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Sonrisas y debates

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Como ya les comenté en mi anterior columna, no tenía intención de convertirme en espectador del “debate decisivo” (qué aficionados somos a la adjetivación innecesaria) por una sola razón: me esperaban cosas más interesantes que hacer… y sobre todo más entretenidas.

No obstante parece inevitable “caer” en alguno de esos reiterativos resúmenes con comentarios posteriores al numerito ¡Qué enorme pesadez! Uno es poco dado a la televisión, pero a veces la enciende y… ¡zas!: la sonrisa profidén de Pedro Sánchez, las manchas de sudor axilar de Pablo Iglesias (y todo por no ponerse chaqueta), el “abrocha va – abrocha viene” (este sí con chaqueta) de Albert Rivera y los zapatitos-zanco de Soraya S. de Santamaría. Palabras, palabras, palabras. Ideas… pocas.

¿Por qué será que cada vez que tratamos, con la mejor voluntad, de extraer aunque sólo sea una hebra de discurso coherente, una gota de sustancia, nos topamos con un murete de adobes hechos de barro y paja –sobre todo mucha paja- recocidos bajo los focos de los platós de televisión? No me extraña que Rajoy prefiriera fumarse un puro en Doñana contemplando el tostón, y, por mucho que se le haya criticado como “gran ausente”, es entendible que se reserve doncella para el único debate del que no puede librase: el que le enfrentará el lunes próximo al principal líder de la oposición, George Clooney de la política española (“what else?”) don Pedro Sánchez. Y ahí sí que va a haber chicha, créanme, ya que Rajoy es un político bastante mediocre pero como parlamentario y polemista resulta ciertamente brillante, y puede comerse con patatas a “George Pedro” y a continuación, junto con el puro, tomarse un “nespresso”. What else?

No entiendo la manía de equiparar el debate a un torneo y tener que proclamar un ganador ¿Quién perdió el debate? ¿Quién lo ganó? Otra simplificación en una época que rinde culto al vellocino de oro de lo binario y digital y, lo más espantoso de todo, de lo “mediático”.

Diez mil bombillas “led” no sólo revelaron la sudoración sobacal de Iglesias, las marcas de un antiguo y contumaz acné en Sánchez, la cierta expresión de acusica de la clase en Soraya o el aire de empleado de Selfridges of London de Rivera. Diez mil luminarias o diez mil billones de conexiones cerebrales pusieron sobre el tapete –una vez más- que detrás o delante, a derecha o izquierda, arriba o debajo de las palabras y los gestos hay siempre un atisbo de aquel “mono catarrino”, que es, probablemente y a decir de los expertos, nuestro pariente más remoto.

Y como afirman los etólogos, cuando el macaco sonríe, no lo hace para hacerse el simpático, sino como acto de sumisión. Entonces… déjenme que lo entienda ¿Los políticos sonríen tanto para expresar sumisión ante los electores? Pues sí; eso es casi seguro. Saben que la adustez –tipo Rosa Díez- se paga cara. Con la sonrisita, su versión favorita del lenguaje no verbal, están diciéndonos: “Hacedme vuestro/a. Preñadme de votos”

Yo, a estas alturas, creo que prefiero a los antipáticos.

Sonrisas y debates

Luis del Palacio
jueves, 10 de diciembre de 2015, 23:00 h (CET)
Como ya les comenté en mi anterior columna, no tenía intención de convertirme en espectador del “debate decisivo” (qué aficionados somos a la adjetivación innecesaria) por una sola razón: me esperaban cosas más interesantes que hacer… y sobre todo más entretenidas.

No obstante parece inevitable “caer” en alguno de esos reiterativos resúmenes con comentarios posteriores al numerito ¡Qué enorme pesadez! Uno es poco dado a la televisión, pero a veces la enciende y… ¡zas!: la sonrisa profidén de Pedro Sánchez, las manchas de sudor axilar de Pablo Iglesias (y todo por no ponerse chaqueta), el “abrocha va – abrocha viene” (este sí con chaqueta) de Albert Rivera y los zapatitos-zanco de Soraya S. de Santamaría. Palabras, palabras, palabras. Ideas… pocas.

¿Por qué será que cada vez que tratamos, con la mejor voluntad, de extraer aunque sólo sea una hebra de discurso coherente, una gota de sustancia, nos topamos con un murete de adobes hechos de barro y paja –sobre todo mucha paja- recocidos bajo los focos de los platós de televisión? No me extraña que Rajoy prefiriera fumarse un puro en Doñana contemplando el tostón, y, por mucho que se le haya criticado como “gran ausente”, es entendible que se reserve doncella para el único debate del que no puede librase: el que le enfrentará el lunes próximo al principal líder de la oposición, George Clooney de la política española (“what else?”) don Pedro Sánchez. Y ahí sí que va a haber chicha, créanme, ya que Rajoy es un político bastante mediocre pero como parlamentario y polemista resulta ciertamente brillante, y puede comerse con patatas a “George Pedro” y a continuación, junto con el puro, tomarse un “nespresso”. What else?

No entiendo la manía de equiparar el debate a un torneo y tener que proclamar un ganador ¿Quién perdió el debate? ¿Quién lo ganó? Otra simplificación en una época que rinde culto al vellocino de oro de lo binario y digital y, lo más espantoso de todo, de lo “mediático”.

Diez mil bombillas “led” no sólo revelaron la sudoración sobacal de Iglesias, las marcas de un antiguo y contumaz acné en Sánchez, la cierta expresión de acusica de la clase en Soraya o el aire de empleado de Selfridges of London de Rivera. Diez mil luminarias o diez mil billones de conexiones cerebrales pusieron sobre el tapete –una vez más- que detrás o delante, a derecha o izquierda, arriba o debajo de las palabras y los gestos hay siempre un atisbo de aquel “mono catarrino”, que es, probablemente y a decir de los expertos, nuestro pariente más remoto.

Y como afirman los etólogos, cuando el macaco sonríe, no lo hace para hacerse el simpático, sino como acto de sumisión. Entonces… déjenme que lo entienda ¿Los políticos sonríen tanto para expresar sumisión ante los electores? Pues sí; eso es casi seguro. Saben que la adustez –tipo Rosa Díez- se paga cara. Con la sonrisita, su versión favorita del lenguaje no verbal, están diciéndonos: “Hacedme vuestro/a. Preñadme de votos”

Yo, a estas alturas, creo que prefiero a los antipáticos.

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