Si no fuera por tantas vidas como se lleva cobradas el conflicto de Afganistán –españolas las más recientes-, desde que Norteamérica desencadenó la operación “Libertad Duradera” en octubre de 2001 con el objetivo de aplastar el terrorismo internacional personificado en Al-Quaeda y su líder Bin-Laden, este inocente chistecillo que circuló por entonces (¿Quién ha derribado las Torres Gemelas?: Un tal Iván, “un talibán”) sigue resumiendo el trasfondo de aquel confuso conflicto.
Los talibanes cargaron con todos los males, desde el derribo de los Budas en la roca hasta los “burkas” de las afganas, y fueron bombardeados, invadidos y derrotados. Se instauró un gobierno títere de los norteamericanos cuyo presidente hasta entonces era un ejecutivo afgano residente en California, y que sólo mantiene su autoridad en la capital, permaneciendo el resto del país en manos de los poderosos “señores de la guerra”. Posteriormente, se supo que había un proyecto de oleoducto para transportar petróleo de Asia Central a través de Afganistán hasta Pakistan y el Océano Índico que el régimen talibán quería cobrar muy caro, además de un ramal o grifo de “libre disposición”, a las poderosas petroleras norteamericanas controladas por el clan del vicepresidente Cheney. Las nuevas autoridades fueron más razonables, y el oleoducto resultó viable. Pero, de esto, nada, o muy poco, se hizo público.
Por otra parte, los EE.UU. necesitaron fuerzas militares que ayudaran a sobrellevar la ocupación sobre el terreno del país que el nuevo régimen era incapaz de sostener. Aquí es donde la historia se complica un poco más apareciendo un antiguo aliado de los Estados Unidos de cuando la “Guerra Fría”, la OTAN. ¿Qué se le había perdido en el país de los talibanes y de la amapola del opio?
Esta pregunta se viene haciendo en esta columna hace años, y ni siquiera la explicación del oleoducto como “gato encerrado” del conflicto contenía la respuesta. En estos días parece que la ministra Chacón también se la cuestiona, lo cuál es de preocupar; porque, o es tan ignorante como este columnista, lo cual sería grave, o el columnista es tan ignorante como ella, que sería aún más grave. El caso es que la OTAN sigue allí. Lo del “tal Iván”, resulta ya de “chacarrandana”. El negocio del tráfico del opio-amapola es tan intenso que las escaramuzas y tiroteos entre las tribus y con las fuerzas de “ocupación”, cesan durante la temporada de recolección agrícola de la misma.
En la actualidad el talibán se ha crecido una vez recuperado del gran castigo que le infringieron los bombardeos iniciales norteamericanos. La presencia española es testimonial entre la fuerza de la OTAN y demás aliados norteamericanos que siguen llevando el peso de la ocupación. Como se quiera llamar su presencia allí es lo de menos, es una cuestión semántica dominada por la falacia de turno a que se acostumbra entre los políticos socialistas. La incongruencia sigue siendo la misma, ¿qué intereses defiende la OTAN?. Como diría Epifanio del Cristo Martínez, “lo suyo” sería que dada la conflictividad natural de la región, sacudida por el tribalismo medieval, la ONU es la organización adecuada para encauzar el desarrollo del país hasta que salga del grado de primitivismo en que se encuentra. Cuestión aparte es la “refundación” de lo Organización de Naciones Unidas para asumir sus funciones en un mundo globalizado en lo económico, en lo administrativo, y en los conflictos.