Gazprom, interesada en entrar en el mercado eléctrico español a través de la compra de Repsol "No es una empresa normal, es el arma económica de un poderoso Estado" dice Edward Lucas, autor del libro “La nueva Guerra Fría”.
Gazprom es la primera compañía de gas del mundo y en 1989 dejó de ser un Ministerio para convertirse progresivamente en una gran herramienta de poder del Estado ruso que la controla en un 50%. De su cantera de dirección han salido Putin y el actual Presidente Dmitri Medvédev, a quien en 2001 Putin confirió la responsabilidad para la ejecución de la reforma del servicio público. En 2002 Medvèdev fue el presidente del directorio de Gazprom, de ahí pasó en 2005 a viceprimer ministro a cargo de los “programas sociales” y desde entonces compagina sus cargos con el “consejo de vigilancia” de Gazprom.
Rusia parece tener nostalgia de potencia y sentimiento de aprensión y soberbia frente a las reglas que durante su declive le han marcado Europa y Estados Unidos. En el nuevo diseño de orden mundial se sabe poderosa en recursos energéticos, es consciente de la traslación del eje mundial de máxima influencia hacia el pacífico y de la dependencia energética que sufre Europa en torno al 50%, aunque la Comisión Europea calcula que en 2030 puede alcanzar el 70% si no se toman medidas - España sólo se autoabastece un 20% por la falta de energía nuclear- . Rusia es también consciente de su capacidad de reforzar alianzas político-energéticas con Sudamérica y otras economías petrolíferas como Venezuela o Brasil, gasísticas como Bolivia, carboníferas como China y con las economías emergentes del sudeste asiático, las mayores inversoras a futuro en sectores energéticos.
“Gazprom es un instrumento de la política exterior rusa, del mismo modo que lo son las empresas petroleras de EE.UU como la Halliburton” que hasta enero de 2006 había obtenido más de $16,000 Millones de Dólares (MDD) en contratos para “reconstruir” Iraq, sin licitación y de manera directa, opina Alexei Pushkov, profesor de Relaciones Internacionales y conocido presentador de la televisión rusa.
La realidad es que Rusia es además el segundo productor mundial de petróleo, cuyo transporte se articula por medio de un monopolio estatal, la compañía Transneft, titular de la red de oleoductos a nivel federal, que permite al Gobierno asegurarse unos importantes ingresos fiscales. La Federación Rusa posee además todo un 27,8% de las reservas mundiales de gas natural, suficiente para mantener la producción a los niveles actuales durante los próximos 80 años. Además el sector eléctrico en Rusia es el mayor de Europa y el cuarto mayor del mundo, después de EE.UU., China y Japón.
Y es en éste contexto en el que la primera compañía de gas del mundo, quiere mejorar su posición en el transporte y venta de gas en Europa, optimizando las ventas y llegando a consumidores finales.
El problema es que combina todo esto con movimientos de tablero nada sutiles, tales como maniobras navales conjuntas con Venezuela, provocaciones intimidatorias con las “Guerras del Gas” a Bielorrusia, Turquía, y Ucrania, países de tránsito en uno de los cuales el triunfo de la revolución naranja del pro-occidental Víktor Yúshenko provocó su misterioso envenenamiento.
Otras actuaciones rusas preocupantes han sido la reciente invasión de Georgia y la amenaza, un día después de la victoria de Obama, de desplegar medidas defensivas en su enclave de Kaliningrado, en el norte de Europa, para hacer frente al escudo antimisiles de EE UU.
Parece evidente que en el Siglo XXI las estrategias energéticas y las alianzas económicas en torno a ellas pueden ser una de las bases de configuración del nuevo orden mundial.
¿Cómo encaja el asesinato de la periodista crítica Anna Politkóvskaya en todo este entramado apenas tres semanas después de que el vicegobernador del Banco Central de Rusia cayera también acribillado en las calles de Moscú?
En torno a la figura de Putin ha ido desplegándose una cuidadosa maniobra de concentración del poder económico y político. Los grandes medios de comunicación han sido monopolizados, se ha encarcelando a posibles competidores y se ha eliminando a los periodistas molestos. En paralelo se ha gestado un gigantesco proceso de absorción del sector energético en torno a entidades estatales controladas por aledaños y afines a Putin. Por un lado, la citada Gazprom, adquiría la petrolera del magnate Abramovich Sibneft. Por otro, la petrolera Rosneft ha sido reestatalizada y puesta en manos de otro clan cercano a Putin tras adquirir los principales activos de la petrolera Yukos, intervenida tras acusar a Jodorkovsky, que pretendía fundar un partido político capaz de competir electoralmente con Putin– de fraude fiscal.
Estas maniobras han dejado en manos del Estado Ruso y los círculos del actual Presidente y de Putín, su antecesor, más de un 25% de la producción de petróleo, a lo que hay que añadir el monopolio del gas de Gazprom y los oleoductos de exportación de crudo en manos del monopolio de Transneft. El control estatal de estos tres gigantes de la energía ha permitido a la nomenklatura gestada en torno a Putin condensar todos los recursos energéticos, las plantas nucleares y compañías eléctricas y otras empresas de maquinaria para centrales atómicas.
Todo este poder económico lo ha blandido el Kremlin en los últimos años contra Ucrania, Bielorrusia, Georgia, los países bálticos o Europa. Moscú ha querido unas veces resituarse con modales de matón de barrio en los primeros puestos del nuevo orden mundial y otras rechazar reglas diseñadas según intereses o recelos europeos o norteamericanos. Obama puede responder con estrategias de cooperación o de confrontación; es probable que las primeras sean más convenientes pero está claro que mucho más difíciles de ensamblar.