia. Propuso a los hermanos acoger a algunos de ellos en Taizé, pero una comunidad de hombres no podía recibir niños, así que el hermano Roger pidió a su hermana que regresara a Taizé para ocuparse de los pequeños y ser una madre para ellos. Los domingos, los hermanos recibían también a los prisioneros de guerra alemanes recluidos en un campo cerca de Taizé.

Poco a poco algunos hombres jóvenes vinieron a unirse a los primeros hermanos y, el día de Pascua de 1949, siete hermanos se comprometieron para toda la vida a guardar el celibato, llevar una vida común y vivir con una gran sencillez. En el silencio de un largo retiro durante el invierno 1952-1953, el fundador de la comunidad escribió la Regla de Taizé, donde redactó para sus hermanos «lo esencial para permitir la vida en común».

Hoy la comunidad de Taizé reúne a unos cien hermanos, católicos y de diversos orígenes protestantes, procedentes de más de treinta naciones. Por su existencia misma, la comunidad es un signo concreto de reconciliación entre cristianos divididos y pueblos separados. Los hermanos viven de su propio trabajo. No aceptan ningún donativo. Tampoco aceptan para sí mismos sus propias herencias, sino que la comunidad hace donación de ellas a los más pobres. Algunos hermanos viven en lugares desfavorecidos del mundo para ser allí testigos de paz y para estar al lado de los que sufren. En estas pequeñas fraternidades en Asia, en África y en América Latina, los hermanos comparten las condiciones de vida de aquellos que les rodean, esforzándose en ser una presencia de amor al lado de los más pobres, de los niños de la calle, de los prisioneros, de los moribundos, de aquellos que han sido heridos hasta en lo más profundo por causa de rupturas de afecto o por abandono.

Con el paso de los años, cada vez más jóvenes de todos los continentes han venido a Taizé para participar en los encuentros. Las hermanas de San Andrés, comunidad católica internacional fundada hace más de siete siglos, las hermanas ursulinas polacas y las hermanas de San Vicente de Paul se encargan de una parte de las tareas de acogida de los jóvenes. También los hombres de Iglesia visitan Taizé. Así, la comunidad ha recibido al papa Juan Pablo II, a tres arzobispos de Canterbury, a metropolitas ortodoxos, a los catorce obispos luteranos de Suecia y a numerosos pastores del mundo entero.

A partir de 1962, hermanos y jóvenes enviados por Taizé no dejaron de ir y venir a los países de Europa del Este, con la mayor discreción, para visitar a quienes se encontraban acantonados en el interior de sus fronteras. El hermano Roger murió el 16 de agosto de 2005, a la edad de 90 años, asesinado durante la oración del atardecer. El hermano Alois, a quien él había escogido como sucesor desde hacía muchos años, es ahora el prior de la comunidad.

« Pienso que desde mi juventud nunca me ha abandonado la intuición que una vida de comunidad pudiese ser el signo que Dios es amor y solamente amor. Poco a poco surgió en mí la convicción que era esencial crear una comunidad con hombres decididos a dar toda su vida y que buscasen comprenderse y reconciliarse siempre: una comunidad donde la bondad del corazón y la sencillez estuviesen al centro de todo. » Estas son las palabras del Hermano Roger, fundador de Taizé.

Valencia, vive una gran oportunidad, para no solo darse a conocer, sino para reafirmarse en los principios de la Paz y la Concordia, dando la bienvenida más gozosa a todos los que vienen a compartir unos días con el pueblo valenciano, acogedor, abierto, amable y dos veces leal y noble. Una gran bendición celestial, para conmemorar unos días, en los que la sencillez será la bandera de todos los que nos visitan, creando una pequeña-gran comunidad de TAIZE, en nuestra ciudad. Una forma perfecta de iniciar el Año Nuevo.

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