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Cuando el diablo no tiene nada que hacer mata moscas con el rabo

Las genialidades de Carmena

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Además de ser un dicho castellano, esta frase me la repetía constantemente mi madre cuando era pequeño y hacía alguna diablura. En eso se quedaba toda la regañina, pues no utilizaba la zapatilla, ni tampoco un cachete.

Algo parecido le debe de ocurrir a Manuela Carmena.

Ciertamente ésta es inefable en el pleno significado semántico de ese vocablo, es decir, no se pueden explicar con palabras las agudezas que se le ocurren.

Yo me pregunto ante las ingeniosidades de la Alcaldesa de Madrid, si es que no tiene nada que hacer, y sólo dice lo primero que se le viene a la lengua, sin haberlo pasado antes por el tamiz de un pensamiento sensato y lógico.

A los pocos días de tomar posesión de su cargo, sí cargo, aunque algunos políticos consideren sus oficios como una prebenda o sinecura, se le encendió la bombilla en su preclara mente y tuvo la feliz idea de que los colegios, supongo que serían solamente los públicos, fuesen limpiados, aseados y adecentados por las madres de los escolares, después, al darse cuenta, de que era una actitud machista, no cambió de idea, sino apostilló que tal tarea deberían de realizarla también los padres, vamos, las féminas y los hombres.

¿Es que no pensó lo que dijo o dijo lo que no pensó? Opino más bien esto último, ya que, si su mente hubiese intervenido el tal opinión, seguro que le hubiese susurrado al oído: ¡Mira, Manuela que no sabes lo que dices! ¿No te das cuenta de que con esa absurda idea vas a poner en el paro a miles de trabajadores?

Pues no, no se dio cuenta y tuvieron que ser las fuerzas sociales las que le pararon su desbocada imaginación haciéndole ver el grave problema laboral que podría originar.

Pero en vez de embridar sus devaneos mentales, ponerles freno y someterlos a la luz de la razón y de la lógica más elemental, esta buena señora se empeña en sacar su imaginación a paseo y esta vez propone un trabajo que nos se le ocurre ni al que asó la manta, como reza el dicho popular.

Se le ha encendido la bombilla de su ingenio y propone que los niños de Madrid recojan las colillas que se encuentren en la calle y que, además, enseñen una tarjeta roja al que las tire al suelo.

¡Vamos a ver señora! Vd. procede del mundo de la judicatura y deberá de saber de sobra que a los menores no se les puede contratar para que realicen trabajos, pues aunque no haya un contrato físico de por medio, sí lo habrá verbal, que también debe de conocer que tiene igual fuerza.

Otro aspecto que seguramente no se la ha ocurrido a su feliz ingenio: quien trabaja por cuenta ajena tiene que recibir un salario y ser dado de alta en la Seguridad Social.

Salvado el escollo de que los pequeños pudiesen laborar, ¿quién les abonaría el estipendio merecido, acaso el Ayuntamiento madrileño a quien le lloverían las denuncias por emplear a menores?

¿En qué tiempo llevarían a cabo tal labor? ¿Fuera de las horas de colegio? Entonces, su preclaro cacumen ¿no le ha advertido que estarían pluriempleados, pues trabajarían en las escuelas y de colilleros, con el paro que tenemos? Además ¿qué tiempo dedicarían a las tareas escolares y a sus juegos tan necesarios para los niños?

Si los chicos limpian el suelo de colillas están expuestos a un gravísimo peligro que serían las posibles enfermedades con las que se infectarían, pues éstas deben de estar llenas de bacterias y gérmenes patógenos.

También cualquier mozalbete, al encontrarse un cigarro medio consumido, como colilla, podría sucumbir a la tentación de encenderlo e iniciarse en el nefasto vicio de fumar de lo que sería Vd. responsable indirectamente.

Parece ser que no sólo quiere emplear a los madrileñitos de colilleros, sino también de recogedores de papeles y desperdicios que se encuentran en las calles, con lo que enviaría al paro a todos los integrantes del Servicio de Limpieza de la capital de España.

Y con los excrementos de los perros, ¿qué harían, los dejarían ensuciando el suelo o también habrían de embolsarlos?

Además hay otra cuestión que su sin par mente no la habrá tenido en cuenta o si lo ha hecho, le ha dado la menor importancia, ¿Consentirán los padres que sus hijos vayan recorriendo las calles madrileñas como recogedores de basura?

¿Cómo lo harán, llevarán guantes o a mano desnuda?

También ha parido la inapreciable idea de un Batallón de limpieza universitario.

No sigo porque esto es el cuento de la haba que nuca se acaba.

Pero sí quiero mencionar textualmente unas palabras dichas por ella: Yo que soy una persona que toda mi vida me he sentido enormemente feliz con mi imaginación estoy empezando a sentirme un poco temerosa de decirles todo lo que se me ocurre.

Entonces querida señora, si tiene Vd. una imaginación tan fértil y desbordable, que la hace tan feliz, debería de haberse dedicado a la Literatura de Ficción y hubiese superado a Julio Verne y a Emilio Salgari, pero no se desanime, todavía está a tiempo y con ello colmará su felicidad y seguramente ganará más dinero que de Alcaldesa.

Las genialidades de Carmena

Cuando el diablo no tiene nada que hacer mata moscas con el rabo
Manuel Villegas
lunes, 7 de diciembre de 2015, 23:00 h (CET)
Además de ser un dicho castellano, esta frase me la repetía constantemente mi madre cuando era pequeño y hacía alguna diablura. En eso se quedaba toda la regañina, pues no utilizaba la zapatilla, ni tampoco un cachete.

