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“Es muy fácil escribir leyes, lo difícil es gobernar” León Tolstoi

Del rigor a la frivolidad

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El 10 de septiembre de 1976, hace ya casi 40 años, el por entonces presidente Adolfo Suárez, se dirigía a todos los españoles diciéndoles: “Vamos a comenzar un gran debate nacional sobre nuestro futuro. De él se derivará la claridad que necesitamos para poder elegir con rigor y garantías. Cuando este pueblo haga oír su voz se podrán resolver otros grandes problemas políticos con la autoridad que da la representatividad electoral. Hoy ante España se abre un nuevo horizonte”.

Así iniciaba el ejecutor de la gran obra que en España fue la Transición, el proceso previo que nos condujo a la aprobación de la Ley para la Reforma Política. Es decir: la liquidación del franquismo.

Elegir con rigor y garantías. Que poco imaginaba el artífice del proceso político que admiró al mundo entero, que con el correr del tiempo, para poder elegir, habríamos de ser espectadores ante el gran escaparate de la frivolidad, en el que unos bisoños protagonistas poseídos de sí mismos, por todo activo, exhibirían: unos, su deseo de llevar a cabo la ruptura que los españoles nos negamos a protagonizar en momentos decisivos de nuestra historia; otros nos quieren hacer creer que los problemas de los españoles se resuelven con algo tan simple como echar a quien tuvo que hacer frente a la quiebra que ellos mismos provocaron y se postulan para pilotar la nave del Estado, porque son más altos. No sabía yo que una mayor estatura, confería una mayor capacidad para dirigir el país; otros, para solucionar los graves problemas que aún nos aquejan, enarbolan cándidamente la bandera de la juventud, con la que intentan hacer tabla rasa del conocimiento y la experiencia.

En estos momentos, España es un país que se enfrenta a graves desafíos. El cáncer del nacionalismo separatista es una brecha abierta que hemos de salvar al tiempo que atravesamos el frágil puente de la recuperación. Para superar estos retos con garantías de éxito, lo primero que se necesita es la firme voluntad de lograrlo, con ausencia absoluta de la más mínima veleidad.

Imaginemos que una persona precisa de una delicada intervención quirúrgica, de la que puede derivarse su recuperación o en caso de impericia del cirujano, podría producirse un retroceso en su enfermedad con grave riesgo de su existencia. ¿Habría alguien que se atreviese a poner su vida en manos de un recién salido de la facultad, por ser joven y guapo, por ser más alto que los demás o por sus intenciones de romper con las técnicas existentes y poner en práctica otras que fracasaron allá donde hace décadas que se pusieron en práctica, teniendo en cuenta que ninguno de los aspirantes a efectuar tan delicada intervención ha tenido en sus manos aún un bisturí?

Pues ese es al que estamos expuestos los españoles. Los tres aspirantes a gobernar la cuarta potencia europea, carecen de la más mínima experiencia. Por no ser, ninguno de los tres ni siquiera ha pasado por el tamiz del aprendizaje que proporciona la vivencia de ser un modesto concejal. Pretenden ser capitanes sin haber pisado jamás la cubierta de un barco. Los experimentos hay que hacerlos en casa y con gaseosa, pero no con nuestras vidas porque los españoles tenemos sobrada experiencia de cuáles son las consecuencias.

El parlamento lo aguanta todo. Por ser el lugar en el que quienes representan al pueblo, pueden exponer libremente sus ideas por disparatadas que puedan ser, soporta los desvaríos, la demagogia, la mentira, la tergiversación, las contradicciones, la ignorancia, los desenfrenos y hasta lo irracional. Sin embargo, los graves problemas que aún nos aquejan, no se resuelven con palabras ni prometiendo a los ciudadanos que al día siguiente de las elecciones van a despertarse en el país de las delicias. Las afirmaciones irresponsables son las que han provocado la incredulidad y desconfianza de los ciudadanos hacia los políticos, porque es una utopía creer que todo se puede hacer de la noche a la mañana.

Las elecciones no resuelven por sí mismas los problemas, aunque son el paso previo y necesario para su solución y quienes participamos en la ardua construcción de la España de hoy sabemos muy bien con cuánto esfuerzo y sacrificio se alcanzaron las cotas de desarrollo, en las que a pesar de la reciente crisis sufrida, estamos situados.

Es fácil eludir la responsabilidad de nuestros actos culpando a los demás. Pero es imposible eludir las consecuencias de haber eludido nuestra responsabilidad.

