De vez en cuando interesa retomar sucesos que fueron actualidad palpitante algunos años atrás. Ayuda a neutralizar la pérdida de objetividad que ocasiona el vértigo envolvente. El tiempo es el reposo por excelencia, por algo se habla de “la paz de los cementerios”; inapelable, tan sólo equiparable, por ejemplo, a la que en el mes de agosto del año 79 y en la ciudad de Pompeya, súbitamente, dejó caer en una bullanguera mañana de domingo una brutal erupción del Vesubio.
En 1983 se inició al sur de México, en la llamada selva lacandona, en el Estado de Chiapas, el conocido movimiento “zapatista”, protagonizado por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) una organización político-militar cuya figura más conocida y popular, en primeras portadas de periódicos y telediarios, llegó a ser el “Subcomandante” Marcos. Aunque se quiso mantener con interés en el anonimato su nombre, Sebastián Guillén, llegó a ser conocido, y que había trabajado en El Corte Inglés en España, también. Pero, por lo que se hizo famoso fue por su atuendo de gorra con visera, pasamontañas, cachimba y cananas de munición cruzadas sobre el pecho que le daban un aire un tanto más de bandolero cinematográfico que de liberador de las “clases irredentas”. Desapareció como había llegado, en medio del misterio, tal vez una vez satisfecha su dosis de protagonismo a base de dejarse retratar y de conceder entrevistas generalmente a periodistas burgueses que se las dan de ser de izquierdas. Algo muy frecuente.
Los “zapatistas” alcanzaron su máxima popularidad durante el sexenio presidencial de Vicente Fox (2000-2006), que les abrió paso en una mediática caravana, sin armas, por buena parte de la República, y que culminó con su presencia y discursos ante el Congreso en la Capital. Se les escuchó en sus demandas para los pueblos indígenas, se tomó buena nota, y como en el célebre soneto de Cervantes, “fuese, y no hubo nada”; más o menos, pero fue todo un espectáculo. La leyenda que dejó detrás de sí el héroe Emiliano Zapata acribillado a traición, como parte de la Revolución, tuvo en Chiapas un reverdecer que generó nuevas ilusiones con algunos logros conseguidos que nunca hubieran existido de no haberse dado ese movimiento que, por fortuna no tuvo repercusión violenta, ni cayó en el bandidaje, en el secuestro o la extorsión como medio de subsistencia.
La actual tragedia mexicana, de enorme dimensión, no proviene de reivindicaciones sociales ni de reclamos indígenas pendientes, sino del tráfico de estupefacientes que está corrompiendo estructuras capitales de la seguridad del Estado. El movimiento zapatista no contribuyó a la inseguridad en que viven hoy dia los mexicanos, simplemente se quedó en el manifiesto romántico de unos derechos que desde la Independencia nunca han sido atendidos; el resto, la parafernalia que le añadieron, la etiqueta de izquierdismo que se le ha colocado, con estos veinticinco años trascurridos, se confunde y no se distingue bien del cine o la novela. Algo parecido a lo que sucederá con la triste figura del Vicepresidente segundo del “Gobierno de España”, que con el tiempo, no se recordará si era ministro de Economía, o gerente una empresa de pompas fúnebres.