| ||||||||||||||||||||||
| ||||||||||||||||||||||
El don más extrañamente bello,
cuál sinónimo cruel del feo que quiso ser aquél,
todos se burlan de su mal sino por ser ese eterno que siempre hace reír.
El don más extrañamente bello,
del aire sobre mi piel,
el paseo del alma más feliz o de aquél que es algo tristemente infeliz.
El don más extrañamente bello,
aquél que se fue con su buen mirar más bonito,
para nunca volver jamás...
El don más extrañamente bello,
el de dar mil besos y cien mil caricias a cambio de un solo mirar de contento,
cuestan muchos suspiros volver a ver tu sonrisa apagada y algo muerta en esta vida tan injustamente viva.
A Mercedes Isabel: A mi edad, me pregunto, sin pretender escribir los versos mas triste esta tarde. Como olvidarte, flor de mi vida. Desventurado sería, no haberte tenido.
El hombre ocupa el área ocre de la pista. La mujer, el área aceituna. El hombre, debajo de una mesa liviana. Cerca y silencioso, un enanito disfrazado de enanito de jardín. El haz del “buscador”, quieto, lo ilumina. Se enloquece. Se pasea por el área ocre. Se detiene en el hombre: Romeo, el italiano. Habrán de imaginárselo: candor.
Resulta admirable encontrarse con un libro que guarda sus raíces en la investigación académica y en la fusión de las pasiones por la tradición oral y la ilustración. La cantidad de datos, citas, reflexiones minuciosas, relatos, trazos y nombres aparecen de una manera tan acertada, que en conjunto configuran ese terreno seguro donde entregarnos confiadamente a la lectura.
|