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Ana Morilla

Gomorra: disgraziata, bella Italia

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La suprema capacidad de Italia para la creación y el entendimiento artístico y el vitalismo y exquisitez de su cultura casan mal con su música, pero, sobretodo, con su parálisis e inanición en la ética política.

Italia se mueve en extremos tan opuestos como su fuerza histórica y vital y su letargo moral: la supremacía estética, el humanismo en su sentido más amplio, la potencia de la palabra y el pensamiento en su valor filosófico y en su entendimiento del mundo y del saber vivir, la lucidez filosófica, crítica o periodística de los que resisten en ésta era y la grandeza intelectual y moral de una Italia serena, culta y digna, contrastan con la miseria de la otra, la Italia de la banalidad política y televisiva, el afán de lujo hortera y la marca imitada, el clientelismo bufo y podrido, el desprecio burlón de la política y de lo colectivo, la teatralizada astucia fraternal de los negocios e intercambios, el afán populachero y populista de los que persiguen en el gobierno su único interés, el tono sentimentaloide y gesticulante cuando la calidez de las relaciones humanas deriva en formato de anuncio de pasta: la Italia que disculpa o acepta a Berlusconi con la excusa de una izquierda errática.

La película de Roberto Saviano Gomorra, candidata de Italia a la mejor película extranjera para el Oscar de Hollywood, retrata a la Mafia napolitana como la mayor empresa italiana, con negocios que triplican a la Fiat, y que según la Confesercenti -la principal asociación de comerciantes de Italia-, factura unos 90.000 millones de euros por año, equivalente al 7 por ciento del PBI Italiano.

"En Nápoles muere un promedio de dos personas por día", señala Saviano, que está convencido de que semejante cifra haría caer a cualquier otro gobierno en Europa. Pero nadie dice nada, pese a que la camorra, que en comparación con las otras mafias es más sanguinaria -porque reúne a más familias y cuenta con muchos más afiliados-, en 30 años mató a unas 4000 personas, "más que las fallecidas en la Franja de Gaza".

El mejor hallazgo de Gomorra es la capacidad de concienciación de que la mafia napolitana no es un fenómeno local; más allá de la criminalidad ha extendido sus tentáculos a negocios normales por todo el mundo. La globalización les ha llevado a ámbitos y delitos internacionales: explotación de inmigrantes en las grandes fábricas de imitaciones, vertidos y residuos tóxicos ilegales enterrados en los territorios más humildes e indefensos de la Europa química, compras de letras del tesoro de países del este a los que poder presionar, y tráfico de drogas con competencia directa a cárteles colombianos.

Como retrata Gomorra, hoy la ´ndrangheta -la mafia calabresa- y la camorra -la napolitana- se han expandido fuera de la península, y son más fuertes que la famosa cosa nostra siciliana. Entre las tres dominan un tercio de Italia y logran condicionar sectores enteros de la economía legal. Justamente por esto, lo que más le indigna a Saviano es el silencio, la indiferencia que hay -y que hubo a lo largo de la última campaña política.

Gomorra es realmente una película magnífica: su lenguaje es tan real como la vida envuelta en la música neomelódica napolitana, en el dialecto cerrado y casi árabe de los suburbios, en el dolor amortiguado por la gente sencilla a quien la camorra desangra en su sordidez y en su tragedia. Pero Gomorra puede ser más que una excelente película: puede reabrir el debate sobre el Gobierno actual y su falta total de ética política. Desde que llegó al poder por primera vez en 1994, Berlusconi ha librado una campaña implacable para debilitar los poderes del aparato judicial italiano, que le ha sometido a él y a varios colaboradores suyos a diversos procesos por cargos que van desde corrupción y soborno hasta connivencia con la Mafia. Uno de los mejores amigos y antiguo jefe de campaña de Berlusconi, Marcello Dell´Utri, de Palermo, fue declarado culpable de esto último.

Hay que esperar que Gomorra contribuya a entender la camorra como una organización criminal que trasciende Italia, pero ojalá también el libro y la película fomenten la desaprobación internacional de Berlusconi por su erosión de la justicia Italiana, su contribución a la decadencia institucional, moral y política de Italia y su permisividad, si no connivencia, con la mafia.