Algo parecido le debe de ocurrir a Manuela Carmena.

Ciertamente ésta es inefable en el pleno significado semántico de ese vocablo, es decir, no se pueden explicar con palabras las agudezas que se le ocurren.

Yo me pregunto ante las ingeniosidades de la Alcaldesa de Madrid, si es que no tiene nada que hacer, y sólo dice lo primero que se le viene a la lengua, sin haberlo pasado antes por el tamiz de un pensamiento sensato y lógico.

A los pocos días de tomar posesión de su cargo, sí cargo, aunque algunos políticos consideren sus oficios como una prebenda o sinecura, se le encendió la bombilla en su preclara mente y tuvo la feliz idea de que los colegios, supongo que serían solamente los públicos, fuesen limpiados, aseados y adecentados por las madres de los escolares, después, al darse cuenta, de que era una actitud machista, no cambió de idea, sino apostilló que tal tarea deberían de realizarla también los padres, vamos, las féminas y los hombres.

¿Es que no pensó lo que dijo o dijo lo que no pensó? Opino más bien esto último, ya que, si su mente hubiese intervenido el tal opinión, seguro que le hubiese susurrado al oído: ¡Mira, Manuela que no sabes lo que dices! ¿No te das cuenta de que con esa absurda idea vas a poner en el paro a miles de trabajadores?

Pues no, no se dio cuenta y tuvieron que ser las fuerzas sociales las que le pararon su desbocada imaginación haciéndole ver el grave problema laboral que podría originar.

Pero en vez de embridar sus devaneos mentales, ponerles freno y someterlos a la luz de la razón y de la lógica más elemental, esta buena señora se empeña en sacar su imaginación a paseo y esta vez propone un trabajo que nos se le ocurre ni al que asó la manta, como reza el dicho popular.

Se le ha encendido la bombilla de su ingenio y propone que los niños de Madrid recojan las colillas que se encuentren en la calle y que, además, enseñen una tarjeta roja al que las tire al suelo.

¡Vamos a ver señora! Vd. procede del mundo de la judicatura y deberá de saber de sobra que a los menores no se les puede contratar para que realicen trabajos, pues aunque no haya un contrato físico de por medio, sí lo habrá verbal, que también debe de conocer que tiene igual fuerza.

Otro aspecto que seguramente no se la ha ocurrido a su feliz ingenio: quien trabaja por cuenta ajena tiene que recibir un salario y ser dado de alta en la Seguridad Social.

Salvado el escollo de que los pequeños pudiesen laborar, ¿quién les abonaría el estipendio merecido, acaso el Ayuntamiento madrileño a quien le lloverían las denuncias por emplear a menores?

¿En qué tiempo llevarían a cabo tal labor? ¿Fuera de las horas de colegio? Entonces, su preclaro cacumen ¿no le ha advertido que estarían pluriempleados, pues trabajarían en las escuelas y de colilleros, con el paro que tenemos? Además ¿qué tiempo dedicarían a las tareas escolares y a sus juegos tan necesarios para los niños?

Si los chicos limpian el suelo de colillas están expuestos a un gravísimo peligro que serían las posibles enfermedades con las que se infectarían, pues éstas deben de estar llenas de bacterias y gérmenes patógenos.

También cualquier mozalbete, al encontrarse un cigarro medio consumido, como colilla, podría sucumbir a la tentación de encenderlo e iniciarse en el nefasto vicio de fumar de lo que sería Vd. responsable indirectamente.

Parece ser que no sólo quiere emplear a los madrileñitos de colilleros, sino también de recogedores de papeles y desperdicios que se encuentran en las calles, con lo que enviaría al paro a todos los integrantes del Servicio de Limpieza de la capital de España.

Y con los excrementos de los perros, ¿qué harían, los dejarían ensuciando el suelo o también habrían de embolsarlos?

Además hay otra cuestión que su sin par mente no la habrá tenido en cuenta o si lo ha hecho, le ha dado la menor importancia, ¿Consentirán los padres que sus hijos vayan recorriendo las calles madrileñas como recogedores de basura?

¿Cómo lo harán, llevarán guantes o a mano desnuda?

También ha parido la inapreciable idea de un Batallón de limpieza universitario.

No sigo porque esto es el cuento de la haba que nuca se acaba.

Pero sí quiero mencionar textualmente unas palabras dichas por ella: Yo que soy una persona que toda mi vida me he sentido enormemente feliz con mi imaginación estoy empezando a sentirme un poco temerosa de decirles todo lo que se me ocurre.

Entonces querida señora, si tiene Vd. una imaginación tan fértil y desbordable, que la hace tan feliz, debería de haberse dedicado a la Literatura de Ficción y hubiese superado a Julio Verne y a Emilio Salgari, pero no se desanime, todavía está a tiempo y con ello colmará su felicidad y seguramente ganará más dinero que de Alcaldesa.

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Hoy quisiera invitarlos a reflexionar sobre un aspecto de la vida actual que parece extremadamente novedoso por sus avances agigantados en el mundo de la tecnología, pero cuyo planteo persiste desde Platón hasta nuestros días, a saber, la realidad virtual inmiscuida hasta el tuétano en nuestra cotidianidad y la posibilidad de que llegue el día en que no podamos distinguir entre "lo real" y "lo virtual".

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