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“La Navidad no es un momento ni una estación, sino un estado de mente. Valorar la paz la generosidad y tener merced de comprender el verdadero significado de Navidad” Calvin Coolidge

Una Navidad amenazada por la política y el laicismo

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Mucho nos tememos, señores, que esta fiesta tradicional para los españoles, estos entrañables días en los que un espíritu especial de confraternidad, un sentimiento de acercamiento entre los familiares y una especie de tregua convenida, comúnmente aceptada como algo propio de este tiempo de Adviento, en el que los cristianos y los que no lo son, se sienten invadidos por sentimientos, sensaciones e impulsos que les hacen percibirse mejores, más unidos al resto de los mortales y más generosos a la hora de juzgar los defectos ajenos; vaya siendo paulatinamente desprovista de su significado religioso, su halo de intimidad y unidad, su verdadero impulso de solidaridad con el prójimo y su carácter de celebración básicamente familiar, para irse transformando y convirtiéndose en lo que, desde algunos sectores de la sociedad, desde algunas formaciones políticas o grupos que odian cualquier manifestación que tenga origen en los sentimientos religiosos, pretenden que sea: una simple fiesta paganizada, una más de las ocasiones para divertirse, gastar el dinero, y dedicarse a pasarlo lo mejor posible, olvidándose de toda su trascendencia y su carácter sacro.

Siempre han existido quienes han querido contraponer, a toda manifestación de carácter espiritual o religioso, una contraoferta mundana, la vela que se le dedica al Diablo para relativizar la trascendencia de aquellas. A la Semana Santa siempre la precedió el Carnaval, la fiesta de la carne enfrentada a la del espíritu, la orgía de las pasiones frente al recogimiento y la meditación, el materialismo y la epicureismo contra la austeridad y la moderación. Desgraciadamente, la humanidad está pasando por una grave crisis moral y ética que afecta a los valores tradicionales, a las costumbres heredadas de nuestros ancestros y a los sentimientos y frenos religiosos que, durante tanto tiempo, han servido de frenos al libertinaje y la degradación de las tradiciones que han venido rigiendo su comportamiento durante siglos. El comunismo siempre ha pretendido erradicar de los pueblos el sentimiento religioso para convertirlos en seguidores del ateísmo que siempre han venido proclamando.

Los partidarios del pensamiento único, de la masa adocenada y dócil a los mandatos de sus líderes, de los robots humanos fáciles de manejar con teorías de igualdad; de supeditación de los derechos individuales a los colectivos; de subordinación plena a las decisiones del mando supremo, sin posibilidad de emancipación alguna ni de la expresión libre de las opiniones del ciudadano; saben muy bien como actuar para ir transformando a las nuevas generaciones, guiándolas hacia este relativismo, compañero del ateísmo, en el que cualquier pensamiento trascendental, idea metafísica o sentimiento religioso son rechazados, ridiculizados y ninguneados, con el objetivo de evitar todo obstáculo que pudiera oponerse a sus planes totalitarios.

En España, señores, vamos a afrontar una fiestas navideñas en las que, gracias a las facilidades que los votantes les han dado a partidos claramente anticlericales, permitiéndoles que se hicieran con las alcaldías de las principales ciudades, las más pobladas y las que más influencia tienen sobre el resto de localidades, como ha sido el caso de Zaragoza, Valencia, Barcelona y Madrid, en las que se han apresurado a tomar las medidas para intentar convertir las Navidades en una nueva fiesta civil más, procurando eliminar de ellas cualquier tipo de símbolo religioso en las iluminaciones, adornos, comercios o demás lugares públicos; con la pretensión de evitar las tradicionales referencias al catolicismo, utilizando para ello reclamos profanos, eslóganes políticos y cultos a otros personajes importados de países anglosajones, con los que han pretendido sustituir la tradicional fiesta de los Magos de Oriente por un intruso, poco conocido en nuestros lares, como es el Papá Noel oriundo de los países escandinavos.

Sin embargo, en esta ocasión, cuando tenemos a las puertas la Navidad del año 2015, el panorama que se nos presenta no puede ser más kafkiano, si nos atenemos a lo que está sucediendo, tanto en nuestra nación, España, como en las naciones de nuestro entorno. Es evidente que, en esta ocasión, existe un elemento más de preocupación, una amenaza latente que gravita sobre toda Europa y, en especial, sobre algunos países que, como la propia nación española, se han convertido en objetivos prioritarios de yihadismo de ISIS. Otro motivo de intranquilidad lo tenemos, los que vivimos en Catalunya, ante la amenaza más que probable de que acabemos gobernados por una especie de Tripartito, corregido y aumentado, en el que se conjugarán el nacionalismo más radical con el comunismo anarquista y antisistema más radicalizado en un melting que a lo que más se asimila es a los incendiarios cócteles Molotov.

