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El avaro generoso,
aquel que tiene algo de sangre roja en su negro corazón,
no llega el luto nunca en su sucio y podrido alma, está lleno de vida triste y con poca luz de abrazos y besos libres de múltiples ceros en ese material falso feliz.
El avaro generoso,
ese que antes daba todo por el cambio vacío en monedas y en lujo caro,
el que sólo cogía aquellas caricias que adobaran a su alma, un buen día, aquél que fue generoso se volvió en negro karma y apagó para siempre su dulce espíritu.
El avaro generoso,
llora en silencio su pena por no saber dar sin más y sin aquellas caricias tan añoradas,
el perdedor sin ser vencido en este poderoso mundo raro donde un beso vuela hoy por el aire cargado de conflictos adversos.
¿Quién pudiera captar ese beso en la mejilla dolida por ser tan dura?
¿Quién me vuelve a prender mi alma muerta de cien mil caricias luminosas en mi karma de negro luto?
El egoísmo de ese avaro generoso que quiere volver a dar solamente a cambio de esas caricias y abrazos a su alma triste.
Soneto dedicado a la Hermandad del Cristo de los Estudiantes de Córdoba que ha logrado esta imagen, tan cabal como conmovedora, que nos acerca, más aún, al Cristo Vivo del Sagrario.
A pocos días de que comience la Semana Santa, en donde se vive con especial devoción en lugares tan emblemáticos como Sevilla, cae en nuestras manos una característica novela negra del escritor Fran Ortega. Los hijos de justo comienza con el capellán de la Macarena degollado en la Basílica, en donde, además, no hay rastro de la imagen de la virgen.
Te he mirado Señor, como otras veces, pero hoy tu rostro está más afligido. Sé que ahora te sientes muy herido por agravios que tu no te mereces.
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