Gomorra: disgraziata, bella Italia

Ana Morilla
Ana Morilla
sábado, 22 de noviembre de 2008, 09:28 h (CET)
La suprema capacidad de Italia para la creación y el entendimiento artístico y el vitalismo y exquisitez de su cultura casan mal con su música, pero, sobretodo, con su parálisis e inanición en la ética política.

Italia se mueve en extremos tan opuestos como su fuerza histórica y vital y su letargo moral: la supremacía estética, el humanismo en su sentido más amplio, la potencia de la palabra y el pensamiento en su valor filosófico y en su entendimiento del mundo y del saber vivir, la lucidez filosófica, crítica o periodística de los que resisten en ésta era y la grandeza intelectual y moral de una Italia serena, culta y digna, contrastan con la miseria de la otra, la Italia de la banalidad política y televisiva, el afán de lujo hortera y la marca imitada, el clientelismo bufo y podrido, el desprecio burlón de la política y de lo colectivo, la teatralizada astucia fraternal de los negocios e intercambios, el afán populachero y populista de los que persiguen en el gobierno su único interés, el tono sentimentaloide y gesticulante cuando la calidez de las relaciones humanas deriva en formato de anuncio de pasta: la Italia que disculpa o acepta a Berlusconi con la excusa de una izquierda errática.

La película de Roberto Saviano Gomorra, candidata de Italia a la mejor película extranjera para el Oscar de Hollywood, retrata a la Mafia napolitana como la mayor empresa italiana, con negocios que triplican a la Fiat, y que según la Confesercenti -la principal asociación de comerciantes de Italia-, factura unos 90.000 millones de euros por año, equivalente al 7 por ciento del PBI Italiano.

"En Nápoles muere un promedio de dos personas por día", señala Saviano, que está convencido de que semejante cifra haría caer a cualquier otro gobierno en Europa. Pero nadie dice nada, pese a que la camorra, que en comparación con las otras mafias es más sanguinaria -porque reúne a más familias y cuenta con muchos más afiliados-, en 30 años mató a unas 4000 personas, "más que las fallecidas en la Franja de Gaza".

El mejor hallazgo de Gomorra es la capacidad de concienciación de que la mafia napolitana no es un fenómeno local; más allá de la criminalidad ha extendido sus tentáculos a negocios normales por todo el mundo. La globalización les ha llevado a ámbitos y delitos internacionales: explotación de inmigrantes en las grandes fábricas de imitaciones, vertidos y residuos tóxicos ilegales enterrados en los territorios más humildes e indefensos de la Europa química, compras de letras del tesoro de países del este a los que poder presionar, y tráfico de drogas con competencia directa a cárteles colombianos.

Como retrata Gomorra, hoy la ´ndrangheta -la mafia calabresa- y la camorra -la napolitana- se han expandido fuera de la península, y son más fuertes que la famosa cosa nostra siciliana. Entre las tres dominan un tercio de Italia y logran condicionar sectores enteros de la economía legal. Justamente por esto, lo que más le indigna a Saviano es el silencio, la indiferencia que hay -y que hubo a lo largo de la última campaña política.

Gomorra es realmente una película magnífica: su lenguaje es tan real como la vida envuelta en la música neomelódica napolitana, en el dialecto cerrado y casi árabe de los suburbios, en el dolor amortiguado por la gente sencilla a quien la camorra desangra en su sordidez y en su tragedia. Pero Gomorra puede ser más que una excelente película: puede reabrir el debate sobre el Gobierno actual y su falta total de ética política. Desde que llegó al poder por primera vez en 1994, Berlusconi ha librado una campaña implacable para debilitar los poderes del aparato judicial italiano, que le ha sometido a él y a varios colaboradores suyos a diversos procesos por cargos que van desde corrupción y soborno hasta connivencia con la Mafia. Uno de los mejores amigos y antiguo jefe de campaña de Berlusconi, Marcello Dell´Utri, de Palermo, fue declarado culpable de esto último.

Hay que esperar que Gomorra contribuya a entender la camorra como una organización criminal que trasciende Italia, pero ojalá también el libro y la película fomenten la desaprobación internacional de Berlusconi por su erosión de la justicia Italiana, su contribución a la decadencia institucional, moral y política de Italia y su permisividad, si no connivencia, con la mafia.

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