Por si no fueran suficientes las preocupaciones para la ciudadanía española, a don Mariano se le ocurrió convocar las elecciones legislativas para el día 20 del mismo mes de diciembre, lo que, con toda seguridad, va a propiciar unas vísperas de las fiestas navideñas cuajadas de incertidumbres políticas, de ambiente poco propicio para la tranquilidad, el ambiente festivo, la paz y el “buen rollo” tradicionales de estos días previos al del nacimiento del Señor. Me cuesta imaginarme unas fiestas como estas llenas de carteles con las caras de los aspirantes a ser elegidos, con las paredes cubiertas de octavillas y pasquines de propaganda de los diversos partidos y con las banderas tricolores de la ERC y las propuestas separatistas de estos señores del nuevo partido que va a sustituir a CDC, una partido demasiado cargado de corrupción y mala fama para continuar aspirando a ocupar un puesto relevante en las cámaras españolas.

Una curiosidad, este nuevo partido sucesor de los convergentes, uno que parece que será denominado como Libertad y Democracia, estará formado por los mismos componentes del partido catalán que desaparece. No podemos entender que, unos que ya han dicho que no quieren saber nada de España, de sus leyes y de sus tribunales, aspiren, una vez más, a ocupar escaños en un parlamento como el español. En todo caso, ya estamos acostumbrados a los tumbos, rectificaciones y cambios de estrategia del señor Mas, cada vez más acorralado y desesperado por encontrar una salida que le permita salvarse de la quema aunque, como sucede en esta ocasión, tenga que entregarse en manos de unos señores que le van a hacer la vida imposible durante el tiempo que pudiera durar una coalición contra natura semejante.

No nos parece que, en esta ocasión y, con muchas posibilidades de que no sea la última, los ciudadanos de a pie, los que soñamos con vivir en paz y sin sobresaltos políticos ni amenazas terroristas, podamos gozar de unas fiestas navideñas semejantes a las que hemos venido gozando en ocasiones anteriores. Son muchos los interrogantes que planean sobre este mes, tradicionalmente festivo y alegre, para que podamos sentirnos tranquilos, despreocupados y felices, con un panorama como el que se cierne sobre nuestra nación, que en nada se parece al que todos hubiéramos soñado para estas fiestas entrañables.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, sentimos el temor de que, en lugar de vivir un tiempo de esperanza, de alegre convivencia, de fiesta familiar y de paz, podamos vernos abocados a vernos superados por unas circunstancias que nada tienen de optimistas y reconfortantes, según sea la forma en que se vayan desarrollando los distintos retos que vamos a tener que superar en los días venideros. En todo caso, seamos optimistas y pensemos que todo va a salir bien, con la ayuda de Dios.

Una Navidad amenazada por la política y el laicismo

“La Navidad no es un momento ni una estación, sino un estado de mente. Valorar la paz la generosidad y tener merced de comprender el verdadero significado de Navidad” Calvin Coolidge
Miguel Massanet
domingo, 27 de diciembre de 2015, 08:20 h (CET)
Mucho nos tememos, señores, que esta fiesta tradicional para los españoles, estos entrañables días en los que un espíritu especial de confraternidad, un sentimiento de acercamiento entre los familiares y una especie de tregua convenida, comúnmente aceptada como algo propio de este tiempo de Adviento, en el que los cristianos y los que no lo son, se sienten invadidos por sentimientos, sensaciones e impulsos que les hacen percibirse mejores, más unidos al resto de los mortales y más generosos a la hora de juzgar los defectos ajenos; vaya siendo paulatinamente desprovista de su significado religioso, su halo de intimidad y unidad, su verdadero impulso de solidaridad con el prójimo y su carácter de celebración básicamente familiar, para irse transformando y convirtiéndose en lo que, desde algunos sectores de la sociedad, desde algunas formaciones políticas o grupos que odian cualquier manifestación que tenga origen en los sentimientos religiosos, pretenden que sea: una simple fiesta paganizada, una más de las ocasiones para divertirse, gastar el dinero, y dedicarse a pasarlo lo mejor posible, olvidándose de toda su trascendencia y su carácter sacro.

Siempre han existido quienes han querido contraponer, a toda manifestación de carácter espiritual o religioso, una contraoferta mundana, la vela que se le dedica al Diablo para relativizar la trascendencia de aquellas. A la Semana Santa siempre la precedió el Carnaval, la fiesta de la carne enfrentada a la del espíritu, la orgía de las pasiones frente al recogimiento y la meditación, el materialismo y la epicureismo contra la austeridad y la moderación. Desgraciadamente, la humanidad está pasando por una grave crisis moral y ética que afecta a los valores tradicionales, a las costumbres heredadas de nuestros ancestros y a los sentimientos y frenos religiosos que, durante tanto tiempo, han servido de frenos al libertinaje y la degradación de las tradiciones que han venido rigiendo su comportamiento durante siglos. El comunismo siempre ha pretendido erradicar de los pueblos el sentimiento religioso para convertirlos en seguidores del ateísmo que siempre han venido proclamando.