Del rigor a la frivolidad

“Es muy fácil escribir leyes, lo difícil es gobernar” León Tolstoi
César Valdeolmillos
viernes, 11 de diciembre de 2015, 06:04 h (CET)
El 10 de septiembre de 1976, hace ya casi 40 años, el por entonces presidente Adolfo Suárez, se dirigía a todos los españoles diciéndoles: “Vamos a comenzar un gran debate nacional sobre nuestro futuro. De él se derivará la claridad que necesitamos para poder elegir con rigor y garantías. Cuando este pueblo haga oír su voz se podrán resolver otros grandes problemas políticos con la autoridad que da la representatividad electoral. Hoy ante España se abre un nuevo horizonte”.

Así iniciaba el ejecutor de la gran obra que en España fue la Transición, el proceso previo que nos condujo a la aprobación de la Ley para la Reforma Política. Es decir: la liquidación del franquismo.

Elegir con rigor y garantías. Que poco imaginaba el artífice del proceso político que admiró al mundo entero, que con el correr del tiempo, para poder elegir, habríamos de ser espectadores ante el gran escaparate de la frivolidad, en el que unos bisoños protagonistas poseídos de sí mismos, por todo activo, exhibirían: unos, su deseo de llevar a cabo la ruptura que los españoles nos negamos a protagonizar en momentos decisivos de nuestra historia; otros nos quieren hacer creer que los problemas de los españoles se resuelven con algo tan simple como echar a quien tuvo que hacer frente a la quiebra que ellos mismos provocaron y se postulan para pilotar la nave del Estado, porque son más altos. No sabía yo que una mayor estatura, confería una mayor capacidad para dirigir el país; otros, para solucionar los graves problemas que aún nos aquejan, enarbolan cándidamente la bandera de la juventud, con la que intentan hacer tabla rasa del conocimiento y la experiencia.

En estos momentos, España es un país que se enfrenta a graves desafíos. El cáncer del nacionalismo separatista es una brecha abierta que hemos de salvar al tiempo que atravesamos el frágil puente de la recuperación. Para superar estos retos con garantías de éxito, lo primero que se necesita es la firme voluntad de lograrlo, con ausencia absoluta de la más mínima veleidad.

Imaginemos que una persona precisa de una delicada intervención quirúrgica, de la que puede derivarse su recuperación o en caso de impericia del cirujano, podría producirse un retroceso en su enfermedad con grave riesgo de su existencia. ¿Habría alguien que se atreviese a poner su vida en manos de un recién salido de la facultad, por ser joven y guapo, por ser más alto que los demás o por sus intenciones de romper con las técnicas existentes y poner en práctica otras que fracasaron allá donde hace décadas que se pusieron en práctica, teniendo en cuenta que ninguno de los aspirantes a efectuar tan delicada intervención ha tenido en sus manos aún un bisturí?

Pues ese es al que estamos expuestos los españoles. Los tres aspirantes a gobernar la cuarta potencia europea, carecen de la más mínima experiencia. Por no ser, ninguno de los tres ni siquiera ha pasado por el tamiz del aprendizaje que proporciona la vivencia de ser un modesto concejal. Pretenden ser capitanes sin haber pisado jamás la cubierta de un barco. Los experimentos hay que hacerlos en casa y con gaseosa, pero no con nuestras vidas porque los españoles tenemos sobrada experiencia de cuáles son las consecuencias.

El parlamento lo aguanta todo. Por ser el lugar en el que quienes representan al pueblo, pueden exponer libremente sus ideas por disparatadas que puedan ser, soporta los desvaríos, la demagogia, la mentira, la tergiversación, las contradicciones, la ignorancia, los desenfrenos y hasta lo irracional. Sin embargo, los graves problemas que aún nos aquejan, no se resuelven con palabras ni prometiendo a los ciudadanos que al día siguiente de las elecciones van a despertarse en el país de las delicias. Las afirmaciones irresponsables son las que han provocado la incredulidad y desconfianza de los ciudadanos hacia los políticos, porque es una utopía creer que todo se puede hacer de la noche a la mañana.

Las elecciones no resuelven por sí mismas los problemas, aunque son el paso previo y necesario para su solución y quienes participamos en la ardua construcción de la España de hoy sabemos muy bien con cuánto esfuerzo y sacrificio se alcanzaron las cotas de desarrollo, en las que a pesar de la reciente crisis sufrida, estamos situados.

Es fácil eludir la responsabilidad de nuestros actos culpando a los demás. Pero es imposible eludir las consecuencias de haber eludido nuestra responsabilidad.

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