Los partidarios del pensamiento único, de la masa adocenada y dócil a los mandatos de sus líderes, de los robots humanos fáciles de manejar con teorías de igualdad; de supeditación de los derechos individuales a los colectivos; de subordinación plena a las decisiones del mando supremo, sin posibilidad de emancipación alguna ni de la expresión libre de las opiniones del ciudadano; saben muy bien como actuar para ir transformando a las nuevas generaciones, guiándolas hacia este relativismo, compañero del ateísmo, en el que cualquier pensamiento trascendental, idea metafísica o sentimiento religioso son rechazados, ridiculizados y ninguneados, con el objetivo de evitar todo obstáculo que pudiera oponerse a sus planes totalitarios.

En España, señores, vamos a afrontar una fiestas navideñas en las que, gracias a las facilidades que los votantes les han dado a partidos claramente anticlericales, permitiéndoles que se hicieran con las alcaldías de las principales ciudades, las más pobladas y las que más influencia tienen sobre el resto de localidades, como ha sido el caso de Zaragoza, Valencia, Barcelona y Madrid, en las que se han apresurado a tomar las medidas para intentar convertir las Navidades en una nueva fiesta civil más, procurando eliminar de ellas cualquier tipo de símbolo religioso en las iluminaciones, adornos, comercios o demás lugares públicos; con la pretensión de evitar las tradicionales referencias al catolicismo, utilizando para ello reclamos profanos, eslóganes políticos y cultos a otros personajes importados de países anglosajones, con los que han pretendido sustituir la tradicional fiesta de los Magos de Oriente por un intruso, poco conocido en nuestros lares, como es el Papá Noel oriundo de los países escandinavos.

Sin embargo, en esta ocasión, cuando tenemos a las puertas la Navidad del año 2015, el panorama que se nos presenta no puede ser más kafkiano, si nos atenemos a lo que está sucediendo, tanto en nuestra nación, España, como en las naciones de nuestro entorno. Es evidente que, en esta ocasión, existe un elemento más de preocupación, una amenaza latente que gravita sobre toda Europa y, en especial, sobre algunos países que, como la propia nación española, se han convertido en objetivos prioritarios de yihadismo de ISIS. Otro motivo de intranquilidad lo tenemos, los que vivimos en Catalunya, ante la amenaza más que probable de que acabemos gobernados por una especie de Tripartito, corregido y aumentado, en el que se conjugarán el nacionalismo más radical con el comunismo anarquista y antisistema más radicalizado en un melting que a lo que más se asimila es a los incendiarios cócteles Molotov.

Por si no fueran suficientes las preocupaciones para la ciudadanía española, a don Mariano se le ocurrió convocar las elecciones legislativas para el día 20 del mismo mes de diciembre, lo que, con toda seguridad, va a propiciar unas vísperas de las fiestas navideñas cuajadas de incertidumbres políticas, de ambiente poco propicio para la tranquilidad, el ambiente festivo, la paz y el “buen rollo” tradicionales de estos días previos al del nacimiento del Señor. Me cuesta imaginarme unas fiestas como estas llenas de carteles con las caras de los aspirantes a ser elegidos, con las paredes cubiertas de octavillas y pasquines de propaganda de los diversos partidos y con las banderas tricolores de la ERC y las propuestas separatistas de estos señores del nuevo partido que va a sustituir a CDC, una partido demasiado cargado de corrupción y mala fama para continuar aspirando a ocupar un puesto relevante en las cámaras españolas.

Una curiosidad, este nuevo partido sucesor de los convergentes, uno que parece que será denominado como Libertad y Democracia, estará formado por los mismos componentes del partido catalán que desaparece. No podemos entender que, unos que ya han dicho que no quieren saber nada de España, de sus leyes y de sus tribunales, aspiren, una vez más, a ocupar escaños en un parlamento como el español. En todo caso, ya estamos acostumbrados a los tumbos, rectificaciones y cambios de estrategia del señor Mas, cada vez más acorralado y desesperado por encontrar una salida que le permita salvarse de la quema aunque, como sucede en esta ocasión, tenga que entregarse en manos de unos señores que le van a hacer la vida imposible durante el tiempo que pudiera durar una coalición contra natura semejante.

No nos parece que, en esta ocasión y, con muchas posibilidades de que no sea la última, los ciudadanos de a pie, los que soñamos con vivir en paz y sin sobresaltos políticos ni amenazas terroristas, podamos gozar de unas fiestas navideñas semejantes a las que hemos venido gozando en ocasiones anteriores. Son muchos los interrogantes que planean sobre este mes, tradicionalmente festivo y alegre, para que podamos sentirnos tranquilos, despreocupados y felices, con un panorama como el que se cierne sobre nuestra nación, que en nada se parece al que todos hubiéramos soñado para estas fiestas entrañables.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, sentimos el temor de que, en lugar de vivir un tiempo de esperanza, de alegre convivencia, de fiesta familiar y de paz, podamos vernos abocados a vernos superados por unas circunstancias que nada tienen de optimistas y reconfortantes, según sea la forma en que se vayan desarrollando los distintos retos que vamos a tener que superar en los días venideros. En todo caso, seamos optimistas y pensemos que todo va a salir bien, con la ayuda de Dios.

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